Hesíodo cuenta en su Teogonía cómo fue la gestación de Atenea: cuando llegó el momento del parto, Zeus sintió un tremendo dolor de cabeza y, por no tener analgésicos a mano, pidió a Hefesto, Dios del fuego, que se la partiera de un hachazo. Hefesto era un tipo bien adiestrado; Auden apuntaba a que, quizás por ser cojo y cornudo, fue al único dios que le dio por trabajar. El caso es que, ni corto ni perezoso, aquél alzó el hacha, partió en dos la testa del rey de los dioses olímpicos, y anonadado contempló cómo de ella emergía Atenea, ya adulta, vestida para la guerra (informal pero arreglá), con casco, lanza, coraza, escudo y todos sus avíos.
Cuando mi Atenea llegó pude advertir con toda nitidez un resquebrajamiento sobre la misma zona craneal, y además algo que me atravesaba el pecho, como si me grapasen el corazón. No se trata de una metáfora: todavía, si cierro los ojos, puedo oír el chasquido, como un latigazo, puedo sentir de nuevo el sobrecogimiento a poco que me concentre en aquel instante inaudito en el que ella asomó por entre las piernas de su valiente madre llorando, como mandan los cánones, berreándole a sus creadores pero qué me habéis hecho, desalmados, con lo bien que estaba yo adentro. Nuria, arrasada como un servidor por las lágrimas, la jaleó por lo bien que se había portado en el acto, y le prometió, a modo de premio, un hermanito para muy pronto, una promesa que sólo tardaría unos cuantos meses en cumplir. Así de chula y de cumplidora es mi costillita.
Tardó dos noches en portarse bastante peor, y otras dos semanas en hacerlo rematadamente mal. ¡Qué poquito dormía la criaturita, y con cuánto sobresalto! Y qué tragedia –griega- cada vez que tocaba acostarla: se te encaramaba como una alimaña al pecho y te arañaba la cara cual si la estuvieras matando de tantas ganas que tenía de no cerrar los ojos y beberse el mundo en derredor. Dormir, pensaba, un poco como su padre, es de cobardes; un mal necesario que ella estaba dispuesta a reducir a su mínima expresión. Y vaya si lo hizo. Durante casi dos años.
Comer tampoco comía mejor, y llorar ha llorado desde siempre como una bendita magdalena. Pero hay que admitir que el resultado de tanto desvelo y tanta brega está siendo inmejorable. Las meninges las tiene engrasadas que es un gusto, y las ideas le brincan todo el rato ahí adentro con frenesí. Tiene el corazón en carne viva de su madre, sólo que sin domesticar: no hay persona a unos metros a la redonda cuyo estado de ánimo le sea ajeno. El mundo es para ella una sucesión de alegrías explosivas y desgracias irresolubles, dentro de un tono general la mar de positivo y campechano. Ella no quiere, sino que ama, ni se divierte, sino que se entusiasma. Sólo de pensar en su pubertad se me acelera el pulso y a la vez se me cuela una sonrisa. Lo vamos a pasar en grande con la pendeja, y de paso y casi seguramente con los pendejos que vengan a rondarla.
Con su escaso lustro respirando, Claudia ya ha dejado un puñado de anécdotas que hacen justicia al sobrenombre que le he puesto. Mi preferida es de cuando apenas tenía tres años, porque de alguna manera la define. Estábamos viendo la película “Los Increíbles” y salía una escena en la que al malo, el untuoso Buddy, explicaba sus maléficos planes para sojuzgar el planeta. Su hermano, sentado justo a su lado, le soltó al malvado una serie de improperios, por torcido y malencarado. Pero Claudia le reprendió suavemente: “Daniel, el nene no es malo, tiene problemas”. Creo haber dicho que tenía tres añitos, la querubina.
Atenea es la diosa de la razón, de la sabiduría y también de la inteligencia y la estrategia. La lógica, la prudencia y la justicia viven encarnadas en ella; como su santa patrona, esta criatura que pronto hará sólo seis años puede fulminarte con un razonamiento, exasperarte con sus interminables negociaciones y su competitividad extrema o derribarte con una llamada al orden de este talante: “Papá, no te agobies, no merece la pena”. Mirada condescendiente incluida.
Obervadla bien y decidme que mi Claudia, como decía Homero al respecto de la diosa, no tiene los ojos glaucos. Por las noches la beso detrás de la oreja y le rasco con mimo su diminuta pero creciente espalda mientras le susurro -y le ruego -que se relaje y se duerma y ella me dice que soy el mejor “acariciador del mundo”, que nos ama, y que por nada del mundo querría tener unos padres distintos.
Y entonces, de pronto, pase lo que pase, todo está bien para mí.
PD. Otro día, cuando me reponga de la emoción, le tocará el turno al astuto y hermoso Ulises (nuestro Daniel)
La verdad es que me he emocionado al leer esto casi tanto como tu al escribirlo; la de litros de baba que te habran brotado!!!!!!
ResponderEliminarEn la niña pueden descubrirse rasgos de su progenitor, pero afortunadamente para ella se parece mas a la madre......
Con esa corta edad y esas respuestas no diria yo que pueda ser algo mas inteligente que la media...
Tiene que ser grande ser padre; yo que soy tio de 5 sobrinos (el ultimo hace un mes) me sorprendo del amor que se tiene por esos pequeños bajitos.
Al ver lo que decias no he podido evitar pensar en la creativa Miriam, el "bruto" jaime, la genial ines, el adelantado rodriguo y Javier , el nuevo....
Si un sobrino te recompensa con un abrazo, un hijo tiene que ser para morirse!!!!
Eurípides dejó escrito, en Andrómaca, esto (siento ponerme tan insoportablemente griego): "Para todos los hombres, los hijos son la vida. Quien, inexperto de ello, lo censura, sufre menos, pero es feliz gracias a una desgracia"
ResponderEliminarCreo que ahí está aglutinado todo. Y de eso hace ya 2500 años del ala.
Yo debo ser uno de los pocos padres que conozco a los que la inteligencia de sus hijos le trae absolutamente sin cuidado -dentro de unos mínimos, que me consta que rebasan. Y eso es porque sé que la clave de su felicidad y de lo provechosa que sea su vida van a depender mucho más de su coraje, su sensibilidad, su valentía y sus ganas que de su neocortex.
Con una inteligencia de andar por casa se puede llegar a cualquier parte. Si lo sabré yo...
Por supuesto que con una inteligencia suficiente se puede ser feliz, pues de hecho a veces el exceso de la misma produce precisamente lo contrario.
ResponderEliminarPero tambien defiendo que si la inteligencia es grande, lo bueno es aprovecharla.(la parabola de los talentos me gusta..)
Hay un autor que me encanta llamado Malcolm Gladwell en cuyo libro " Fueras de serie" analiza una serie de ideas por las que se llega a triunfar.(habla de the beatles, bill gates y gente por el estilo, asi que imaginate el concepto de triunfar del que habla.). El libro me interesa no por el hecho de triunfar que para mi es otra cosa, sino por que analiza cosas muy curiosas.(son muchos factores juntos y muy curiosos).
Creo que tu libro sobre la felicidad seria una especie de " Fueras de serie" lo que pasa es que el lo enfoca al triunfo y tu vas a algo mucho mas importante que es la felicidad.
La verdad es que no puedes hacer nada mejor que pensar como ayudar a que tus hijos sean mas felices, porque el triunfar es precisamente eso aunque esta sociedad no lo entienda.
De este autor he leído Blink! (que no sé si traducido es el que comentas) y otro que no recuerdo. Es ingenioso, pero me dejaron algo frío...
ResponderEliminarSardá... ¡¡¡que me pongo tierna!!! Me doy por aludida al 100% con la frase de Eurípides. Touché. ¿Se escribe así?
ResponderEliminarEres uno de los hombres más cariñosos que conozco, y el cariño se da y se recibe de vuelta, como un boomerang. Tu niña tenía que ser así, un amor. Me la comía, y eso que no la conozco...
Besos, corazón.
Hola guapa
ResponderEliminarLo bueno de Eurípides es que no lo deja claro, porque, efectivamente, no está claro. Personalmente, pienso que la gente que ama muchísimo está servida, incluso sin niños. Eso sí, la experiencia es único.
Muchos besos