domingo, 14 de febrero de 2010

Amenazadores pedruscos volantes

La entrada de esta semana está dedicada a mi amigo y colega Eduardo. Como es el caso en algunas de mis otras amistades (soy un tipo con suerte), Eduardo es una caja de sorpresas llena de sucesivas cajitas que te descubren nuevos aspectos de una personalidad multifacética y fascinante. El último envoltorio que he desarbolado contaba que mi compadre, que come del derecho, es un aficionado experto a la meteorología. Ya le he arrancado la promesa de una serie para el blog sobre las mentiras y verdades del cambio climático; sirva este homenaje de hábil chantaje emocional para que pronto se arranque y por aquí lo leamos.

Lo que me gustaría contar tiene que ver con los meteoritos y su eventual impacto contra nuestra amada Tierra. A mi, que padezco de una veta apocalíctica extraña -por referencia al resto de mi personalidad, bastante optimista-, siempre me han fascinado esos gigantescos cantos que vagan por los espacios siderales. Así es que cuando me tope, en mi lectura del Una breve historia de casi todo de Bill Bryson con un magnífico resumen sobre como funciona (hasta donde sabemos) la vaina, me dije que un resumen del mismo podía ser buena cosa para el que no le apetezca zamparse las cuatrocientas páginas del manuscrito original.

Dicen las malas lenguas científicas que hay como mil millones de asteroides orbitando por ahí arriba. Y aunque "orbitar" parezca una acepción muy respetable y predecible para un movimiento, lo cierto es que están sometidos a perturbaciones del todo impredecibles. Tal y como lo explica el autor, la órbita de la Tierra es como una inmensa autopista en la que somos el único vehículo, pero que cruzan sin mirar peatones suicidas a cosa así de 100.000 kilómetros a la hora de velocidad. Unos dos mil de ellos cometen esa imprudencia cada año y constituyen enpotencia una amenaza fatal para nuestro planeta.

Así las cosas, a ver quien es el guapo que se hace un plan de pensiones. Un objeto de estos que contara con poco más de un centenar de metros de ancho no podría captarse con ningún telescopio hasta que estuviera pocos días de distancia. Y se piensa que gracias a uno no mucho mayor la diñaron los dinosaurios, así es que hagan las cuentas. Ni tiempo de hacerle un corte de manga al director de nuestra sucursal bancaria nos iba a quedar. Porque ni siquiera el choque directo sería lo más grave; innumerables cambios climáticos y atmosféricos mas devastadores seguirían al eventual impacto. La cantidad de hollín y de ceniza flotante producidas taparía el Sol durante meses: los expertos del MIT estiman que el último evento de esta clase alteró drásticamente las condiciones ambientales por un periodo de diez mil años. Así es que, por si alguno se lo estaba preguntando, es que sí: probablemente pararían la liga de fútbol -con lo que ello supondría para Canal+ y sus allegados (aunque no es seguro que el suceso afectase al optimismo de Zapatero, por poner el caso).

Aunque, como me cuentan y os cuento, el suceso no podríamos preverlo, pongamos por un momento que sí. Todo el mundo piensa gracias a la película Armaggedon que, en tal caso, le dispararíamos un pepino nuclear y a otra cosa mariposa. ¡Meeeeeeeeeec! Respuesta incorrecta. Resulta que los misiles nucleares no están preparados para funcionar en el espacio, o pueden vencer la gravedad y aunque pudieran nadie puede dirigirlos a millones de kilómetros de aquí (vaya fallo, ¿no?). ¿Una nave tripulada que colocase en el explosivo como en el susodicho filme? Ni siquiera podemos hoy por hoy mandar un cohete triulado a la la luna (el último que podía, el Saturno 5, lo desguazaron). Y aunque pudiésemos (y ya van unos cuantos "aunques"), probablemente lo haríamos cachitos que repartirían el golpe, pero no evitarían la desgracia.

Los chinos tienen un dicho (en realidad tienen de todo): "disfruta hoy, es más tarde de lo que crees".
Pues eso.

viernes, 5 de febrero de 2010

Una (tímida) teoría sobre el amor

De toda las cosas que uno se esfuerza por entender, aquella en la que los avances son más magros (retrocesos incluidos), es el amor sensual. Después de mucho leer, ver y escuchar y algo practicar,el amor que tiene esa componente de atracción -digámoslo por defecto: el amor que no es amistad, que no es familiar y que tampoco es universal- se me sigue escapando al entendimiento. ¿Por qué se aman las parejas? ¿Qué hace que algunas sigan juntas, y otras se disuelvan? ¿Cuál es la clave de que el amor entre dos que no tiene cadenas de sangre pero que no se conforma con la afinidad propia de los amigos perdure? No lo tengo demasiado claro.

Aparte de que el tema sea apasionante en sí, me toca muy de cerca, y no sólo por llevar casi dieciocho -extraordinarios- años a la vera de mi costillita. Para empezar, la susodicha se dedica a ello, a la terapia familiar. Para seguir, nuestros padres están ambos -los cuatro pues- divorciados, algunos de ellos comparten ahora empeño con otros que idem, y en general, la pareja que perdura parece ser muy rara avis en derredor nuestra, y no digamos a nivel general. La cosa del amor en pareja anda de muy capa caída. ¿Por qué?

Hay quien piensa que el amor de pareja es una suerte de amistad sexuada. Así es que, como escribía Cicerón en su De amicitia, el amor sería una comunidad de pareceres, de gusto, de todo en suma. Nunca me ha cuadrado esa versión.
Otra teoría muy progre allá por los ochenta y que como todo lo de los ochenta aún colea es que una pareja no es más que un equipo bien avenido. Una especie de eficiencia con encanto. Tampoco me lo he tragado nunca, y de hecho he visto naufragar a alguna que otra pareja sesuda, aparentemente muy estructurada y organizada, pero a la que terminó faltando algo, sin saber yo muy bien que fuera (y al parecer tampoco ellos).
Luego está el amor fou, el yo-lo-que-quiero-es-alguien-dispuesto-siempre-a-morir-por-mi. Espectacular y crujiente, sobre todo en según qué extremos. Da un montón de disgustos y aunque rara vez termina del todo, suele proporcionar sufrimiento a raudales.

Supongo que hay un millón más de tipos; de todas formas, no me gusta demasiado hacer la taxonomía de las personas como si de insectos se tratase. La cuestión de la clave, del núcleo que posibilita la perdurabilidad del amor a dos bandas, sigue abierta.

Con todo, allá va mi tentativa (muy dudosa insisto) sobre qué hace que dos personas se sigan amando a lo largo de mucho tiempo.
Primero, ausencia de egoísmo. Las personas que piensan mucho en sí mismas lo llevan crudo para compartir vida con otra persona. Es, por supuesto, cuestión de grados, porque todos tenemos nuestra porción de narcisismo, que probablemente nos salva de otras calamidades.
Segundo, calidez. La emoción es un elemento indispensable, y no hay plan de vida, por conveniente que parezca, que perviva sin aquella.
Tercero, madurez. la capacidad de estar sólo, paradójicamente. Creo que las personas que se estrictamente se necesitan difícilmente aguantan mucho juntas (aunque no sé explicar ni medio bien por qué).
Y cuarto. Saint-Exupéry, que por cierto fracasó estrepitosamente en estas lides, pues fue un mujeriego más bien cabroncete que hizo sufrir y bastante a su mujer, tuvo su punto también cuando dijo que el amor no era mirarse el uno al otro, sino ambos en la misma dirección. Supongo que eso quiere decir que también tiene que haber una cierta filosofía de vida en común, una forma de entender la vida parecida en lo básico.

Curiosamente, lo de menos parecen ser los gustos y las aficiones, y probablemente, dentro de unos límites de respetarse a uno mismo, el físico. Es justo mi caso con mi Nuria, con la que comparto pocas aficiones y gustos, y a la que sin embargo quiero más que a mi vida. Eso sí, también es una mujer que te quita el hipo con sus hechuras y su hermoso rostro. pero digamos que es un añadido...(pero ¡vaya añadido!)

En resumidas cuentas, y paradójicamente, my -muy tentativa y dudosa- teoría sobre el amor entre dos es que depende sobre todo de como sean el 1 y el otro 1. ¿Y la química? Por supuesto. Pero sospecho que cada uno de nosotros podría conectar hormonalmente con no menos del 10% de la población disponible, pero que funcione es ante todo una función de la capacidad de amar de uno, y del que/la que a cada uno o una le toque.