Ocurrió como tantas otras veces. Cuarto de baño de la empresa que me acoge amorosamente hace va para 13 años, coincidencia en el mismo con mi amigo Pablo, cruce de interesantes comentarios. Y entonces, esa pregunta, que él no hace, como tantos otros, por alterar un incómodo silencio, sino por genuino interés (ya dije que es mi amigo):
¿Y a ti como te va?
Una pregunta muy importante, francamente. De verdad que es llamativo que muchas de las mejores conversaciones -aunque sean cortas- y productivísimas e improvisadas reuniones tengan lugar en el mingitorio. A mi por lo menos me pasa. De modo que se me ocurre que algún día debería escribirse un libro sobre "la filosofía del WC" -algo entre Sade y Kant, más o menos.
Pero no quiero perder el hilo; ¿me va o no me vabien?, esa es la cuestión. El caso es que entonces entendí y a la vez recordé -y así se lo largué- que a mi me va bien porque he decidido que así sea. Esta afirmación a quemarropa requiere una aclaración inmediata, porque así dicha pudiera parecer que el último atracón de Bernabé Tierno que me he metido se me ha subido a las meninges, o que escribo bajo los efectos de algún otro estupefaciente, o las dos cosas juntas.
Para empezar, no se me acaba de ocurrir, y por lo mismo, esta postura no es futo del arrebato y espero esté para quedarse. Es un actitud fundada en lo poco que voy aprendiendo de la vida, y que está encaramada, como tupida enredadera, a los valores fundamentales según los cuales la voy viviendo. Si tuviera que resumirlos los contaría así:
Uno, en plan Eclesiastés: todo es vanidad (y no hay nada nuevo bajo el sol)
Dos, à la Epicuro: no hay mayor pecado que no saber saborear la vida mientras ésta no te maltrata a fondo
Tres, pagando tributo a Maslow: si "la experiencia no es lo que te pasa sino lo que haces con lo que tepasa" (y eso lo constantan los viejos necios que existen -esos que dicen estupideces "desde la atalaya de los años) entonces, convendrán conmigo que no hay mayor homenaje a los que sufren que disfrutar cuando nada te lo impide
Cuatro, puesto en modo zen total: la vida es una experiencia a plenificar, no un problema a desentrañar (profundas decepciones esperan a quienes se aproximan a la filosofía con ánimo de encontrar soluciones)
Cinco (y aquí corto), de la mano de Virgilio: fugit irreparabile tempus, o sea, que se nos hace tarde para lamentarnos más de lo imprescindible, tarde para no estar disfrutando, porque la señora de la guadaña -la muy perra- aguarda
En su regla número ¡13! para El arte de ser feliz, Schopenhauer escribe: "Quien está alegre, siempre tiene motivo para ello, a saber, justamente el de estar alegre". Luego continúa exhortándonos a no ponerle trabas a la alegría cuando llega, y a recalcarnos que, frente a la riqueza, el poder u otras zarandajas, la alegría es la ganancia más segura.
Así es que sí: lo he pensado mucho y muy detenidamente y he decidido que, mientras la vida no me de un guantazo de Padre y Muy Señor Nuestro, este que escribe va a estar de estupendamente para arriba. Advierto al que se quiera subir a este carro, que me tiene casi todo el día ebrio de felicidad, que la cosa cuesta lo suyo. Aunque igual les confieso que una vez alcanzada la velocidad de crucero, es difícil que ninguna nimiedad o/y soplagaitas lo ralentice a uno ni una pizca.
A este punto no se llega sobre todo leyendo a Epicteto, Lao-Tse o Boecio (aunque ayudar ayuda). Se llega más que nada abriendo las orejas de par en par y relacionándose empáticamente con el mundo, que está lleno de cosas banales, pero también tremendas. Para esto, como para muchas otras cosas, me viene muy bien estar casado con mi santa. Ella, como terapeuta, se enfrenta de continuo con asuntos pavorosos. Así, si de pronto la cuenta se queda de nuevo (la muy puerca) en números rojos, a Hacienda le da de nuevo por tentarme los belfos o, todo junto, el informe que me ha pedido la dirección me ha quedado hecho una mierda, yo voy y me acuerdo de su paciente con una enfermedad degenerativa al que le queden meses, o a ese otro al que han destrozado las drogas, y al de más allá al que su media naranja lo ha dejado en la estacada. Ella, por supuesto, tan hipocrática como es, nunca me da nombres, pero ni falta que hace, porque esas historias, al fin y al cabo, están por todas partes.
Lo que pasa es que se nos olvida. Y de pronto, la junta de culata espachurrada, el grito a destiempo de nuestro jefe o la enésima cagada del balompédico equipo de nuestros amores nos caga el jueves, el martes o el domingo, y todo se pone rancio, gris, obscenamente torcido.
Pues a mi no se me va a olvidar. Traduzcan esto por: me voy a dejar el alma en el empeño en, por puro respeto a los que sufren de veras, por mi y por los demás (que no son entes tan distantes ni distintos), no torcerle el gesto a la vida. La alegría no es un lujo y menos aún un empeño futil. La alegría es una obligación y una devoción.
Fue Spinoza el que anudó todo ello con el planteamiento ético de la vida al decir que la VERTU (virtud) era una suma de GAUDIUM (alegría) y FORTITUDO (fortaleza). Esa frase ha estado todo el tiempo ahí, delante mía, casi 20 años, sin que comprendiera muy bien si eso era todo a lo que se refería, o si escondía otros arcanos principios que algún día yo llegaría a desvelar. Pero ahora pienso que se refería sólo a eso, nada más que a eso, y que, de puro simple, ser alegre y ser fuerte es acaso lo más difícil pero a la vez lo más importante a la hora de vivir.
Así las cosas, y esto muy en plan Tao, voy comprendiendo que la vida es un camino de desprendimiento más que de adquisición (cosas, conocimientos, da igual), esto es, una progresiva simplificación cuajada en alegría y fortaleza. Dos programas vitales, dos actitudes, dos disposiciones únicas que sirven para todo, para todos y para todo el tiempo: ser alegre y ser fuerte. Dos programas que, naturalmente, se retroalimentan, porque sólo el que ha sido alegre goza de la energía suficiente para afrontar con garantías las estocadas que la vida, inexorablemente, nos va asestando.
El programa número 2 lo entreno también todo lo que puedo. Hay mucha gente que cree que pensar y relacionarse con la muerte, el dolor y el sufrimiento debilitan. Nada más lejos de la verdad. Séneca decía con mucho tiento que lo que nos agobia es siempre el miedo a lo inevitable y no lo inevitable en sí. Porque en el fondo sabemos que es inevitable. Así es que, si nos juntamos más a menudo con esas cosas, ocurre que les vamos perdiendo el miedo. Las naturalizamos.
Una vez que las tenemos justo en la jeta, la fortaleza consiste, en lo básico, en implementar el consejo de Federico (Nietzsche): para las cosas malas, como en la ducha fría -entrar rápido, lavarse pronto y salir tan rápido como se pueda. Todo ser humano que tenga sangre en las venas ha de expresar dolor y ha de sentir dolor por la muerte o la enfermedad o el declive de aquellos a los que quiere (y eso le incluye a él mismo). Pero hay un arte del todo necesario que conviene ejercitar aunque no esté (si es que alguno vez lo estuvo) de moda, y es el de la resignación. Dicho en palabras del ameno Lou Marinoff: el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.
Así es que sí, rotundamente: me va no ya bien, sino de coña. La sonrisa, para mi, no es terapia, ni es pose, sino que es mi opción. La celebérrima y diminuta y hermosa canción ya lo cuenta, si uno quiere escuchar, sin necesidad de tragarse las obras completas del divino Baruch: "when you're smiling, the whole world smiles at you". Aparte, faltaría más, me estoy poniendo mis abdominales emocionales e intelectuales como una tabla para cuando venga el puñetazo, que la vida siempre cocea. Entonces, veremos de qué pasta estoy hecho. Mientras tanto, aquí me tienen, hasta las trancas de felicidad.
Y eso pese al Calentamiento Global y Zapatero y Hugo Chávez y el mosquito Tigre y ... (¡y qué más da!)
Desde luego que me subo al carro de que la alegría es una obligación y una devoción.Es un placer leerte,me encanta como escribes...y felicidades a Claudia y David por ese padre tan especial
ResponderEliminarMuchísimas gracias
ResponderEliminarYo talento el justo, pasión para regalar (y con esos bueyes habrá que arar)
Bueno, estoy totalmente de acuerdo contigo y lo que refleja, aunque ya lei algo de esto en un gran libro aun no publicado.(el tuyo).
ResponderEliminarPor cierto, aunque lo conozcas lo comentare.
Dicen que al principio de los tiempos se reunieron todos los Dioses y pensaron donde esconder la felicidad.
Unos defendian esconderla en lo alto de los montes (de ahi la tendencia a la escalada), otros mejor en el fondo del mar.
Al final el Dios mas sabio dijo: la esconderemos donde nadie jamas buscara. ¿donde? respondieron el resto de Dioses.
Dentro de el, seguro que alli jamas la encuentra.
un abrazo
Esta la conté hace poco a unos chavales en un instituto; una experiencia que me ha encantado, que ojalá repita. La hice con Gea, Eolo, Zeus y Poseidón (y otros chicos del montón), aunque creo que el original es de la India.
ResponderEliminarUn abrazo