domingo, 25 de abril de 2010

Buenos libros, buenas ideas

Mi amigo Raúl lleva un tiempo pidiéndome un imposible. Pero un amigo es un amigo, y aún a sabiendas de que voy a fracasar en el intento, trataré de que elestropicio que estoy a punto de perpetrar sea todo lo digno que me sea posible. Lo que pretende mi amigo es que de una lista de "buenos libros de ideas". El batacazo, como digo, está asegurado porque me falta lectura y me sobra ignorancia para hacer tal cosa. Lo único que me habilita -y poco- para hacer algo así es que soy un devorador de libros, muy especialmente de "libros de ideas". Suéltenme en una librería y verán como tiemblo de emoción cual ex-Spice Girl en la tienda de Manolo Blahnik. A mi, si de placeres reposados se trata, y a menos que tenga una buena conversación a mano (nada como leer personas, oigan), lo que me tira es el libro. Sea en ese caso por el entusiasmo, y vaya por ustedes que me quieren y sabrán perdonar mis imperdonables lagunas.

Para empezar, acotemos, y mucho. Voy a referirme a una clase exclusiva de libros, que resulta que son mis favoritos: los "libros explorador" divulgativos. Un "libro explorador" es un manuscrito que desbroza la jungla del saber, que te da una perspectiva y está plagado de pistas, de modo que al terminarlo, tienes anotados 10 o 15 libros que necesitas leer. La clase de libros que siempre recomiendas y que trataré de esconder con tino a mis hijos para que crean que son arcanos y peligrosos y prohibidos y por lo tanto merecen ser leídos.

Más reglas: me voy acircunscribir a las "Humanidades científicas": filosofía, psicología, antropología, neurología, sociología y cosas así. Me olvido de la historia y de la ciencia porque eso simplemente es demasiado como para embutir en una entrada; igualmente del arte, de la música, el cine o la literatura en sí. Es decir, que voy a dedicarme a comentar libros en forma de ensayos que tratan sobre cómo somos, sobre cómo vivir, sobre lo humano (y lo divino que para servidor no es sino lo humano).

La tercera y última premisa será dejarse en el camino a los clásicos. Id est, que no voy a a decir una palabra sobre las ventajas de leer la Ilíada, la Biblia, El Banquete, las cartas de Séneca, Hamlet o el Tao-te Ching por poner un poner. Primero, porque me parece una obviedad; segundo, porque puede quedar pedante que te rilas, y uno, mal que bien, se propone de continuo permancer tan alejado de la pedantería como le resulta posible.

Dicho todo lo cual, procedo a repasar, sin orden ni concierto, un puñado de libros que me han impactado, que en general he releído, y que están escritos para el común de los mortales, puesto que no hay genio verdadero que no sea capaz de enseñar lo que sabe de forma amena, entretenida y accesible.

En la arena psicológica y pese a quien le pese, Freud sigue siendo el puto amo. Y no porque uno se trague, válgame Dios a estas alturas, sus teorías como si fuesen meridianamente ciertas, sino porque escribe como los ángeles y los casos que describe son interesantísimos. Leí su Interpretación de los sueños con 14 y quince años después me di cuenta de que no me había enterado de nada, pero aún así fue fascinante. Yo, que tras 18 años pegadito a una psicóloga tengo media carrera convalidada, no suelo leer muchos de esto. Pero me encanta Castilla del Pino (Cuatro ensayos sobre la mujer, Celos, locura, muerte), me ha encantado casi todo el Vallejo-Nájera que ha caído en mis manos. Erich Fromm es más una mezcla entre psicólogo y sociólogo, pero si tuviera un preferido sobre la materia, lo escogería a él. Sin sus El arte de amar (fue el primer libro que regalé a mi mujer, con notable éxito), El arte de escuchar o El miedo a la libertad yo sería simplemente otro (está por ver si mejor o peor). Daniel Dennett es una autoridad mundial a propósito de la conciencia... y lo mejor es que se le entiende. Seligman o el libro Flow para los que gusten de la Psicología Positiva. Y a Goleman lo citaré sólo por dar por saco a los psicolochos almidonados que van diciendo por ahí que se ha forrado a costa de apropiarse de teorías ajenas. Y que más da, malandrines: el caso es que su Inteligencia emocional ha cambiado para siempre nuestra visión sobre las relaciones en el trabajo, en la familia y en la sociedad. El libro es ameno y certero, y el que no sepa escribir divulgando así, que se fastidie. Grande, y extremedamente entretenido, Oliver Sacks, que me recomendó en su día mi amiga Belén (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero)

Vayamos con los antropólogos. Para mi el más entretenido (comulgue uno o no con su visión materialista de la historia) es Marvin Harris. Tiene uno titulado Vacas, cerdos, guerras y brujas que es delicioso; también Bueno para comer: enigmas de alimentación y cultura es esupendo, y en general lo que escribe es conciso y divertido de puro irónico. Descubrirán por qué los indios no se comen a las vacas (según Marvin Harris, claro). Pero para irónico y agudo, Nigel Barley; El antropólogo inocente, por ejemplo. Lévi-Strauss parece inevitable, y además no lo vayan a evitar (Tristes trópicos, vamos a decir), porque merece la pena de veras. Para acabar el fugar repaso, una debilidad -mía y de muchos-: Tzevan Todorov. Prueben El nuevo desorden mudial o Elogio de lo cotidiano y verán como repiten. Nuestro Julio Caro-Baroja nunca defrauda (títulos mil). La mejor vista de pájaro: quizás C.P. Kottak (Antropología cultural).

Luego hay un bloque que me apasiona porque tiene tantas aplicaciones profesionales como personales. Es el compuesto por la innovación, la gestión de personas y el liderazgo. Me parece que la gente que triunfa en la las organizaciones lo hace dominando alguno o varios de estos campos. De todas formas, al que no le interesa o no tenga acceso a ese triunfo (casi todos nosotros), igual le conviene intersarse por estas materias, porque lo que allí se aprende igual se puede aplicar con provecho a la vida en general. Es lo que, profesionalmente, con más ahínco he estudiado en los últimos cuatro años. Aquí vendrían al punto los textos de Greenleaf (Servant Leadership, creo que no traducido, sobre el que algún día escribiré por aquí), los libros de John C. Maxwell, y por supuesto, algún libro de memorias o discursos de Winston Churchill. En innovación, alguno de De Bono. Clayton Christensen también tiene algunos estupendos (The Innovator's dilemma) que tampoco sé si están traducidos, porque por estos lares, desde que don Miguel de Unamuno dijese aquello de "que inventen otros" ya se sabe cómo nos luce el pelo. En España tenemos a un grande del liderazgo, un tipo además muy cabal y profundo, Santiago Álvarez de Mon (El mito del líder, p.ej.). La organización basada en el taleto, de Peter Chase, me gustó mucho. Cualquier cosa de Peter Drucker también llena; citaré por último a un autor que se acaba de estrenar pero con el que amisté hace poco, Carlos Andreu (Del ataud a la cometa).

En campo filosófico ya me vuelvo del revés, porque hay demasiado que me encanta. Montaigne y sus Ensayos lo saco de los clásicos por el morro porque se lo conoce demasiado poco fuera de los círculos académicos, y eso es crimen sin atenuantes posibles. Como divulgadores filosóficos allende nuestras fronteras tenemos al ameno Marinoff o al hermoso Gaardner de El mundo de Sofía. Pero es que en terreno patrio tenemos a dos monstruos como Savater y Jose Antonio Marina de los que leo cuanto sacan porque son sencillamente prodigiosos: le erudición humilde del que sabe de veras y se gusta haciéndose entender. De estos, lo que sea. También de mi amigo José Ramón Ayllón recomendaría cualquiera, y algún día, si él me deja, me gustaría dedicarle un aparte. Josep Muñoz Redón (La piedra filosofal, etc.) también escribe de maravilla sobre la cuestión. Yo diría también Betrand Russell (sus Ensayos impopulares por ejemplo), y mucho de lo escrito por Amalia Valcárcel o Victoria Camps. Aquí o en otra parte, citar a Paul Cartledge y Robin Lane-Fox como estupendos introductores de la antigüedad greco-romana.

En religión (occidental y oriental) hay muchísimo a decir, porque es un tema que me apasiona, pero me tendré que quedar con El camino del zen de Alan Watts o cualquier libro de Suzuki (no el de las motos, el otro) o con cualquier recopilación de cuentos zen. En el área cristiana, Hans Küng (¿Vida eterna? o Hacia una ética mundial), Bart Ehrman (Lo que Jesús no dijo) y casi cualquier libro del padre Freijoo y C.S. Lewis. La magnífica Philosophia perennis de Huxley me impactó tremendamente en su día (habrá que repasarla). Karebn Armstrong ("La gran transformación") tiene estupendos libros sobre el origen de las religiones, y Ramon Panikkar escribe maravillosamente sobre las religiones de Oriente. Karl Jaspers tiene un libro interesantísimo (Los grandes maestros espirituales de Oriente y Occidente) donde trata sobre Buda, Confucio, Lao-Tse, Jesús, Nagarjuna y Agustín (¡vaya alineación!). Para terminar, el pastor protestante Dietrich Bonhoeffer -al que Hitler encarcelase y ejecutase tras acusarle de conspirar contra él- es una pasión personal; pruébese por ejemplo Resistencia y sumisión.

Si notan que acelero es porque me empieza a entrar la angustia y el canguelo más grande con lo que me voy dejando en el tintero por falta de espacio (esto empieza a ser un ladrillo de mucho cuidado) y de memoria. Termino atropeyadamente con algunos inclasificables. Kapuscinski fue un periodista mítico y escribía como los ángeles (Viajes con Herodoto); su colega Oriana Fallaci era igual de buena, distinta en todo lo demás, con más mala leche y más rotundidad y más entrañas (por no mencionar lo otro que sobresale y redondea). La fuerza de la razón es un cuento de terror fanático-islámico mil veces más acogotante que los pwp esos que circulan por Internet. Kübler-Ross es mi absoluta debilidad a propósito de la muerte y los moribundos; La rueda de la vida, mi libro favorito al respecto.

De todo hay mucho más, pero se trataba de un rápido paseo. Juro por mis churumbeles que a quien importen las cosas humanas y pruebe cualquiera de los mencionados que la experiencia le valdrá la pena.

Lo mejor de todo: estos libros son gratuitos. Están en la biblioteca pública, hay muchas copias, los reservas, puedes consultar el catálogo por Internet. Una gozada; así los he leído casi todos, pues me escasean tanto el espacio como la viruta para comprarlos.

¿He cumplido, noble Raúl de los Borondo de toda la vida, aunque haya sido a toda pastilla?

viernes, 23 de abril de 2010

¿Y a ti cómo te va?

Ocurrió como tantas otras veces. Cuarto de baño de la empresa que me acoge amorosamente hace va para 13 años, coincidencia en el mismo con mi amigo Pablo, cruce de interesantes comentarios. Y entonces, esa pregunta, que él no hace, como tantos otros, por alterar un incómodo silencio, sino por genuino interés (ya dije que es mi amigo):

¿Y a ti como te va?

Una pregunta muy importante, francamente. De verdad que es llamativo que muchas de las mejores conversaciones -aunque sean cortas- y productivísimas e improvisadas reuniones tengan lugar en el mingitorio. A mi por lo menos me pasa. De modo que se me ocurre que algún día debería escribirse un libro sobre "la filosofía del WC" -algo entre Sade y Kant, más o menos.

Pero no quiero perder el hilo; ¿me va o no me vabien?, esa es la cuestión. El caso es que entonces entendí y a la vez recordé -y así se lo largué- que a mi me va bien porque he decidido que así sea. Esta afirmación a quemarropa requiere una aclaración inmediata, porque así dicha pudiera parecer que el último atracón de Bernabé Tierno que me he metido se me ha subido a las meninges, o que escribo bajo los efectos de algún otro estupefaciente, o las dos cosas juntas.
Para empezar, no se me acaba de ocurrir, y por lo mismo, esta postura no es futo del arrebato y espero esté para quedarse. Es un actitud fundada en lo poco que voy aprendiendo de la vida, y que está encaramada, como tupida enredadera, a los valores fundamentales según los cuales la voy viviendo. Si tuviera que resumirlos los contaría así:

Uno, en plan Eclesiastés: todo es vanidad (y no hay nada nuevo bajo el sol)

Dos,
à la Epicuro: no hay mayor pecado que no saber saborear la vida mientras ésta no te maltrata a fondo

Tres,
pagando tributo a Maslow: si "la experiencia no es lo que te pasa sino lo que haces con lo que tepasa" (y eso lo constantan los viejos necios que existen -esos que dicen estupideces "desde la atalaya de los años) entonces, convendrán conmigo que no hay mayor homenaje a los que sufren que disfrutar cuando nada te lo impide

Cuatro, puesto en modo zen total: la vida es una experiencia a plenificar, no un problema a desentrañar (profundas decepciones esperan a quienes se aproximan a la filosofía con ánimo de encontrar soluciones)

Cinco (y aquí corto), de la mano de Virgilio: fugit irreparabile tempus, o sea, que se nos hace tarde para lamentarnos más de lo imprescindible, tarde para no estar disfrutando, porque la señora de la guadaña -la muy perra- aguarda

En su regla número ¡13! para El arte de ser feliz, Schopenhauer escribe: "Quien está alegre, siempre tiene motivo para ello, a saber, justamente el de estar alegre". Luego continúa exhortándonos a no ponerle trabas a la alegría cuando llega, y a recalcarnos que, frente a la riqueza, el poder u otras zarandajas, la alegría es la ganancia más segura.

Así es que sí: lo he pensado mucho y muy detenidamente y he decidido que, mientras la vida no me de un guantazo de Padre y Muy Señor Nuestro, este que escribe va a estar de estupendamente para arriba. Advierto al que se quiera subir a este carro, que me tiene casi todo el día ebrio de felicidad, que la cosa cuesta lo suyo. Aunque igual les confieso que una vez alcanzada la velocidad de crucero, es difícil que ninguna nimiedad o/y soplagaitas lo ralentice a uno ni una pizca.
A este punto no se llega sobre todo leyendo a Epicteto, Lao-Tse o Boecio (aunque ayudar ayuda). Se llega más que nada abriendo las orejas de par en par y relacionándose empáticamente con el mundo, que está lleno de cosas banales, pero también tremendas. Para esto, como para muchas otras cosas, me viene muy bien estar casado con mi santa. Ella, como terapeuta, se enfrenta de continuo con asuntos pavorosos. Así, si de pronto la cuenta se queda de nuevo (la muy puerca) en números rojos, a Hacienda le da de nuevo por tentarme los belfos o, todo junto, el informe que me ha pedido la dirección me ha quedado hecho una mierda, yo voy y me acuerdo de su paciente con una enfermedad degenerativa al que le queden meses, o a ese otro al que han destrozado las drogas, y al de más allá al que su media naranja lo ha dejado en la estacada. Ella, por supuesto, tan hipocrática como es, nunca me da nombres, pero ni falta que hace, porque esas historias, al fin y al cabo, están por todas partes.

Lo que pasa es que se nos olvida. Y de pronto, la junta de culata espachurrada, el grito a destiempo de nuestro jefe o la enésima cagada del balompédico equipo de nuestros amores nos caga el jueves, el martes o el domingo, y todo se pone rancio, gris, obscenamente torcido.
Pues a mi no se me va a olvidar. Traduzcan esto por: me voy a dejar el alma en el empeño en, por puro respeto a los que sufren de veras, por mi y por los demás (que no son entes tan distantes ni distintos), no torcerle el gesto a la vida. La alegría no es un lujo y menos aún un empeño futil. La alegría es una obligación y una devoción.


Fue Spinoza el que anudó todo ello con el planteamiento ético de la vida al decir que la VERTU (virtud) era una suma de GAUDIUM (alegría) y FORTITUDO (fortaleza). Esa frase ha estado todo el tiempo ahí, delante mía, casi 20 años, sin que comprendiera muy bien si eso era todo a lo que se refería, o si escondía otros arcanos principios que algún día yo llegaría a desvelar. Pero ahora pienso que se refería sólo a eso, nada más que a eso, y que, de puro simple, ser alegre y ser fuerte es acaso lo más difícil pero a la vez lo más importante a la hora de vivir.


Así las cosas, y esto muy en plan Tao, voy comprendiendo que la vida es un camino de desprendimiento más que de adquisición (cosas, conocimientos, da igual), esto es, una progresiva simplificación cuajada en alegría y fortaleza. Dos programas vitales, dos actitudes, dos disposiciones únicas que sirven para todo, para todos y para todo el tiempo: ser alegre y ser fuerte. Dos programas que, naturalmente, se retroalimentan, porque sólo el que ha sido alegre goza de la energía suficiente para afrontar con garantías las estocadas que la vida, inexorablemente, nos va asestando.
El programa número 2 lo entreno también todo lo que puedo. Hay mucha gente que cree que pensar y relacionarse con la muerte, el dolor y el sufrimiento debilitan. Nada más lejos de la verdad. Séneca decía con mucho tiento que lo que nos agobia es siempre el miedo a lo inevitable y no lo inevitable en sí. Porque en el fondo sabemos que es inevitable. Así es que, si nos juntamos más a menudo con esas cosas, ocurre que les vamos perdiendo el miedo. Las naturalizamos.
Una vez que las tenemos justo en la jeta, la fortaleza consiste, en lo básico, en implementar el consejo de Federico (Nietzsche): para las cosas malas, como en la ducha fría -entrar rápido, lavarse pronto y salir tan rápido como se pueda. Todo ser humano que tenga sangre en las venas ha de expresar dolor y ha de sentir dolor por la muerte o la enfermedad o el declive de aquellos a los que quiere (y eso le incluye a él mismo). Pero hay un arte del todo necesario que conviene ejercitar aunque no esté (si es que alguno vez lo estuvo) de moda, y es el de la resignación. Dicho en palabras del ameno Lou Marinoff: el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.

Así es que sí, rotundamente: me va no ya bien, sino de coña. La sonrisa, para mi, no es terapia, ni es pose, sino que es mi opción. La celebérrima y diminuta y hermosa canción ya lo cuenta, si uno quiere escuchar, sin necesidad de tragarse las obras completas del divino Baruch: "when you're smiling, the whole world smiles at you". Aparte, faltaría más, me estoy poniendo mis abdominales emocionales e intelectuales como una tabla para cuando venga el puñetazo, que la vida siempre cocea. Entonces, veremos de qué pasta estoy hecho. Mientras tanto, aquí me tienen, hasta las trancas de felicidad.

Y eso pese al Calentamiento Global y Zapatero y Hugo Chávez y el mosquito Tigre y ... (¡y qué más da!)

martes, 13 de abril de 2010

El tonto del mes

Los que me conocen saben que no gusto en absoluto de las descalificaciones. Soy un tipo tranquilo; lucho desde que rompe el alba hasta que me vence el sueño -siempre a la fuerza pero siempre me vence- por afrontar la vida desde su mejor cara, por ganarle terreno a la soberbia y la vanidad propias, y por lo tanto, en contadísimas ocasiones me meto con nadie. Vaya: que bastante tengo con lo mío y que quién soy yo paraafearle el gesto a este o aquel.


Pero todo esta terapia que me aplico ("filosofía") no me da para confundir des-calificación con calificación. Pues me parece que llamar a las cosas por su nombre no puede considerarse en ningún caso como una falta de intolerancia. Al menos mientras la injusticia, la maldad y la tontería existan.

Y vaya si existen.
Pero investiguemos un poco de lo que estamos hablando cuando hablamos de tontos. Para clarificar de partida los términos nada mejor que acudir al DRAE:

tonto, ta.

(De or. expr.).

1. adj. Falto o escaso de entendimiento o razón.

O sea, que hay gente que es tonta, y no es insulto recordarlo, más bien lo contrario, insulta y degrada la inteligencia general no señalar la tontería. Esto enlaza muy bien con lo que largaba la semana pasada a propósito de Bibí Aído (un caso de libro), y del impagable rol social que cumple el Tío de la Vara. La salud mental de una sociedad se mide, en buena manera, por su capacidad para detectar la tontería, darle relieve mediático y después depurarla. Si la comunidad en cuestión funciona fetén, basta con poner al tontaco de turno en un pedestal para que repita sus exabruptos y con eso se obtiene una cierta curación o vacuna para la gente de bien, a la par que la experiencia funciona como ejemplo para niños, adolescentes y otros educandos. Es una magia magnífica.

Pero claro, me diréis: cómo detectar la tontería, y aún más difícil, como ponernos de acuerdo sobre ella. Porque lo que a ti te parece, David, una pamplina ridícula y punible (siempre dialécticamente hablando), acaso al de allá le parezca una genialidad, y al de este otro lado, cosa discutible. Concedida la dificultad. Pero tengo una regla que ofrecer: la llamo la regla de Forrest, por mi compadre Forrest Gump aquí adjunto. Forrest, que no tenía un pelo de tonto, aclaraba, a todo aquel que quisiera compartir con él sus bombones, que, según le decía su madre, "tonto es el que hace tonterías". Limpio y cristalino como un afilado cristal.

Puestas así las cosas, acaso no sea mala idea instituir un premio al tonto del mes, en estos o en otros lares. A falta de traer a semejante sección jugosas sugerencias como las de mi amigo José Manuel acerca de Evo Morales o Leire Pajín, vayamos con el feliz primer premiado: monseñor Tarsicio Bertone. Esta es la última perla de este eminente miembro de la "inteligentsia" vaticana.
Como quiera que la tontería es muy contagiosa, ya le han salido palmeros, con la esperanza, supongo, de futuras prebendas en la ciudad de San Pedro.

Ahora no sé quién lo dijo; pero dio en el clavo: un tonto es cien veces peor que un malo. Y ello porque el malo descansa, al menos de vez en cuando; pero un tonto, queridos amigos, y aún peor un tonto ilustrado… ese no descansa nunca.
Nótese que estoy siendo extraordinariamente benevolente con don Tarsicio. No me he parado a valorar lo inmoral de su sugerencia, ni a puntuar la catadura de su tirar-la-pìedra-y-esconder-la-mano. O a las consecuencias que pudiera tener poner en el punto de mira al colectivo homosexual de modo que a lo mejor,un padre de hijo violado, que no puede meterle mano al cura infractor (pues su diócesis acaso le hizo la de "nada por aquí, nada por allá"), quizás le de por interpretar que le aliviaría liarse a mamporros con el responsable subsidiario (un sarasa de su barrio). Podría haberle dicho, en suma, muchas cosas aparte de tonto, y no lo he hecho. Es mi homenaje particular a mis amigos cristianos que aún se sienten representados por gente como Tarsicio y que, no siendo ninguno tonto, deben de estar sufriendo por semejante dislate. De hecho, algún compañero honrado, como el Arzobispo de Toledo, ya ha dicho que nones, demostrando que la SMI no es en sí unas institución tonta, aunque albergue, como todas, sus tontos de turno.
Hay, por lo menos, otra lección que extraer: un tonto puede serlo hasta con la más esmerada de las educaciones formales a cuestas. Yo, personalmente, me he topado con algún tonto con sendas carreras y algunos másteres en el zurrón. Don Bertone también tiene sus licenciaturas y doctorados, pero ya véis para qué le han servido. Y también ha pasado por la Congregación para la doctrina de la fe (antes la Sagrada Inquisición para los amigos), donde también te salen los libros por las orejas. Porque no es cuestión de erudición o de estudio, sino de honestidad, y para eso bastan las bibliotecas públicas, y si me apuran, ni eso, que con saber escuchar a según qué gente y a forjarse el juicio propio puede bastar.



Lo que ocurre es que algunas tonterías, espurreadas con una desvergüenza intelectual que se autocalifica ("algunos psiquiatras han demostrado..."; así, sin citar fuentes, y se queda tan ancho) resultan tan dolorosas y dañinas para un colectivo que sólo se distingue por tener una manera minoritaria de enfocar la sexualidad que servidor, por ahí no pasa.
A mi me da mucha pena por la gente de bien, que es mucha, y muy lista, que -todavía- se siente representada por estos personajes. Que sufren, en su fuero interno, por no poder gritarles a la cara a estos portavoces, que repitan en voz muy alta, todas a una, con cierta frecuencia, y a todo el mundo, una sola cosa, por cuanto toca a la pederastia eclesiástica:

PERDÓN
-PERDÓN-PERDÓN-PERDÓN....

Y luego, con garantías:

"no dejaremos que IMPUNEMENTE vuelva a ocurrir otra vez"

El problema es que sólo hay una cosa más difícil que conseguir que un tonto se calle.

Y es que rectifique.


PD. Termino la entrada después de leerle a mi hijo unas páginas de "El Reino de la Fantasía" de Gerónimo Stilton. Son esos libros que huelen (os lo juro). En el capítulo titulado "Los caballeros sin corazón" se habla de unos lúgubres señores apostados tras unas herrumbrosas armaduras que vagan por el Reino como almas sin pena porque "olvidaron su cometido: defender a los débiles".
Pues eso (Buenas noches)

viernes, 9 de abril de 2010

Cenicienta 2.0

Pues sí Bibiana, sí: tienes toda la razón del mundo. Volviste a dar en el clavo, a puntualizar la llaga, a poner el punto de mira donde más duele, a re-inventar brillantemente la rueda: es en los cuentos de toda la vida donde se esconde la semilla de la insoportable dominación de género. Si conseguimos desactivar esa ponzoñosa espoleta ideológica, las mujeres dejarán de recibir hostias, nadie les mirará el escote y les estampará invasivos y lascivos improperios, en el trabajo ya no ganarán un 30% menos y, andando el tiempo, quién sabe, a lo mejor hasta una inteligencia femenina arrinconada como la tuya llega a presidente (disculpa, presidenta) del gobierno.

Y para que no afrontes esta imprescindible ofensiva sobre nuestra mitología en inferioridad de recursos, hete aquí que te ha salido un aliado inesperado: yo mismo. Me pido la Cenicienta; voy a hacerle la autopsia, voy a destripar la historia y voy a arrancarle con mi escalpelo psico-cultural cada pedacito de opresión que oculte. A renglón seguido, sustituiré el tejido moralmente dañado por un slot modernizado, ultra-paritario y, en fin, chachi.
Tomaré, para ello, la versión clásica de Perroult del XVII, la que en 1812 fuera re-versionada con pocas alteraciones por los hermanos Grimm (todo escritores varones, semilla sin duda de su contenido infastuoso). La que los alemanes llamasen Aschenputtel (un nombre con connotaciones insultantes -para los que no hablan alemán, eso sí), los ingleses Cinderella y los italianos Cenenterola, con versiones parejas en casi todo el resto de Europa. Hasta antes de ayer yo había pensado que este era un cuento que hablaba de la esperanza, de que los sueños se cumplen si trabajas a destajo y sobre la posibilidad de que, aunque la vida te maltrate, el tiempo ponga las cosas en su sitio. En suma: sobre el no siempre -desgraciadamente- confirmado hecho de que lo bueno termina por salir a flote. Pero eso era, como he dicho hasta antes de ayer; me he puesto las gafas-bifocales-del-asunto-del-género y ahora lo veo claro. Es un panfleto sexista de la peor ralea.

Tenemos a una niña que sufre el acoso de su madrastra y sendas hermanastras. O sea, que la putean un puñado de mujeres; se hace difícil encontrar el punto sexista en ello. Para el no inciado, naturalmente. El problema es que el padre es el único proveedor de renta y que las pavas le hacen mobbing a la susodicha ora por tocarse el pairo a dos manos ora por la cosa de la opresión sexista de clase. Y qué decir de esa hada madrina, con sus sexistas vestidos de tul y sus sexistas zapatitos de cristal. O ese rey políticamente opresivo, que sigue dale que te dale con el asunto de la progenitura. Y el remate del tomate el príncipe de las narices creyendo que aún se estila aquello de ven-para-acá-mocita-que-te-he-echado-el-ojo-y-te-quiero-a-mi-vera. Menudo cabrón con pintas.

Vale: peguémosle pues un repaso. Uno que recoga la esencia de la moderna modernidad multicultural y pluri-ataviada. Hagamos una versión que se apañe con los tiempos que corren de alianza de las civilizaciones, cuotas paritarias y buenos rollitos generales. Compongamos un pedazo de cultura adecuadamente pasteurizada para que a los niños no se les atragante, y de paso, si sobra tiempo, vetemos esos cursis vestidos de cenicienta en los que toda niña -ideológicamente inducida por sus sexistas padres- quiere enfundarse. Ahí va, con cariño, mi versión del cuento:

Cenicienta 2.0
Erase una vez una núbil adolescente a la que apodaban la "Cenicienta" a colación de su pelo, que teñíase de un tenue gris ceniza como indudable muestra de personalidad y en ejercicio pleno a su derecho a la vital diferencia. Una gótica más en el redil del señor, Cenicienta vivía con sus dos hermanastras, su padre y su madrastra en un palacete de la Moraleja, a mano derecha según se mira la de CR9. Cenicienta tenía frecuentes encontronazos con su madrastra, que pasaba últimamente más tiempo en casa de lo corriente. No por gusto, voto a bríos: ella una mujer directiva de éxito enormemente ocupada. La razón de esta estancia dilatada en casa que la tenía abonada al Valium, era que, en la última inspección de la pasma paritaria, se decubrió que trabajaba un 4% más que su marido (azafato), por lo cual había recibido instrucciones de descanso perentorio. De los nervios como estaba por verse confinada en el represor hogar, hacía mobbing a su hijastra, pero no humillándola con viles tareas domésticas (de eso se ocupaba Pocholo, su asistente doméstico, con número de la seguridad social 41/765430), sino a través de medios más sutiles. Escondiéndole el móvil. Reduciéndole el límite de la VISA (mala-mala-mala). O traspapelando entre sus apuntes de chino cantonés algunas frasecitas del dialecto de la costa, para desorientarla. Sus hermanastras no se lo ponían más fácil: iban rajando por los pasillos del instituto que ya no usaba DIU (mentira gorda), con lo que su vida social declinaba que era un horror. Y así andaba la pobre Ceni, loca de la cabeza.

En la consulta de LA médicA que había de tratarla de sus continuas migrañas y de su depauperada sexualidad, Cenicienta se zampa 7 Holas, 2 Diez Minutos e innumerables Que me dices, hasta llegar a la conclusión de que lo que le molaría mazo de veras sería casarse con el príncipe Kevin. Nótese que es ella la que le elige a él. Como no disponía de medios, por ser de izquierdas como Dios manda, de acercarse al interfecto, se le ocurrió un plan; acudir al programa Y-tú-por-dónde-narices-te-mueves y contar, en prime time, que esperaba un hijo del príncipe pero que lo había perdido del disgusto que aquel le dio al dejarla. El aspirante a monarca, cómo si no, acudió raudo a la opción del teléfono-de-los-aludidos y allí mismito, del intercambio interfónico, brotó su relación.
El día de la boda, con todo perispuesto, y al notar el retraso del príncipe ante el altar, cundió la alarma general. Un par de paparazzis descubrían a Kevin haciéndoselo con el sirviente Pocholo en los cuartos de baño de la sacristía. Cenicienta finge un desmayo, y mientras la abanican, calcula mentalmente, con gran regocijo, los beneficios que le sacará a la historia cuando la soliciten de vuelta al plató. Pocholo y Kevin montan una ONG "para la alianza genuina entre conciencias de clase", y reciben una subvención -a fondo perdido-. Las hermanastras se hacen Hare-Krishnas; el padre cambia a una compañía de vuelo low-cost y la madrastra recibe otro ascenso por la entereza que demuestra en el caso.
Y todos son razonablemente felices y se agencia cada uno a su modo y como puede, una perdiz que llevarse al gaznate.

Mejor así. Infinítamente mejor así.
Otra cosita. Como me consta que has leído a Lévi-Strauss (tus intervenciones públicas rezuman Lévi-Strauss, de hecho), entiendo que habrás considerado que esta será una tarea a escala mundial, pues como aquel señalase, este cuento existe, en sus coordenadas básicas, en una multitud ingente de otras culturas distintas a las nuestras, más allá de la propia UE. No sé, a lo mejor podemos recurrir al juez Garzón y al Tribunal de la Haya para que nos echen una mano en el empeño. Una especie de Interpol cultural de la violencia de género encubierta en las tradiciones ajenas. O algo así. Seguro que no te arredra esta dificultad añadida, tú que estás bien curtida en el noble arte de convertir lo imposible en posible y lo normal en raro.

http://nonperfect.files.wordpress.com/2009/04/el-tio-la-vara.jpgY ahora, discúlpame un momento. Que tengo que buscar el móvil de un amigo que responde al nombre del Tío de la vara. Para que te haga una visita de cortesía. Es un tipo muy amable, de corteses maneras. Cuando le veas venir, recíbele, te ruego, con la más elegante de tus composturas.

Verás qué risa

miércoles, 7 de abril de 2010

Mira tú por dónde, Federico

Este de aquí al lado es Otto West. O sea, es Kevin Kline embutido en la piel de un criminal estúpido, ridículo, miserable y, a la postre, entrañable de puro absurdo, en "Un pez llamado Wanda". Una película divertidisima que ya ha cumplido, quien lo diría, 22 añazos. Me acuerdo mucho de ella primero por el revolcón de risa que me proporcionó, y segundo, porque al citado personaje lo vistieron de intelectual fallido y para colmo "nihilista" (con su granada de mano siempre a cuestas, como quien lleva un llavero) haciéndole leer a Nietzsche. Nada menos. Desde entonces y desde mucho antes, Friedrich Nietzsche, Federico para los amigos, permanece en el imaginario popular como la quintaesencia del filósofo inexcrutable, cuyos libros sólo pueden ser sostenidos sin quemar las manos por pedantes, catedráticos y alguna otra materia gris descarriada y lastimosamente desaprovechada. Incluso amigos míos muy cultivados cuando a su pregunta de cómo iniciarse en el fascinante mundo de la filosofía les he respondido mentando a la bicha me han mirado en plan David, hermano, qué bueno lo tuyo. Y tal.

Y es una pena, porque más allá de lo difícil que sea pronunciar su nombre (algo así como "Ni-cha" vale, supongo) resulta que el bueno de Federico no sólo es fácil de leer, sino que además es uno de los filósofos más divertidos, provocadores y agudos con los que jamás se haya topado un servidor. Para hacernos una idea rápida, nuestro Friedrich viene a ser a la filosofía lo que Pérez-Reverte al panorama literario patrio -por lo que toca a su vertiene ensayística en el dominical de abc (aquí casi todos)-. Esto es: ambos escriben como los ángeles, a ambos les sobra la mala leche, ambos tienen la mala costumbre de cantarle las cuarenta a los poderosos y aunque a los dos se les vaya, de cuando en cuando, la mano (así Nietzsche con el superhombre y similares), en general dicen verdades como puños y aciertan más que yerran. Y, como quiera que a servidor le va la marcha, a ambos me los he zampado casi-casi de cabo a rabo.

Voy a intentar demostrar sucintamente lo que les digo retomando no más la demoledora crítica nietzscheniana a la cultura de su tiempo; ya verán ustedes como, 130 años después, parece que no han pasado ni 130 minutos. Su tesis fundamental es que con la entente Ilustración-capitalismo-industrialización nos jodieron y a base de bien el asunto de la ciudadanía y de la democracia real -esto es, la que consiste en interesarse y participar como si todos fueramos efectivamente parte de una misma comunidad. El par liberalismo-capitalismo con el que nos emancipamos de la canalla de reyes y sus chupópteros y mal-llamados aristocráticos adláteres resulta que nos coló de rondón un mundo en el que los valores están de más, y donde solo importan los intereses (que son otra cosa, aunque muchos ya no noten la diferencia). Una sociedad donde la clase política es ya de hecho apolítica, y donde ya no interesa lo que el llamaba una cultura de gran estilo, que viene a ser un preocuparse porque la gente crezca, mejore y ascienda, sino porque meramente se satisfaga. En román paladín: créditos blandos para no perderse ningún año el Rocío y descuentos en el Canal Plus y menos educación meritocrática y discusión de fondo sobre la cosa de cómo vivir en común sin despellejarnos.
Surge así un Estado monstruo que suplanta a la sociedad (lo que el pueblo quiere) y cobra significado en sí mismo. Un Estado en el que lo que ya no cuenta lo bueno, sino lo conveniente; un Estado que ejerce una "violencia legítima" y reparte diversión (en el sentido de señuelos), y cuyo afán no es sino ganar peso, tamaño, engordar burocratizándose. Al tiempo, se desarrolla una aristofobia de rebaño donde el que destaca es sospechoso (piensen en los colegios y en la terrible y creciente actualidad de esto) y donde lo que prima es que cada cuál siga comportándose como el engranaje bien engrasado que el Todo espera, donde todo tiene su correspondecia a dinero o simplemente no existe, donde el individualismo es, por definición, excéntrico y subversivo.
A los comunistas también les dio don Federico lo suyo. Los socialistas le parecen una caterva de mediocres, peligrosos propagadores de "ideales" antiindividualistas; vendedores de una patraña que asfixia al que quiere sacar la cabeza y proclamar su diferencia ganada a pulso. Y a las feministas les reprocha con arrojo esa aún vigente y muy estúpida búsqueda de un lugar para la mujer por imitación al hombre, en lugar de procurar la liberación de la mujer en la mujer.

Además de esto, y de ser un importante músico, Nietzsche nos legó un montón de frases clarividentes, sabias, antes de perder el juicio. Mis favoritas son las que siguen:

“’Toda verdad es simple’; ¿no es esta una mentira al cuadrado?”


“Las personas virtuosas quieren hacernos creer a nosotros (y a veces también a sí mismas) que fueron ellas las que inventaron la felicidad. La verdad es que la virtud fue inventada por las personas felices” (esta la tengo -metafóricamente- en mi mesilla de noche)


"La primera tesis fundamental es: hay que tener necesidad de ser fuerte, de lo contrario, no se es fuerte nunca"


“Nos vengamos de la vida imaginando con la fantasía “otra” vida distinta y mejor que esta”


Pero claro. Si uno escribe un libro que se llama El Anticristo no puede esperar caer bien a la gente. Y si además de decir aquello de que "Dios ha muerto" (resaltando que ello supone una "aurora" y una enorme responsabilidad, por cierto) reparte a la vez estopa a los "tontateos" (dícese del ateo que no se hace cargo del hecho de vivir sin Dios, o sea, hoy día, lo que viene siendo "el ateo de autobús"), pues tampoco puede aventurarse a que nadie lo defienda. Cuando uno, en suma, critica y propone soluciones pero sin pagar diezmo a nadie, arremetiendo no sólo contra el clero, sino contra el comunismo y motejando a todos los nacionalistas de provincianos, pues eso, que no ganará el premio a la popularidad de ese año ni de ningún otro. El mismo dijo de sí: "Yo no soy un hombre, soy una carga de dinamita".

Pero mira tú por donde que donde mientras otros han envejecido inmisericordemente, el bueno de Federico, el tarado, el desaforado, el supuesto nazi que hubiera llamado enanos mentales a los nazis, el presunto antisemita que se peleó con Wagner -entre otras cosas- por antisemita, el incomprensible e incomprendido, ahora se desternillaría viendo como casi todos sus avisos desoídos no sólo se cumplieron, sino que siguen desgraciadamente vigentes.

Así es que pasen mucho del cliché de Otto West, y atrévanse con cualquiera de los panfletos del autor del Zarathustra. Eso sí, tampoco lo tomen demasiado en serio (ni a este ni a ninguno), ni le adoren o idolatren (ni a este ni a ningún otro), no sea que se les atragante. Prueben con su Ecce Homo, la Gaya ciencia o cualquier otro.

Verán que risa les entra y qué escalofrío les recorre el cuerpo.

domingo, 4 de abril de 2010

Semanasanteando

Breves memorias de esta semana santa, y reflexiones al vuelo. En forma de pequeña pieza de cámara en tres movimientos:

1. Alegro molto
Nuestra participación procesional se abre y se cierra el domingo con la Estrella, porque los niños, tras un par de horas, han dicho que de andar basta, que los nazarenos andan con la crisis y no sueltan dulces ni mediando insultos y que qué quieres que te diga, que ya está bien. Los padres, visto lo visto, otro tanto. Lunes, cumple del príncipe gitano con bolas, aluvión de regalos y toda la parafernalia. Resto de la semana renqueando, con mi euipo blanco de mis entrañas baloncestísticas pegándose una y otra vez contra el muro blaugrana (con mucha dignidad).

2. Andante-adagio
Hoy, jueves santo, procesionamos con nuestra Santísima Señora de Estocolmo (usease IKEA). Mesas para estudio y sillas giratorias (niños en proyecto de ingenieros, naturalmente). Vuelven a sobrar piezas -nos encomendamos a la santa y al celebérrimo sistema educativo sueco. La casa avanza, nosotros renqueamos. Mi media naranja pachucha.

3. Finale: presto
Escapada el viernes a Matalascañas (no de, que sería lo suyo), se agradece un poco de sol. Fin de semana aterrizando, mucha bici, mi primer libro (¿!) sobre psicología positiva terminado (Optimismo vital, de Bernabé Tierno -refrescante, aunque nada nuevo bajo el sol). Y otra semana santa que dejamos atras.