jueves, 28 de enero de 2010

tve me estresa

Servidor lo de la televisión pública sin publicidad no acaba de verlo. No es que financieramente no me cuadre (el mero planteamiento es de chirigota), es que me resulta un formato agotador para lo que siempre vinop siendo la caja tonta. Me explico. El otro día, sin ir más lejos. En el tiempo en que esquivávamos a Antena3, que ponía un capítulo de "Física y Química" -una serie de terror en el que una panda de descerebrados andan complicándose la vida y avisándonos de lo que le esperaría a la nuestra si sus personajes fueran representativos de la generación venidera-, nos sometimos en la 2 a:
- Una película kazaja (riguroso estreno)
- Dos telediarios
- Un (otro) documental sobre la transición
- Medio partido de fútbol de la liga rumana (dos equipos de mitad de la tabla; apasionante).

Y es que así no hay manera, oiga. Mi señora está a pique de una cistitis, y aquí el que escribe tiene que pegar saltitos de vez en cuando para que se le despierten las piernas. Es que no hay tiempo para nada. Eso sí: estamos perdiendo las lorzas acumuladas en navidades, porque ya ni cenamos por no interrumpir la enésima previsión del tiempo ("en Quintanilla de los Frascales se espera mañana un viento de fuerza 5") o el adicional -sagaz- comentario sobre la última sesión del Consejo de Ministros.

Por si fuera poco, la consulta de mi mujer, especializada como ustedes saben en terapia de pareja, anda de capa caída total. Como ya no hay anuncios, los matrimonios y arrejuntamientos ni siquiera se pelean. Este fatal publicidio está pulverizando las costumbres patrias, alterando conductas perfeccionadas durante décadas y removiendo la misma raigambre de la estructura familiar española.

Vamos al Armaggedon, señores, de cabeza a al Armaggedon.

domingo, 24 de enero de 2010

El mediocre se hace

Servidor piensa, tras mucho cavilarlo, que en este mundo no se puede empatar. En eso la vida se parece bastante al baloncesto: puede haber prórrogas, hasta dieciocho si hiciera falta; pero al final pierdes o ganas, o lo que es lo mismo, sumas o restas. Aritmética elemental.
Por eso los mediocres son un cáncer. En España, los tratamos con absoluta condescendencia, y ello porque pensamos, erróneamente, que el mediocre es un pobre compañero que ha tenido la mala estrella de nacer sin talento, sin un padre rico o sin un palmito del que ir tirando. Nada mas lejos de la realidad: el mediocre se hace. No tiene nada que ver con las cartas que nos entregan en la primera mano, sino con cómo las jugamos. Y, una vez que el mediocre se ha hecho, no deja de joder la marrana a cierta distancia a su alrededor durante el resto de sus dias. Porque la mediocridad, cual Triángulo de las Bermudas, rara vez deja escapar a quien, por personal decisión, se ha dejado engullir dentro.


Solo los mediocres dan siempre el máximo -Jean Giraudoux

La mediocridad se elige. Consiste en engrosar el rebaño y renunciar a los propios sueños. Los sueños no tienen que ser grandilocuentes, desaforados o desproporcionados; pero siempre han de ser importantes (ya lo advierte el Talmud: quien salva una vida, salva el mundo). La mediocridad, como la ignorancia, es un tipo de docilidad que parte de la pereza o de la cobardía, y que casi siempre aparece emulsionado con proporciones mayores o menores de cinismo.

Tenemos que superar la noción de que debemos ser "normales"... nos roba la oportunidad de ser extraordinarios y nos empuja a la mediocridad -Uta Hagen

La mediocridad tiene un olor muy caracteristico, que cualquier persona curtida sabrá reconocer. Ese aroma dulzón, almibarado, propio del que ha decidido que ya se gusta lo suficiente, que ya está bien de esforzarse. Que hay que sentar la cabeza, en el peor sentido del término. Que el mundo ya cuajó, que no está por hacer, que no hay batallas que librar, y que da igual ocho que ochenta. ¡Cuántas mentiras nos contamos con tal de no arriesgar el pellejo o de permanecer al calor de nuestras comodidades adquiridas! Ese taimado y ponzoñoso "porque yo lo valgo" que, emboscado, nos espera a la vuelta de cada esquina que la vida nos obliga a tomar. Ese Golum pringoso, infectado; "mi tesoro".

"Cuando la mediocracia encuba pollipavos no tienen atmósfera los aguiluchos".Del libro "El Hombre Mediocre",de José Ingenieros (1877-1925)

Por supuesto, lo peor de la mediocridad no es el efecto en uno mismo. Al fin y al cabo, quien más quien menos todos somos ya mayorcitos: tú mismo, chaval. Lo malo es que impide que el que quiere y puede saque las garras, la cabeza, lo que sea, para cambiar las cosas. Al mediocre le revienta comprobar que no todo el que le rodea es de su calaña. Eso viene a derrumbar un tanto sus hipótesis, la imagen del mundo (que es así) que se ha construido con mismo para su solaz. Por otro lado, los brotes sanos que observa, le dan vida: ahora tiene un propósito más por el que vivir. Arrancarlos de cuajo.

El profesor mediocre expone. El buen profesor explica. El profesor superior da ejemplo. El profesor sublime inspira -William Arthur Ward

Gracias al cielo, muchos no están por la labor. Hay docentes que detectan pepitas de oro y las miman para que se conviertan en gallinas de los huevos de oro. En el mundo de la empresa, o en las más diversas instituciones, también hay ángeles que, sin hacer mucho ruido, inspiran, levantan, animan y empujan a lo mejor.

No subestimemos los privilegios del mediocre. Cuando uno escala mas alto, la vida se hace mas dura; aumenta el frio, la responsabilidad se incrementa -Friedrich Nietzsche

Porque rara vez mejorar significa estar más a gusto. Como mucho, más sereno, más alerta, y más preñado de esperanzas. En este sentido, el santo patrón de la anti-mediocridad fue Sócrates. Aquel que se ofrecio como forma y refutación de la opinión ajena, auqle que no sabía nada para que los demás fueran más de lo que eran. La mediocridad de Sócrates es impostura, una máscara tras de la cual se oculta la persona excelente de veras: aquella que siempre busca sobrepasarse y alcanzar nuevas cotas, siempre nuevas cotas. Sócrates, el sátiro enmascarado, les zurró de lo lindo a los mediocres. Hoy le seguirían faltando manos.

Los grandes espiritus siempre han encontrado la violenta oposicion de las mentes mediocres. -Albert Einstein


Así es que, por favor: la próxima vez que detectéis el hedor de la mediocridad, salir en dirección opuesta. Si, de puro coraje, os apetece atizarle un metafórico manguerazo de agua fría al mediocre de turno, tanto mejor. No se curará; pero a lo mejor hay futuras víctimas cerca y pueden nutrirse con el ejemplo. Y, como vacuna propia, recuerden la anécdota de Churchill, cuando declinó dar una charla a un grupo de escolares al entender que todo lo que podía contarles se resumía en siete palabras:
"No se rindan. No se rindan nunca"

Los espíritus mediocres condenan generalmente todo aquello que no está a su alcance. François de La Rochefoucauld (1613-1680)

En fin, sólo pretendía iniciar una cruzada. Otra.



jueves, 14 de enero de 2010

Deliciosa mordedura de rata

Hace algunas semanas pasaba por la biblioteca de caza, no recuerdo muy bien de qué. Algo de Asimov o un libro de viajes. Me escurría distraídamente entre los anaqueles -lo mejor de la caza es el acecho- cuando de pronto, una rata me mordió en una mano. No me alcanzó con los dientes, sino con esa mirada triste, un tanto alucinada que tienen ustedes aquí a mi derecha. Mirada de perdedor, de corazón en carne viva, de lector impenitente: mirada de rata humana.
Así es que cogí el libro, lo abrí por la primera página, y encontré esto:

Siempre imaginé que la crónica de mi vida, si acaso alguna vez llegaba a escribirla, tendría una primera frase excelente: algo lírico, como "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas", de Nabokov; y si no me salía nada lírico, algo arrollador, como "Todas las familias felices se asemejan, pero cada familia desdichada es desdichada a su manera", de Tolstói. La gente recuerda estas palabras incluso cuando ya ha olvidado todo lo demás que hay en el libro. En lo tocante a frases de apertura, la mejor, a mi modo de ver, es el comienzo de
El buen soldado, de Ford Madox Ford: "Éste es el relato más triste que nunca he oído". Docenas de veces lo habré leído, y sigue dejándome patidifuso. Ford Madox Ford era uno de los Grandes.

En toda una vida de esfuerzos por escribir, con nada he luchado más varonilmente -sí, ésa es la palabra, varonilmente- que con las aperturas. Siempre me ha parecido que si esa parte me salía bien el resto seguiría de modo automático. Concebía la primera frase como una especie de útero semántico repleto de atareados embriones de páginas sin escribir, resplandecientes pepitas de genio, ansiosas de nacer. De ese gran recipiente fluiría, por así decirlo, el relato completo. ¡Qué desilusión! Ocurrió exactamente lo contrario. Y no es porque escaseen las buenas frases de arranque. Deléitese usted en ésta, por ejemplo: "Cuando sonó el teléfono, a las tres de la madrugada, Morris Monk supo antes de levantar el aparato que la llamada era de una dama, y algo más: que decir damas es decir problemas". O ésta: "Poco antes de que lo descuartizaran los sádicos soldados de Gamel, el coronel Benchley tuvo un vislumbre de la blanca casita de campo del Shropshire, con la señora Benchley a la puerta, y los niños". O ésta: "París, Londres, Djibuti, todo le parecía irreal ahora, sentado entre las ruinas de otra cena más de Acción de Gracias, con su madre y su padre y el idiota de Charles". ¿Quién puede permanecer insensible ante unas frases así? Tan preñadas están de significado, tan, oso decirlo, tan a punto de reventar de significado, que es como si las hincharan los capítulos enteros sin escribir que llevan dentro: sin escribir, auqnue ya presentes. Pero, ay, en realidad no eran más que burbujas, falsas ilusiones, todas ellas. Cada una de esas frases maravillosas, repletas de promesas, era como una caja envuelta para regalo en manos de un niño anhelante, una caja que nada contiene, sino piedrecillas y trozos de basura, a pesar del ruido tan seductor que hace al agitarla. ¡El niño piensa que son caramelos! Yo pensaba que eran literatura. Todas esas frases -y otras muchas, también- resultaron no ser trampolines de lanzamiento hacia la gran novela sin escribir, sino barreras insuperables. Comprende usted, eran demasiado buenas. Nunca logré situarme a su altura. Hay escritores que nunca logran igualar su primera novela. Yo nunca pude igualar mi primera frase. Y mírenme ahora. Miren de qué modo he empezado esto, mi obra final, mi opus magna: "Siempre imaginé que la crónica de mi vida, si acaso alguna vez llegaba...". ¡Dios del cielo, "si acaso alguna vez"! Ya se percata usted del problema. Irremediable. Que lo borren. Éste es el relato más triste que nunca he oído. Empieza, como todos los verdaderos relatos, quién sabe dónde. Buscar el principio es como intentar descubrir las fuentes de un río. [...]

Pasadas las primeras cuarenta páginas me di cuenta de que había perdido la noción del tiempo, que se me hacía tarde -a todos se nos hace siempre tarde, ¿no?-, y que la rata merecía degustarse en mejores condiciones. La encerré en una maleta, y al primero de mis vuelos obligados (Sevilla-Düsseldorf, vía Barajas) me la zampé de un tirón con el corazón en un puño y disfrutando a rabiar cada una de sus pocas páginas.

Firmin es un relato muy Pequeño, pero a la vez muy Grande. Un tarro ajado, modesto, descuidado que, al abrirlo, deja salir a borbotones nostalgia, humor, ternura, filosofía, y por si no fuera suficiente, un montón de frases maravillosamente escritas. Un canto a la vida y a sus miserias, un relato agridulce, vital, con tanta mala leche como gusto por la raza humana. Y, fundamentalmente, una de las canciones más hermosas que se le ha escrito a la dignidad de existir.

Quien nos habla en primera persona es una rata nacida en el seno de una familia numerosa, de madre borracha y descarriada, al que el Destino le gasta la broma de regalarle un cerebro y un corazón humanos. Aprende a leer devorando -físicamente-libros, nos enseña todas sus miserias; lo vemos tropezar, como a nosotros mismos, en su infinito e incorregible anhelo de amar.

Son tres horas de placer asegurado. Si conocéis a alguien con sentido del humor y la tristeza, y gusto por los libros, este es, como suele decirse, "el regalo perfecto para las próximas Navidades".



viernes, 8 de enero de 2010

Soy un inútil


Cada 6 de enero la misma historia: pasar por mi Canossa particular, la de montar los juguetes. Y eso que libro en casi todos los casos: mi santa conoce el paño y me mantiene amorosamente alejado de la ingeniera juguetil. Por mi y por los juguetes -fundamentalmente por estos últimos. Pero siempre hay resquicios para el desastre, como bien sabía Murphy, que seguro tuvo muchos hijos.

La principal ventaja que las familias despanzurradas proveen a los niños es de una proliferación de abuelos y neo-parientes tal que la lluvia que reciben de regalos en estos días se torna abrumadora. Y tan es así que no les da tiempo ni a abrirlos en el tiempo reglamentario. Y ahí es donde viene el problema, para el que suscribe, porque ya ni la madre da abasto, y me cae algún montaje en suerte. Este año ha tocado una especie de castillo de los cliks para princesas, lleno de horteradas, y con más piezas que las que requirió la catedral de Burgos. O al menso así me lo ha parecido.

Tres horas después de sufrir como un marrano y tener que aguantar que mi Daniel me mire condescendientemente cada treinta segundos ("esa pieza no papa, esta") contemplo mi obra. Tiene menos estabilidad que un castillo de naipes, y parecido futuro. Y, como me ocurre con los puñeteros muebles de Ikea, me sobran al acabar la mitad de las tuercas. Una vez más, compruebo que soy un inútil integral. La próxima vez llamaré a Antoñito, un neo-abuelo que es la pareja de mi madre y al que le das una navaja suiza, unos trozos de cable y cinta Scotch y te levanta un centro comercial (si además le pasas un trompo, te monta el Guggenheim).

Para colmo, mi Claudia le ha echado un vistazo rápido al interior del maltrecho edificio y me ha pedido que le compre unos cuadros, unas macetas y una alfombra mona, porque así tal como está parece una vivienda de Los Pajaritos. Su hermano y yo nos miramos espantados: a pesar de una esmeradamente igualitaria educación, la Agatha Ruiz de la Prada que toda mujer llleva dentro se abre paso, a borbotones.

Así, mientras ellos pasan el tercer día post-Reyes jugando con la caja de los cliks y unos globos viejos mientras la montaña de nuevos cacharros se pudre en una esquina (los muy cabrones), yo salgo a comprar los complementos. Otro día les cuento.