domingo, 18 de julio de 2010

Espíritu Plantinar

Hace un par de años, me lo propuso un buen amigo, Andrés. Hablámamos de baloncesto, del gusto por este deporte y en general por ejercitar el cuerpo, por mantenerse activo, entre tantas horas ensillonados, o frente a un ordenador, o vagando por los aeropuertos. Y en uno de estos que en el que coincidimos, tras hablarlo, me decidí a probar.
Lo que yo no esperaba era todo lo demás- yo al menos tenía todo eso en mí dormido, atrofiado. Lo que acompaña a participar en un equipo con personas buenas, sanas, caballerosas (¿aún se dice así?), y rebosantes de vida. Con la competitividad, en el mejor sentido, por bandera: con el espíritu de superarse a sí mismos (sólo se compite contra uno mismo), con la imprescindible rebeldía que le dice al propio cuerpo, compadre, aún no te toca pararte y esponjar y tal. Aún te queda trecho que correr, cabronazo, antes d emeterte en la caja. O qué te creías.

Pero lo que estos señores hacían cada martes y ahora me dejan hacer con ellos va mucho más allá de lanzar una pelota contra un aro metálico, pegarse unas carreritas y sudar un rato. Va mucho más allá de fustigar uun tanto el cuerpo para qyue no se acomode y se pudra, que también. Tal y como nosotros lo vemos, el deporte es una actitud, y el baloncesto una clase de actitud aún más especial que entraña toda una serie de beneficios adicionales cuando se lo practica en equipo, o sea, como Dios manda. En plan ba-lon-ces-to, que diría Pepu. Lo que nosotros hacemos es compartir; poner a prueba la maquinaria para ver de lo que es capaz; ejercitar la generosidad, (para que tampoco se enmohezca); hacer gala de eso que se llama compañerismo (y que va mucho más allá de cubrir la espaldas a los compañeros de trabajo); intentar cosas aunque no siempre nos salgan; buscar, en definitiva, la excelencia -que no es otra cosa que intentar hacerlo mejor cada vez.
Poco importa que un día no tu entre una puñetera canasta, y menos aún que al día siguiente las metas todas. Intentar ser el MVP es una horterada -que tus compañeros te asignen el trofeo porque te has dejado la piel y has dado siempre la cara, un honor. Saber dar un cambio, producir una asistencia mejor que un canastón y animar al que tiene un mal día es la marca del buen baloncestista. Eso es lo que enseña y recuerda el Espíritu Plantinar -y por eso es una escuela de liderazgo.
También es cuestión de perspectiva -de ver toda la cancha, de saber reírse y sufrir (sobre todo cuando el calor aprieta); de apretar los dientes para recuperar en defensa y así paliar un error propio o ajeno. De saltar todo lo que puedas aunque el contrincante sea más alto, más joven, más fuerte (y qué coño, más guapo). Igualmente se trata de respetar al adversario precisamente dando todo lo que uno tiene dentro, sin dejarte nada. Hay que ganar de cuarenta si se puede porque eso es respetar al adversario; bajar los brazos, dejarle, es como escupirle a la cara. Y si hay que romperse el tobillo (caso de Andrés o el Gran Chaza), la rodilla (enorme JR), las costillas (el querido Jose) o lo que sea, claro, uno se lo rompe, para que después se cure y te puedas tentar la ropa e intentarlo de nuevo. En eso consiste sentirse vivo, activo, dispuesto a luchar. De hacer cosas con otras personas que merecen, y mucho, la pena.

Todas estas cosas constituyen un nutriente de primera para el resto de aspectos de mi vida, como ya les dije en una ocasión a ellos. Estoy mejor en mi casa, mejor con mis hijos, mejor en el trabajo, aprecio más la amistad, la familia, y en fin vivir. No exagero; me alimenta.
No sé me ocurre qué cosa podría yo hacer cada martes a las 9 mejor que esto. No es por el sudor, por lo divertido que es el juego (vaya si lo es), por lucir una curva menos pronunciada en la playa, ni por producir adrenalina. Todo eso está muy bien, pero es el Espíritu Plantinar que describo, el que han parido Miguelón, Miguel Ángel, Isidoro, Mariano, Antonio, Luismi, Carmelo, Raúl, el Chico-Jordan, David Naranjo, el señor Arrébola, el señor Ternero y en fin y sin pretender mencionarlos a todos, lo que esta panda estupenda de hombres hechos y derechos han creado, lo que me hace acudir cada noche de martes al mismo lugar.

¿Cómo me siento al respecto? Trataré de describirlo haciendo un ejercicio de nostalgia. Recuerdo cuando, con 14 tacos, me paseaba tras jugar con mis amigos con mi balón debajo del brazo y mi metro sententa raspado (igual seguimos) por las canchas del barrio para ver si podía seguir jugando con los mayores. De vez en cuando, pasaba: me señalaban amistosamente con el dedo desde la cancha, y me decían, venga chaval, juega con nosotros.

Una maravillosa sensación que ahora repito una vez por semana gracias a que estos truhanes, por la que les doy las gracias.
Me dejan jugar con ellos, y eso es muy grande.

2 comentarios:

  1. Qué veraniego veo el formato de tu blog :D

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  2. Variatio delectit, que decía Cicerón. Yo es que lo mudo (casi) todo de cuando en cuando o me pudro. Es un poco agobiante, pero de alguna forma, he conseguido controlarlo.

    Más o menos

    Abrazos

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