martes, 27 de octubre de 2009

Invitación al grouchismo



Creo que no hay mejor signo de salud intelectual que el no ser -ista ni -ano de nada. La vida está cuajada de ideas brillantes y el mundo ha sido surcado por genios contradictorios de todo pelaje, capaces de producir principios sublimes junto a sublimes estupideces. Por lo tanto, no le veo la ventaja y menos aún la gracia a apuntarse a un set de ideas pre-configurado, sea el que sea. Con todo, si a alguien se le ocurriese ponerme entre la espada y la pared (y espero que a nadie se le ocurra) para tener que decantarme por algún -ismo, yo tendría que declarame sin ambages grouchista o grouchiano.

Son muchos los que por desconocimiento o por envidia piensan que ser grouchista es cosa fácil, trivial y llevadera. Nada más lejos de la realidad. Practicar el grouchismo cuesta, y mucho, porque su principal mandamiento (no te tomes demasiado en serio a ti mismo), practicado de veras, da mucho vértigo, y requiere estar siempre en guardia. Fundamentalmente frente a la taimada vanidad: el hombre, como decía Auden, desea ser libre y desea sentirse importante, lo cual le pone en un espinoso dilema, porque cuanto más se emancipa de la necesidad menos importante se siente. Groucho supo sin duda a qué carta quedarse, y los grouchistas como yo intentan seguir su ejemplo.


El corpus de ideas grouchistas es rico y floreado, y sus consignas, bien entendidas, dan para enfrentarse a casi todo. El grouchista practicante comete pecado cuando se asquea con la aparente vulgaridad de la gente, y toma medidas según el grave mandato de su mesías ("
Bebo para hacer interesantes a las demás personas"). Reconoce el límite hasta en las creaciones humanas más ilustres ("El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución"). Hace votos por conservar su amplitud de miras y se persigna frente a quienes dicen poseer la Verdad Absoluta ("Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros"). Sabe reconocer al demonio en cuanto lo tiene enfrente ("La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados"), y no tiene reparos en reconocer que a veces hace falta un niño de cuatro años para entender de que va esta enrevesada vaina llamada vida.

La altura filosófica de la obra de Groucho no resiste la mínima comparación con otras incursiones en el mismo ámbito. Sirva de cruel ejemplo el arranque de su Groucho y yo: "Debo confesar que nací a una edad muy temprana"; frente a, nada menos, el comienzo mil veces citado de El mito de Sísifo de Camus: "No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio". Dónde va a parar Albertito, dónde va a parar. Aquella que es su autobiografía es un canto a las ganas de vivir, un monumento al sentido del humor que, nutriéndose de unas irrefrenables ganas de vivir, salva obstáculos de toda clase y le hace un quiebro a la miseria. Sus páginas están atestadas de extravagancias y pillerías ingeniadas por una familia de deliciosos pirados a la caza y captura de remedios contra el hambre y el aburrimiento. Si uno quiere saber qué hubiera sido de Ulises veintiocho siglos después o así y en Manhattan, no tiene más que sumergirse en esta lectura. Les aseguro que no pararán de reir, y que al final tendrán como premio añadido una utilísima moraleja. Entretanto, gozarán también de una vívida descripción de los locos años anteriores a la guerra, y se sorprenderán con la de veces que un verdadero genio es capaz de arruinarse en tan corto espacio de tiempo.

El resto del Marx escritor es bastante más ligero, con una ineludible excepción: su colección de cartas. Son antológicas. En ella aparecen compañeros de profesión -Jerry Lewis entre ellos-, el mismísimo Howard Hugues, el presidente de la Chrysler o escritores como T.S. Eliot. Para todos tiene una puya o una burla de sí mismo, y la mayoría de las veces, las dos cosas juntas. Una de las notas más sucintas se la dirige a la revista "Confidential", una especie de panfletucho rosa. En uno de sus números sugirió que a Groucho, ya entrado en años, le gustaban las chicas jovencitas; algo que desde luego él nunca habría negado. Pero un par de meses después dijeron que su programa de televisión estaba trucado, lo cuál le molestó bastante más. Groucho les remitió el siguiente aviso:

Muy señores míos:
Si siguen ustedes publicando artículos difamatorios contra mi, me verá obligado a cancelar mi suscripción.


También se las tuvo tiesas con la Warner a propósito de Una noche en Casablanca, pues susu ejecutivos entendían que tal nombre conculcaba sus derechos adquiridos en la mítica cinta de Bogart y Bergman. La respuesta de Groucho es un alegato cobntra la rapacidad empresarial y una de las cumbres del humor de todos los tiempos (aquí una versión de la Red).

No voy a entretenerme en hablar de sus películas, porque eso merece un capítulo aparte. Pero dejen que les recomiende de corazón, como medicina para el espíritu y vacuna contra la soberbia y la sobriedad -palabras emparentadas, como puede verse- que se tomen un chupito de vez en cuando de esta sabrosa medicina (que, por si fuera poco, ¡parece que también va bien para la otra salud!). El grouchismo, a diferencia de otros credos, nunca les pedirá que se maten, se humillen o maten o humillen a otros; no les exigirá que llamen negro al blanco, que desconfíen de su vecino o que aviven las llamas de ningún eterno infierno; no les exigirá ritos de paso, ni mantendrá un archivo de su filiación, principalmente porque su santo patrón nunca hubiera pertenecido a un club que le tuviera a él como miembro.

Y sabiduría siempre podrán obtener de él a raudales. Si les inquieta la economía, allí estará Groucho para recomendarles recato, frugalidad y mesura (
"Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna..."). Si combinan su inquietud por el progreso con la historia, Groucho tendrá una lección para ustedes ("La humanidad, partiendo de la nada, ha conseguido alcanzar las más altas cotas de miseria"). Si desean saber algo sobre biología ("Soy tan viejo que recuerdo a Doris Day antes de que fuera virgen") o sobre derecho ("Siempre me casó un juez: debí haber exigido un jurado"), él tendrá también con qué instruirles.

No me dirán ustedes que este tipo no tendría que estar en todos los libros de texto de Bachillerato (asignatura a escoger).

sábado, 24 de octubre de 2009

Pobre Hipatia


Un buen amigo me ha enviado este artículo acerca de Hipatia, un botón de muestra (de los más moderados, de hecho) de toda la polvareda levantada por la, a mi parecer, estupenda película de Amenábar: http://www.larazon.es/noticia/desmontando-agora. Igual vale éste que cualquier otro para estrenarme en este blog recién parido y para dar respuesta a la multitud de provocaciones que mis muchos amigos cristianos me han dedicado en los últimos tiempos a raíz de esta cinta. Va por ustedes.

Yo creo que hay un valor que un ser humano en busca de la excelencia no ha de perder nunca de vista: es la caballerosidad. Tal y como yo la entiendo, tal virtud no remite en modo alguno a la galantería ni rezuma sexismo tal y como aquella es entendida modernamente (“no le abras la puerta a una señora”); ni siquiera tiene que correlacionar con las buenas maneras y la urbanidad. Se trata, muy apretadamente, de defender al débil siempre y bajo cualquier circunstancia. Se trata de un valor muy importante, y al final volveremos a ello.
Así las cosas, asisto más bien entristecido a esta algarabía de réplicas y contrarréplicas por algunos que se proclaman cristianos y heridos por la película, a este sorprendente afán por discutir lo indiscutible, por matizar lo inmatizable, y todo ello en presencia del cadáver apedreado de una mujer cuyo único crimen fue no pasar por el aro a la altura del siglo V de nuestra era. Por supuesto, Hipatia no murió con la lozanía que exhibe Rachel Weisz en la película. Por supuesto, los libros que los cristianos quemaron fueron los del Serapeo, y no los de la Magna Biblioteca. Y también, Sinesio murió antes que Hipatia (aunque en la cinta aquél no tenga un papel relevante en la ejecución de ésta). Pero todo ello forma parte de lo que en el argot se denominan “licencias dramáticas” , las mismas que hacen, por ejemplo, de Quo Vadis una película con no pocas barrabasadas históricas… sin que se haya oído voz alguna desde las huestes cristianas afeándole el gesto al bueno de Mervyn Leroy. No digamos mitigando los aplausos para Mel Gibson y su infumable y gore Pasión.
Tampoco veo por qué deberíamos rasgarnos las vestiduras porque abunden los libros acerca de Hipatia. Se llama olfato de marketing, creo. Amenábar es un gran director: lo que él filme gozará de publicidad gratuita, eso es todo. Tengo entendido que el año que a Brad Pitt le dio por perpetrar el personaje de Aquiles, las ventas de la Ilíada en España se cuadruplicaron o así –para gran regocijo de los ácaros hispánicos, que se pondrán las botas en las décadas venideras.
Pero vayamos paso por paso, para no perdernos. Dice nuestro animado abogado (del Estado y en este caso también del diablo), que la película postula:
1. “que la religiones generan odio y violencia”; bueno, que yo sepa, Amenábar no pontifica como aquí se sugiere sin decirse (quizás por pudor) que siempre lo hagan, sino que desde luego lo han hecho. En el caso concreto que nos ocupa y en unos doscientos mil más que cualquier persona con un cierto bagaje cultural sabrá relatar. Cicerón decía, a estos efectos: “si no conoces lo que pasó antes de que tú nacieras, serás siempre un niño”. Así es que la afirmación, en pasado, es rigurosamente cierta, y ciertamente negarla no es sino la pataleta de un niño.
2. “que el cristianismo es la más talibán de todas, y la que la empezó”. Esta parte de la película debí perdérmela, porque no recuerdo que se dijese tal cosa. Los paganos empiezan la pelea a golpe de machete; los judíos tienden una emboscada y masacran a los cristianos. ¿Dónde se establece ese ranking, y lo que es más extraño, dónde se extrapola el caso de Hipatia a la historia de la humanidad? La sugerencia ofendida huele a excusatio non petita, accusatio manifesta.
3. “ciencia y religión se enfrentan constantemente…”; véase punto 1. Ciencia y religión se han enfrentado una y otra vez en el pasado. Giordano Bruno, Servet, Galileo, el Martillo de Brujas, Kepler, Copérnico y un sinfín de nombres (y algunos cadáveres) dan cuenta de ese enfrentamiento. Aún hoy el Vaticano es incapaz de cerrar la boca en cuanto hace a la teoría de la evolución, por no hablar de la esperpéntica promoción del creacionismo en las cristianas escuelas de la primera potencia del mundo. Negar tal cosa es, de nuevo, pueril. Y desde luego, lo que la película no esboza, siquiera sugiere, es que tal enfrentamiento sea ineludible y haya de continuar. Decir tal cosa sería como afirmar, tras visionar Chicago, que la justicia fue, es y será una sucia componenda.
4. “que la Iglesia y la jerarquía son por definición intolerantes y fanáticos”. Saludamos aquí un nuevo logro de psicoanálisis fílmico por parte del señor Trillo, que es capaz de extraer de la descripción de un hecho histórico puntual, “manda huevos”, toda una premisa universal enunciada por parte de Amenábar, summo pontex del laicismo. Véase punto 1: Cirilo era un fanático, de la peor especie además. Que lo hicieran santo es una vergüenza: una de tantas, por cierto. Que haya un san Bernardo pero no un san Mahatma (es un poner) es como para troncharse, pero no creo que sea culpa de Amenábar. Si el susodicho abogado lo desea, puedo pasarle una lista de no menos de otros cien jerarcas eclesiásticos que han exhibido parecido talante a Cirilo, y algunos se han llevado también el correspondiente "Oscar del Vaticano".
5. Sobre la destrucción de libros y obstaculización del saber tampoco merece la pena discutir. Una vez más: no vi la parte de la película donde Amenábar sugería que toda la historia del cristianismo ha sido un constante deterioro de la cultura y el saber. Él cuenta un hecho aislado en el que así ocurrió; nosotros sabemos además que han sido muchísimos los libros prohibidos o quemados por el cristianismo y por otras religiones, del mismo modo que algunos saberes fueron respetados (exactamente los que no ponían en peligro el dogma vigente).

Si uno se da una vueltecita por la red descubre, espantado, como los que se sienten atacados por lo que es un necesario recordatorie del peligro de los dogmas (sobre todo cuando se combinan con la ignorancia), descubrirá dos argumentaciones básicas a la defensiva:

1ª El señor Amenábar no dice "todo el bien que el cristianismo le ha hecho a este mundo". Dejando para mejor ocasión si la cuenta de resultados sale "a favor o en contra", decir que probablemente el director haya tenido limitaciones de metraje como para abordar tan magna obra. O que simplemente no le venía en gana. Es como decir que una película sobre Auschwitz es "ideológica" porque ignora que Alemania nos dio a Kant, a Beethoven y a Beckenbauer.
2ª El señor Amenábar no refiere el mal que Hitler, Stalin o Pol-pot le hicieron al mundo. Pues vaya. Véase el punto anterior sobre el metraje o las ganas. O recuérdese, como hemos dicho, que a efectos de moraleja, la cruz o la svástika dan lo mismo, mientars que los que se la cuelguen al pecho sean fanáticos, homicidas y en fin, peligrosos borregos.

Y termino, enlazando con el tema central de la película, que es, según creo, el leitmotiv que el señor Trillo, ofuscado en manías persecutorias y olvidando su principal deber como caballero, no supo captar: que los dogmas generan odio y violencia porque no pueden ser sostenidos mediante argumentación. Y no los cristianos en concreto: los judíos, los musulmanes y los marxistas y nacionalistas, otro tanto. Que cuando un asunto queda fuera del diálogo racional (por ser inverosímil) y se convierte en asunto de fe, tarde o temprano hay que defenderlo con la espada.
O con un puñado de piedras. Y aquí es donde le voy a tirar de veras de las orejas al señor Trillo y a todos los que como él andan discutiendo si son galgos o son podencos cuando de lo que se trata es de reconocer que una señora que se esforzaba por saber y enseñar, que no le hizo daño a nadie, fue linchada hace algunos siglos por una panda de fanáticos a los que se les fue la mano al aplicar aquellas palabras de san Pablo en las que recomienda que la mujer se cubra y se calle en las Iglesias. Eso es un delito de lesa caballerosidad, porque siempre hay que estar con el más débil, que en este caso era una mujer alejandrina.
A ver si al final va a ser culpa de Hipatia que aquellos cabestros tuvieran una cruz colgada al cuello y comulgaran día sí, día también.


PD. Ideología (DRAE): “Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”. Ergo la religión también es una ideología; cualquier conjunto de creencias lo es. Empecemos por llamar a las cosas por su nombre.