Creo que no hay mejor signo de salud intelectual que el no ser -ista ni -ano de nada. La vida está cuajada de ideas brillantes y el mundo ha sido surcado por genios contradictorios de todo pelaje, capaces de producir principios sublimes junto a sublimes estupideces. Por lo tanto, no le veo la ventaja y menos aún la gracia a apuntarse a un set de ideas pre-configurado, sea el que sea. Con todo, si a alguien se le ocurriese ponerme entre la espada y la pared (y espero que a nadie se le ocurra) para tener que decantarme por algún -ismo, yo tendría que declarame sin ambages grouchista o grouchiano.
Son muchos los que por desconocimiento o por envidia piensan que ser grouchista es cosa fácil, trivial y llevadera. Nada más lejos de la realidad. Practicar el grouchismo cuesta, y mucho, porque su principal mandamiento (no te tomes demasiado en serio a ti mismo), practicado de veras, da mucho vértigo, y requiere estar siempre en guardia. Fundamentalmente frente a la taimada vanidad: el hombre, como decía Auden, desea ser libre y desea sentirse importante, lo cual le pone en un espinoso dilema, porque cuanto más se emancipa de la necesidad menos importante se siente. Groucho supo sin duda a qué carta quedarse, y los grouchistas como yo intentan seguir su ejemplo.
El corpus de ideas grouchistas es rico y floreado, y sus consignas, bien entendidas, dan para enfrentarse a casi todo. El grouchista practicante comete pecado cuando se asquea con la aparente vulgaridad de la gente, y toma medidas según el grave mandato de su mesías ("Bebo para hacer interesantes a las demás personas"). Reconoce el límite hasta en las creaciones humanas más ilustres ("El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución"). Hace votos por conservar su amplitud de miras y se persigna frente a quienes dicen poseer la Verdad Absoluta ("Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros"). Sabe reconocer al demonio en cuanto lo tiene enfrente ("La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados"), y no tiene reparos en reconocer que a veces hace falta un niño de cuatro años para entender de que va esta enrevesada vaina llamada vida.
La altura filosófica de la obra de Groucho no resiste la mínima comparación con otras incursiones en el mismo ámbito. Sirva de cruel ejemplo el arranque de su Groucho y yo: "Debo confesar que nací a una edad muy temprana"; frente a, nada menos, el comienzo mil veces citado de El mito de Sísifo de Camus: "No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio". Dónde va a parar Albertito, dónde va a parar. Aquella que es su autobiografía es un canto a las ganas de vivir, un monumento al sentido del humor que, nutriéndose de unas irrefrenables ganas de vivir, salva obstáculos de toda clase y le hace un quiebro a la miseria. Sus páginas están atestadas de extravagancias y pillerías ingeniadas por una familia de deliciosos pirados a la caza y captura de remedios contra el hambre y el aburrimiento. Si uno quiere saber qué hubiera sido de Ulises veintiocho siglos después o así y en Manhattan, no tiene más que sumergirse en esta lectura. Les aseguro que no pararán de reir, y que al final tendrán como premio añadido una utilísima moraleja. Entretanto, gozarán también de una vívida descripción de los locos años anteriores a la guerra, y se sorprenderán con la de veces que un verdadero genio es capaz de arruinarse en tan corto espacio de tiempo.
El resto del Marx escritor es bastante más ligero, con una ineludible excepción: su colección de cartas. Son antológicas. En ella aparecen compañeros de profesión -Jerry Lewis entre ellos-, el mismísimo Howard Hugues, el presidente de la Chrysler o escritores como T.S. Eliot. Para todos tiene una puya o una burla de sí mismo, y la mayoría de las veces, las dos cosas juntas. Una de las notas más sucintas se la dirige a la revista "Confidential", una especie de panfletucho rosa. En uno de sus números sugirió que a Groucho, ya entrado en años, le gustaban las chicas jovencitas; algo que desde luego él nunca habría negado. Pero un par de meses después dijeron que su programa de televisión estaba trucado, lo cuál le molestó bastante más. Groucho les remitió el siguiente aviso:
Muy señores míos:
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También se las tuvo tiesas con la Warner a propósito de Una noche en Casablanca, pues susu ejecutivos entendían que tal nombre conculcaba sus derechos adquiridos en la mítica cinta de Bogart y Bergman. La respuesta de Groucho es un alegato cobntra la rapacidad empresarial y una de las cumbres del humor de todos los tiempos (aquí una versión de la Red).
No voy a entretenerme en hablar de sus películas, porque eso merece un capítulo aparte. Pero dejen que les recomiende de corazón, como medicina para el espíritu y vacuna contra la soberbia y la sobriedad -palabras emparentadas, como puede verse- que se tomen un chupito de vez en cuando de esta sabrosa medicina (que, por si fuera poco, ¡parece que también va bien para la otra salud!). El grouchismo, a diferencia de otros credos, nunca les pedirá que se maten, se humillen o maten o humillen a otros; no les exigirá que llamen negro al blanco, que desconfíen de su vecino o que aviven las llamas de ningún eterno infierno; no les exigirá ritos de paso, ni mantendrá un archivo de su filiación, principalmente porque su santo patrón nunca hubiera pertenecido a un club que le tuviera a él como miembro.
Y sabiduría siempre podrán obtener de él a raudales. Si les inquieta la economía, allí estará Groucho para recomendarles recato, frugalidad y mesura ("Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna..."). Si combinan su inquietud por el progreso con la historia, Groucho tendrá una lección para ustedes ("La humanidad, partiendo de la nada, ha conseguido alcanzar las más altas cotas de miseria"). Si desean saber algo sobre biología ("Soy tan viejo que recuerdo a Doris Day antes de que fuera virgen") o sobre derecho ("Siempre me casó un juez: debí haber exigido un jurado"), él tendrá también con qué instruirles.
No me dirán ustedes que este tipo no tendría que estar en todos los libros de texto de Bachillerato (asignatura a escoger).