domingo, 7 de marzo de 2010
El deber de soñar despiertos
Hay un montón de gente, demasiada según parece, que sostiene por estos parajes que tramar sueños es cosa inútil e impropia de adultos hechos y derechos, experimentados, cabales. Nada más lejos de la realidad: soñar no es sólo imprescindible para cuajar una vida feliz, plena, sino que resulta ser una obligación ética para con la comunidad que nos acoge. Hasta el punto de que las sociedades en las que la tasa de sueños decae dramáticamente -como creo, es nuestro caso-, los problemas, más o menos graves, no tardan en aflorar.
El ser humano es el animal que hace planes. así cazamos a los mamuts y a casi todas esas bestias que nos superaban y superan en casi todo, menos en intelecto. Paul Valéry comentaba con tino que la función de una mente es precisamente esa, fabricar futuro. Sin planes y sueños no hay esperanza, y ni siquiera hombres, si hemos de hacerle caso al Bardo de Avon. Pero en la rancia piel de toro que a veces sale a flote, el soñador es bueno, eso mismo, un pobre soñador.
En la -un tanto fallida, pero a su modo hermosa- "Nine", a su protagonista, el ensimismado Guido, le larga la verdad su eficaz secretaria: déjate de monsergas, chaval, y haz una película sobre lo que a la gente le importa, que no es sino reír, amar y soñar. Pero mientrar que lo de reír y amar, aunque no lo practiquemos cuanto debiéramos, no se nos olvida ensalzarlo, con muchísima más frecuencia desdeñamos el valor de soñar despiertos. Y así nos luce el pelo: un arrobamiento extremo carcome la "sociedad del bienestar", que a la postre se traduce casi siempre en la cultura del "ya está bien de seguir soñando". En otras partes del globo, sus religiones y culturas (el protestantismo u otras combinaciones) les impelen un tanto contra esta mala costumbre de aparcar los sueños. Nosotros, por lo menos desde que dejamos de soñar imperios (¡cuánto odio a mi admirado Unamuno por decir aquello de que inventen otros!), andamos a la gresca con el concepto.
Y en el mundo de la empresa, para qué os voy a contar: las empresas que no sueñan no tiene futuro, y muchas un presente más bien incierto. Como señalase el gran Robert K. Greenleaf, nada ocurre sin que haya un sueño detrás, así es que no hay organización -lucrativa o no- existente que no esté edificada sobre un sueño.
Estas reflexiones son, según creo, acuciantes, para el futuro de un país en el que más de la mitad de su "élite intelectual" (los universitarios) quieren ser funcionarios. Algo ha debido de pudrirse hasta las entrañas para que los que están destinados a tirar del carro piensen mayoritariamente en montar una concesión administrativa -asegurada de por vida, por Dios, cómo vivir de otra forma- para pintar los carros ajenos.
Hay, en este sentido, una conversación de café prototípica que define esta mortal parálisis de la imaginación y la valentía en el solar patrio. La he escuchado varias veces (mi mujer me riñe por estas escuchas clandestinas, pero apenas puedo evitarlo), y el esquema es más o menos el que sigue. Señor adocenado comenta a su compadre, al ver pasar a un tipo de aspecto más o menos étnico (subsahariano o magrebí, igual les da que les da lo mismo): mira, ahí va el que va a pagar mis pensiones. Dejando a un lado desdenes xenófobos, siempre que lo escucho pienso que el que dice eso no tiene ni puñetera idea de cómo -y por qué- funciona la economía, y qué es en realidad una empresa. Normalmente, dirigo la vista a la misma calle que ellos contemplan, y al ver pasar a un chaval joven con unos libros bajo el brazo o un ordenador a cuestas pienso por mi parte que -sea cual sea su color- son los sueños de ese imberbe los que pagarán mi pensión.
O no, según se está viendo. Los inmigrantes nos están dejando: y no es porque se estén conchavando para que nos falten las pensiones en 5 o 30 años ("los muy cabrones", pensarán estúpidos como los que he descrito antes), sino porque faltan sueños a los que ellos puedan poner manos, y porque sospechan que les costará bastante implementar los suyos propios.
Hay un proverbio árabe que resume todo lo expuesto: de nada sirven unos ojos abiertos si se tiene el corazón ciego. Aquí en España andamos enzarzados sobre si son galgos o son podencos, cuando la pura verdad es que nos morimos porque nos faltan sueños, o lo que es lo mismo, ganas de tenerlos.
Soñar es de sabios. Regenera el espíritu y la fe en la especie humana, que merece crédito a la vez que tanta cautela. Renueva el gusto por la vida, aborbota la sangre, promueve la alegría y forja una fibra ética a prueba de mangantes y mercachifles. Y, en todos los ámbitos, ante la patente escasez de soñadores, a veces despeja puertas que están entreabiertas a la espera de un audaz (Audaces Fortuna iuvat, decía Virgilio) que se apropie de ellas.
Por supuesto, hay sueños peligrosos. Ahí están el "Mein Kampf" o las memorias de Stalin para atestiguarlo. Son armas peoderosas que han de estar en buenas manos. Pero, desde mi limitadísimo conocimiento de la historia, tengo la impresión que el ser humano ha ganado más por soñar, y que es mucho lo que ha perdido cada vez que ha dejado persistentemente de hacerlo.
Hubo un tipo, allá en las Américas, que cambió la faz de la justicia para siempre...porque había tenido un sueño. Y fueron otros soñadores lúcidos los que imaginaron que acaso los derechos humanos, el fin de las guerras o el voto de las minorías eran buenas ideas. Como en la canción, a su alrededor, todos reían; pero aún pagándolo a veces con sus vidas una parte de nuestras sonrisas de ahora se las debemos a ellos. Ahora mismo, según parece, en este mismo instante, hay nueva gente que sueña con acabar con el hambre en el mundo, con detener la depauperación del planeta y con una forma de vida más equilibrado y tolerante.
Me gusta pensar que ganarán los que sueñan.
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"pues toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son". Cuando al sueño se acompaña con la puesta en practica del mismo, encontramos un apasionamiento en lo que realizamos que nos puede llevar a la absoluta abstracción de la realidad que nos rodea. Mas si el sueño solamente se queda en el mundo imaginativo somos nosotros mismos los que nos aislamos con el. En cambio hay sueños que tienden a romper fronteras y a aumentar el desarroyo del ser humano. A esos me apunto a todos, aunque no sean mios.
ResponderEliminarTodo empieza con un sueño. Todo lo que merece la pena, digo.
ResponderEliminarEso creo
Abrazos