martes, 19 de abril de 2011

Los dos vendedores

La historia se la he escuchado a varios. El que mejor la cuenta, para mi gusto, es Benjamin Zander – un tipo jovial, sencillo y con gusto como pocos, que además adereza con música de la mejor. Para el que no la conozca, ya se la relato yo aquí, adaptada a la topografía cercana, que para eso los cuentos son universales, y de hecho se repiten sin cesar con otro ropaje y colorido en mil culturas diferentes.

La Compañía Zapatolandia, acuciada por la crisis, decide abrir mercados en parajes remotos. La cosa está muy mala, los chinos, que ni pagan seguridad social ni dan vacaciones, anegan el sector, la gente esconde el euro en el país – qué les voy a contar. El caso es que la dirección vuelve la vista a dos de sus comerciales, digamos Gómez y Domínguez, y les dice, chicos, preparad maletas, pasaportes, y toda la pesca, que os vais a Gaborone. Que está en Botswana, para más señas. Un par de millones de hermanos deseando comprar nuestros zapatos, por si no os habíais enterado.

Gómez y Domínguez, una vez confirmado que el asunto no es de guasa, se sacan pasaportes, se vacunan, hacen testamento – en fin, lo normal cuando uno se adentra en el África profunda sin tener ni la más remota idea de cómo cuecen las habas por allá. El gran jefe –digamos hoy Johnson, mañana quizás Xian Peng- les dice que tienen una semana para hacer sus pesquisas, gastar suela en el terreno y hacer sus pronósticos y propuestas para el mercado botswano, o como se diga.

Pasada dicha semana, ambos escriben un e-mail.

Para: Johnson
De: Gómez
Asunto: Perspectivas de venta

Buenas tardes, jefe

Las perspectivas de venta son sombrías. Aquí, realmente, casi nadie usa zapatos. La gente tiene echa la suela a base de una costra de carne, pues durante generaciones han pisado el suelo desnudo tan panchos. El país está plagado de aldeas infames, la gente tiene un modo de vida básicamente rural, y para cazar, como que les sobra el calzado.

Francamente, no sé que hago aquí, así es que, si no manda usted otra cosa, me vuelvo.

De hecho estoy ahora misma en el aeropuerto

Cordialmente


Para: Johnson
De: Domínguez
Asunto: Perspectivas de venta

Buenas noches, jefe

Las perspectivas de venta son asombrosas. ¡Fíjese que ahora mismo casi nadie tiene zapatos! Tienen los pies destrozaditos de tanto patear el suelo sin protección alguna. El país, por si lo desconocía, es todo a base de pequeñas aldeas (bastante curiosas, de cierto encanto), y creo que tanto para la agricultura como para la caza (¡imagínese cuando corran detrás de las gacelas con nuestros deportivos!), nuestro calzado le vendría de perlas.

¿Podría quedarme otra semana para buscar distribuidores locales? Aún no conozco lo suficiente la zona, el hotel es más bien modesto, pero por mi va bien.

Ya me cuenta

Un abrazo


Supongo que la cuestión es si uno quiere apuntarse a vivir a la Gómez, o a la Domínguez.

Yo lo tengo bastante claro, por cierto.

domingo, 3 de abril de 2011

Luz de mi vida

Lo aprendí hace tres lustros, más o menos, cuando estudiaba árabe: nur significa luz, iluminar. En el mismo sentido existe en hebreo y arameo, y es posiblemente el origen remoto del nombre Nuria. Lo aprendí, digo, por cuanto hace a la etimología – en realidad yo ya llevaba años siendo iluminado por mi particular Nuria, con quien he tenido la gloriosa suerte de compartir camino, luces y sombras, nada menos que diecinueve años. No reniego de uno sólo de estos más de seis mil días. En realidad, casi no ha pasado un “buenas noches” en que no reprodujera aquel respingo de la primera vez, cuando, tras aventurarme a traspasar el Rubicón de la amistad (“enrollarse”, se decía antes), al ir a acostarme, me tentaba la ropa sin creerme que tal cosa me hubiera podido pasar a mi. Apuesto a que aquella noche la dormí esbozando la más estúpida de mis sonrisas.

Y es que mi historia con Nuria se resume en una cancioncilla de Gershwin, la que dice así:

I’ve got, beginner’s luck
The first time that I’m in love I’m in love with you


Una vez me enamoré en serio y me salieron tres campanas, el reintegro de la ONCE, rojo, par y número, y el gordo de la lotería juntos. Y a fe que no parecía que fuera a ocurrir. Ella estaba, de algún modo extraño, fuera de mi alcance. Y no tan extraño: era y es una belleza exclusiva y un físico escultural, y yo, ahora como entonces, digamos que era de los ocurrentes y animados (animado friki, para entendernos). Pero, como debe ser, sin pensarlo, aposté y gané – me jugué la amistad a un afecto excesivo, a un acercamiento libidinoso, y la máquina escupió monedas hasta el amanecer, y seis mil días más.

Chesterton escribió que admiramos a las personas por motivos, pero las amamos sin motivo. Estoy de acuerdo: dentro de lo poquísimo que sé sobre el amor (y encima, de una sola tirada), me da la impresión que es algo así como una decisión intuitiva, una voluntad sustentada en escasísimas pruebas, y acaso eso explique por qué suele funcionar tan mal tantas veces, y por qué es una especie de milagro que muchas veces vaya bien. En todo caso, quizás la admiración tenga un papel en la duración del amor mismo, de modo que alguien como yo, incapaz de explicar fácilmente porque la quiero, tengo mil ideas que explican por qué la admiro.

De Nuria admiro su fuerza, su honestidad, y su valentía. Admiro su risa clara, su inocencia informada, la llave que tiene para abrir casi cualquier corazón ajeno. Admiro su carácter a ratos indomable, pero que ella ha domado con los años (la quiero más que antes, por eso) y admiro su calidez expansiva, su inteligencia humana (que es la que vale), su gusto por los placeres pequeños y medianos, y su olímpico desprecio de las grandes ambiciones. Toda junta, esta admiración me da para desear, como no deseo ninguna otra cosa, que exista muchos, muchos años. Y espero seguir mereciendo que me quiera a su vera, como hasta ahora. Para disfrutar no más del espectáculo.

Savater ha dicho con mucho tino que el amor lo explica todo, pero no puede explicarse a sí mismo. Me sirve para resumir lo que he dicho antes. Pero, si finalmente me escurro el corazón para explicar porque amo a mi Nuria, se me ocurre un motivo, quizás sutil, escurridizo y vago, pero es lo que tengo. Es porque tenemos los mismos sueños. A los dos la vida nos parece que está para exprimirla, y que el jugo que ésta nos tiene que dar debe ser más afecto, en forma de hijos, hermanos, amigos, personas valiosas, más amigos. Que este es un paseo breve, a ratos amargo, que todo cuesta, pero que esta frágil y cotidiana felicidad es precisamente el secreto a voces de aquello por lo que merece la pena vivir.

No es que sea fácil, que va. El camino está oscuro y empedrado. Pero yo tengo mucha luz a mi lado, y con ella, nada me asusta, y casi todo me excita, y todo lo espero sereno, pues todo lo tengo.