sábado, 2 de octubre de 2010

Olor a dignidad


Jornada importante, de las que no se olvidan, la que montó la honorable Fundación Adecco mano con mano con Brenntag el pasado martes. Fue mucho más que un rato agradable entre amigos y gente buena (en el buen sentido de la palabra, que diría Machado). Con el deporte adaptado como excusa, se tendieron puentes, se estrecharon lazos, se educó a los más pequeños y a sus mayores.
El deporte es competir y compartir -dos capacidades básicas en la vida. Por eso su presencia tendría que ser aumentada en los colegios, y por eso no debería abandonarnos en nuestra vida laboral. Siempre se compite contra uno mismo: el rival nos ofrece la preciosa oportunidad de mejorarnos. Y el juego tiene sentido sólo en la medida en que se comparte con los demás. Si no sabes competir y compartir es muy posible que te vaya mal en la vida -y es seguro que te irás de este mundo como un perfecto idiota. Lo que ocurre es que esta clase de lecciones mal se aprenden en los libros, y con suma facilidad, para el que lo estima oportuno, en la convivencia.

No voy a ser tan presuntuoso como para pretender que sé cómo se sienten mis hermanos de Mater et Magistra, o cuánto sufre un invidente en su devenir diario, por el hecho de haber pasado siete horas con aquellos o haberme puesto unas gafas oscuras y empuñado un bastón. Ni antes ni después - no puedo saber cómo es ser discapacitado. Toda la empatía de la que soy capaz sólo me da para atisbarlo. Pero sí que barrunto lo que no les hace maldita la gracia; les propongo un personal ejemplo deportivo, ya que estamos.

Nosecuantos de marzo de 1987. Liga interna del Insituto Herrera, disciplina: baloncesto. Somos un grupo variopinto de 8 pollos de muy distinto plumaje - voluntariosos, desparejados, bastante poco hábiles, pero orgullosos de conformar un equipo. Enfrente, 8 mostrencos de atléticas maneras, un grupo de alumnos que entrena día sí día también en uno de esos clubes privados sevillanos de postín. Una máquina baloncestística bien engrasada, para que nos entendamos. Ellos deciden hacer, el partido completo, presión en toda la cancha; nosotros perdemos unos cuarenta balones; ellos nos regalan una galería completa de triples, pases por la espalda y mates; nosotros perdemos por 212 a 44 (no, no es un error tipográfico). Pero lo que viene al caso ocurre a mediados de la primera parte: he metido un par de triples (in-your-face), estoy calentito, y entonces se me ocurre que, qué diablos, ahora voy a presionar yo. Así es que me planto delante del musculitos de turno para impedirle que saque de fondo, y a él, tan perispuesto y entrenado, resulta que la cosa le hace mucha gracia. Así es que finge que se equivoca y prácticamente me entrega el balón en las manos, sonriendo. Yo tomo la bola, muy serio, le miro un segundo a los ojos, y se la tiro con rabia al pecho, al tiempo que le advierto: saca lo mejor que sepas, y no me toques las narices.

Aquel día estuve a un pelo de que me las reventaran (las narices, digo), pero me hubiera dado igual. Salvo en el caso de que seas un malnacido, no hay sitio para la lástima en una cancha de baloncesto. Tampoco debería haberla en el ámbito de las empresas o de las instituciones públicas. Y aunque no sea muy elegante presionar a toda cancha a una panda de pardillos cuanto tú vas para émulo de Michael Jordan, hasta eso es mejor que escenificar la bajeza de sentir pena por quien, lo creas o no, marcará sus canastas durante el partido. Perderá, sí; no tendrá, quizás, tu BMW de 80.000 euros, ni tu engolada tarjeta de empresa, ni tus preciosos hijos de diseño, ni tus vacaciones en yate, pero perderá como un ser humano, peleando.

Séneca, tan brillante, tan suyo, y según algunos, tan deshonesto, le puso no obstante las palabras más hermosas a esto que cuento, y de hecho me acordé de ellas en algún que otro lance de la jornada:

"Aunque otros ocupen los primeros puestos y a ti la suerte te haya colocado en la reserva, milita desde allí con tu voz, tus arengas, tu ejemplo, tu espíritu: incluso, cuando le han cortado las manos, encuentra en la batalla qué aportar a su partido el que, a pesar de todo, se mantiene en pie y ayuda con gritos"

En tiempos de gran desorientación laboral -y de muchas otras clases- como las que vivimos, acaso no sea mala idea escuchar lo que gente como Paco -gran pelotero- o Jose -generoso compañero- de la asociación Mater et Magistra nos está gritando: que aunque, como dijera el filósofo cordobés, la fortuna les haya cortado las manos, ellos no van a dejar de luchar, de hacer sociedad, y de pedir que les pasen la bola de vez en cuando para aportar lo mucho que llevan dentro. Aún se pueden hacer muchas cosas sin manos, siempre que haya voluntad al otro lado de esta ignominiosa -y casi siempre invisible- pared que hemos levantado entre "capacitados" y "discapacitados".

Cuando llegué a casa, tras la jornada, noté una sensación extraña adherida al cuerpo. Un perfume embriagador que me hacía sentir bien, lleno. Era el perfume de la dignidad que trajeron las personas de Mater et Magistra, los monitores, mi amigo Jose de Adecco. Una fragancia que mis hijos, como los de los demás, no percibieron, porque andan impregnados en ella desde que nacieron. Somos los adultos los que a menudo extraviamos el aroma conforme envejecemos, y por eso se agradece tanto que nos lo recuerden, siquiera de cuando en cuando.

4 comentarios:

  1. Muy interesante el articulo y coincido contigo.
    Pero me quiero detener en el partido del Fernando de Herrera. Si no me equivoco ese partido fue en 2º de Bup y estaba yo dentro del equipo. (Si me equivoco tuviste dos palizas en ese tiempo...).
    ¿ recuerdas el resultado¿ ¿ lo apuntaste ?
    tengo sana curiosidad...
    que tiempos aquellos...

    ResponderEliminar
  2. Ciertamente fue ese dia, pues recuerdo un incidente tuyo aunque no lo situaba en torno a lo que comentas.
    Tios corriendo a toda cancha, presionando a unos jovenes sin preparacion fisica y practicamente nula vision ajedrecista salvo alguna excepcion como el capitan.
    Que dia...

    ResponderEliminar
  3. Pues claro Raúl, tú compartiste la paliza. Y el resultado es el que digo -¿cómo iba a olvidarlo?- Y, ciertamente, las derrotas enseñan más que las victorias.

    Un abrazo

    PD Bueno, tan jóvenes no. Acuérdate del sujeto auto-motejado de "Georges Michael". Menudo pájaro, ¿qué habrá sido de él?

    ResponderEliminar
  4. Bueno, yo olvide el resultado aunque recuerdo perfectamente como presionaban los hijos de su madre....
    Del tal sujeto no recuerdo....
    La memoria como bien sabes es selectiva...
    estoy de acuerdo, se aprende mas de las derrotas que de las victorias con una condicion: uno quiera aprender.

    un abrazo

    ResponderEliminar