Como dicen los anglosajones, lets put first things first:
gilipollas adj./s. com. vulg. Se aplica a la persona que es tonta, estúpida o excesivamente lela.
Así las cosas, lo que estoy diciendo es que nuestra naturaleza nos empuja, subrepticiamente, a ser cada día un poquito más gilipollas, y que solamente un esfuerzo denodado, constante y decidido, puede aparatarnos de esa indeseablemente senda. Lo que afirmo, y además he visto muchas veces, es que la propensión a tomarnos demasiado en serio crece con los años, conforme mengua nuestra importancia real y nos aproximamos a la muerte, y que la ley del mínimo esfuerzo y el acomodamiento, normas supremas en lo que respecta al animal humano, obran el resto para que el milagro cuaje y nazca cada día un nuevo gilipollas.
Resulta tan sencillo sobreestimarse y regodearse en lo poco que uno sabe y despreciar lo muchísimo que se ignora que el movimiento natural del hombre es justo en dirección contraria al de la sabiduría - sólo sé que sé mucho de ciertas cosas (mientras, en alguna parte, Sócrates se ríe a pierna suelta). Traspasar la barrera de esta especial tontería coincide muchas veces con ese especial momento en el que uno suele llegar a su máximo nivel de incompetencia -cuando se lo promociona a uno para jefe de algo. Otras veces, simplemente, es el fruto de un millar de pequeñas vanidades, que un buen día, cuando se suman, resulta que nos han trasportado a otra fase, a otro nivel -el de la gilipollez. Y entonces resulta que nos repanchingamos, oteamos el horizonte desde nuestra planta baja que a nosotros nos parece el último piso del Empire State Building, y decidimos casi sin saberlo que ya poco saber útil nos queda por catar. Nos gustamos, damos consejos, transpiramos sabiduría por cada poro, y nos maravillamos de que, quienes nos rodean, no parezcan escucharnos y nos apliquen tan poco.
gilipollas adj./s. com. vulg. Se aplica a la persona que es tonta, estúpida o excesivamente lela.
Así las cosas, lo que estoy diciendo es que nuestra naturaleza nos empuja, subrepticiamente, a ser cada día un poquito más gilipollas, y que solamente un esfuerzo denodado, constante y decidido, puede aparatarnos de esa indeseablemente senda. Lo que afirmo, y además he visto muchas veces, es que la propensión a tomarnos demasiado en serio crece con los años, conforme mengua nuestra importancia real y nos aproximamos a la muerte, y que la ley del mínimo esfuerzo y el acomodamiento, normas supremas en lo que respecta al animal humano, obran el resto para que el milagro cuaje y nazca cada día un nuevo gilipollas.
Resulta tan sencillo sobreestimarse y regodearse en lo poco que uno sabe y despreciar lo muchísimo que se ignora que el movimiento natural del hombre es justo en dirección contraria al de la sabiduría - sólo sé que sé mucho de ciertas cosas (mientras, en alguna parte, Sócrates se ríe a pierna suelta). Traspasar la barrera de esta especial tontería coincide muchas veces con ese especial momento en el que uno suele llegar a su máximo nivel de incompetencia -cuando se lo promociona a uno para jefe de algo. Otras veces, simplemente, es el fruto de un millar de pequeñas vanidades, que un buen día, cuando se suman, resulta que nos han trasportado a otra fase, a otro nivel -el de la gilipollez. Y entonces resulta que nos repanchingamos, oteamos el horizonte desde nuestra planta baja que a nosotros nos parece el último piso del Empire State Building, y decidimos casi sin saberlo que ya poco saber útil nos queda por catar. Nos gustamos, damos consejos, transpiramos sabiduría por cada poro, y nos maravillamos de que, quienes nos rodean, no parezcan escucharnos y nos apliquen tan poco.
Erudicion, s. Polvillo que cae de un libro a un cráneo vacío (Ambroise Bierce)
Otras veces aparenta que tuvimos más suerte, esto es, que los otros muestran más perspicacia y saben aprovechar nuestra compañía en lo que vale. Nos rodea cada vez más gente que nos regala el oído, que muestra una razonabilidad de la que no cabe duda, porque su juicio coincide las más de las veces con el nuestro. Este fatal suceso nos reafirma en nuestra inatacable estulticia, apuntala nuestras defensas, alicata nuestras dudas, y perpetúa, cauterizando nuestras maltrechas redes neuronales, nuestra proverbial tontería.
Los cuervos devoran a los muertos y los aduladores a los vivos (Antístenes)
Los cuervos devoran a los muertos y los aduladores a los vivos (Antístenes)
Y así va uno erigiendo muros que lo protejan del esfuerzo de replantearse (o meramente plantearse) lo que uno es, para qué merece la pena estar aquí, y un poco de que va toda esta vaina. Todo lo propio es bueno y lo ajeno, un amenaza. El hijo propio suspende matemáticas porque el profesor no lo entiende o porque provoca que se aburra - y el ajeno fracasa, seguramente, por un ambiente familiar desordenado. A todo lo de los demás le sobra un poco o le falta otro tanto, o falla en mucho, porque no se parece a lo que nosotros, que todo nos va bien, tenemos. La gente no es feliz porque no quiere, y el mundo, una sencilla ecuación que nosotros ya hemos desentrañado.
También se pega uno más con el tiempo al dinero, al situado, al supuesto exitoso. Hacen más gracia los que tienen más que los que se han equivocado. El gilipollas que se precie prefiere las fiestas de alfombra roja al amable felpudo del que le tiende la mano desde siempre. Nos desvivimos por esos quince minutos de gloria, por un hueco en cualquier foto, por un pedazo de paraíso de neón, aunque captemos su olor a rancio. El que se mueve, ya se sabe... Confundimos la suerte con la razón, la ostentación con el éxito y el bienestar con la felicidad.
Y regamos todo ello con abundantes dosis de gregarismo, de conformismo, de sumisión. Hay que pagar un precio (¡vaya si lo sabemos!), pero metemos la mano trémula en los bolsillos y abonamos la cuota, que lleva por nombre rendición. A lo que dirán los vecinos, nuestro jefe, nuestro suegro, el concejal del pueblo, quién sabe quién más. "Es peligroso tener razón cuando se equivoca el gobierno", nos repetimos. Y fundamos una colonia más de ese Estado Totalitario llamado Cinismo, proclamando, como todos (¿no?) que igual da ocho que ochenta, que si no roban éstos robarán los otros, que el mundo es igual en todas partes, y que al fin y al cabo, para que engañarnos, todo es cuestión de oportunidad y nada lo es de principios.
Creo que nada señala mejor el irresistible avance de la gilipollez que la incapacidad sobrevenida para reírse de uno mismo. Hay gente que desarrolla la enfermedad desde muy temprano, pero justo es decir que las pústulas y las marcas ulcerosas suelen salir conforme se envejece, se hace dinero, se acumulan posesiones, cargos y vanos honores. Antes era el color de la toga - ahora puede ser salir en éste o aquel programa, convertirse en ministro o ser asesor de imagen de uno. Tanto da; la cuestión es que ya no se expone uno al saludable escarnio de los demás, que se reacciona agrio y a destiempo a las críticas, que se atrinchera uno, en suma, en lo poquísimo que cree saber para que nadie se lo dispute. Desaparece la risa y con ella el buen juicio, la amistad sincera, y una fuente ireemplazable de salud mental.
No existen remedios infalibles contra el mal creciente de la gilipollez. Por todos lados acecha, se alía con las canas, hace buenas migas con los achaques y puede apostarse sin riesgo que se sufrirá tarde o temprano a menos que se tomen serias cartas en el asunto. Expondré el remedio que se me está aplicando: emparejarse con alguien perfectamente dispuesto a no adorarlo a uno. Alguien que te confronte, que te mueva el asiento, que te estime en lo que seas antes de en lo que crees que mereces, que te soporte cuando caigas pero que no ande arrojando pétalos fragantes a tu paso. Lo digo a sabiendas de que hay otras medicinas que pudieran valer, porque, en definitiva, me parece que la presencia de una persona que te quiera de veras, que te haga de espejo y te muestres las miserias (y, mucho menos, las virtudes), resulta más o menos imprescindible, de forma que se encuentra, en mayor o menor proporción, en todas las formulaciones.
P.S. Larga vida a Montaigne.
El hombre no conoce la maldad de su hijo ni la riqueza de su cosecha (Proverbio chino)
También se pega uno más con el tiempo al dinero, al situado, al supuesto exitoso. Hacen más gracia los que tienen más que los que se han equivocado. El gilipollas que se precie prefiere las fiestas de alfombra roja al amable felpudo del que le tiende la mano desde siempre. Nos desvivimos por esos quince minutos de gloria, por un hueco en cualquier foto, por un pedazo de paraíso de neón, aunque captemos su olor a rancio. El que se mueve, ya se sabe... Confundimos la suerte con la razón, la ostentación con el éxito y el bienestar con la felicidad.
A un hombre bueno lo creerás fácilmente, a uno poderoso con gusto (Tácito)
Y regamos todo ello con abundantes dosis de gregarismo, de conformismo, de sumisión. Hay que pagar un precio (¡vaya si lo sabemos!), pero metemos la mano trémula en los bolsillos y abonamos la cuota, que lleva por nombre rendición. A lo que dirán los vecinos, nuestro jefe, nuestro suegro, el concejal del pueblo, quién sabe quién más. "Es peligroso tener razón cuando se equivoca el gobierno", nos repetimos. Y fundamos una colonia más de ese Estado Totalitario llamado Cinismo, proclamando, como todos (¿no?) que igual da ocho que ochenta, que si no roban éstos robarán los otros, que el mundo es igual en todas partes, y que al fin y al cabo, para que engañarnos, todo es cuestión de oportunidad y nada lo es de principios.
Un cínico es una persona que sabe el precio de todas las cosas pero ignora el valor de cada una de ellas (Oscar Wilde)
Se nos olvida, en algunos casos terribles para siempre, que la vida, magistra vitae precisamente, siempre abre más caminos que clausura, al menos cuando se la experimenta como es debido, esto es, sin ínfulas, con la inocencia de un niño, cogiendo el mocho cada noche si procede para re-descubrirse humano, finito, frágil, mudable, - y a un tiempo, por qué no, sublime y único. Una experiencia que suele llegar tarde para el gilipollas muy adentrado en su senda, pero que al que sabe aprovecharla, le cambia la vida. "De vez en cuando la vida", como cantaba Serrat, nos pega un revés, se rompe el hehchizo, y entonces se nos quita la tontería acumulada durante años. La adversidad (per angusta ad augusta) instruye al gilipollas más recalcitrante, ya sea para hundirlo o para ponerlo en la casilla de salida. Esto depende ya de cada uno, de cuánto orgullo esté uno dispuesto a desprenderse para admitir que la pifió, que se ha equivocado, y que le gustaría tener otra oportunidad.Gozad del sol, de la pagana
luz de sus fuegos,
gozad del sol, porque mañana
estaréis ciegos
(Rubén Darío)
luz de sus fuegos,
gozad del sol, porque mañana
estaréis ciegos
(Rubén Darío)
Creo que nada señala mejor el irresistible avance de la gilipollez que la incapacidad sobrevenida para reírse de uno mismo. Hay gente que desarrolla la enfermedad desde muy temprano, pero justo es decir que las pústulas y las marcas ulcerosas suelen salir conforme se envejece, se hace dinero, se acumulan posesiones, cargos y vanos honores. Antes era el color de la toga - ahora puede ser salir en éste o aquel programa, convertirse en ministro o ser asesor de imagen de uno. Tanto da; la cuestión es que ya no se expone uno al saludable escarnio de los demás, que se reacciona agrio y a destiempo a las críticas, que se atrinchera uno, en suma, en lo poquísimo que cree saber para que nadie se lo dispute. Desaparece la risa y con ella el buen juicio, la amistad sincera, y una fuente ireemplazable de salud mental.
Evitemos la filosofía que no ríe, el saber que no hace objeciones y la grandeza que no se inclina ante los niños (Khalil Gibran)
No existen remedios infalibles contra el mal creciente de la gilipollez. Por todos lados acecha, se alía con las canas, hace buenas migas con los achaques y puede apostarse sin riesgo que se sufrirá tarde o temprano a menos que se tomen serias cartas en el asunto. Expondré el remedio que se me está aplicando: emparejarse con alguien perfectamente dispuesto a no adorarlo a uno. Alguien que te confronte, que te mueva el asiento, que te estime en lo que seas antes de en lo que crees que mereces, que te soporte cuando caigas pero que no ande arrojando pétalos fragantes a tu paso. Lo digo a sabiendas de que hay otras medicinas que pudieran valer, porque, en definitiva, me parece que la presencia de una persona que te quiera de veras, que te haga de espejo y te muestres las miserias (y, mucho menos, las virtudes), resulta más o menos imprescindible, de forma que se encuentra, en mayor o menor proporción, en todas las formulaciones.
No necesito un amigo que se cambie y asienta conmigo (pues mis sombra hace mejor esas cosas) sino que diga la verdad conmigo y me ayude a decidir (Plutarco)
P.S. Larga vida a Montaigne.
¡Muy interesante y divertido! Mucho humor y realidad hay aquí ¡Me gusta! Un saludo hermano
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