sábado, 17 de septiembre de 2011

Hasta luego

Pues hasta aquí hemos llegado - de momento. Toca cerrar este blog que me ha devuelto el veneno de escribir, siquiera en estos retazos un poco a salto de mata, al tun-tun, sin orden ni concierto y con la heterogeneidad por bandera. Los blos, me dijeron, son así, deben ser así para que alguien se pare a leerlos. Me he puesto, han sido dos años divertidos dándole a la tecla, que diría el otro, y ahora debo pasar a otras cosas.

Tengo un montón de proyectos profesionales y personales (tanto monta, monta tanto) a las puertas. Todos requieren de un poc más de atención. Luego está Víctor, mi pequeño, que ya va para cuatro meses y requiere (merece) mucha atención. Aunque la madre es la que está sacando de verdad la criatura adelante, toca dormir menos, trabajar más, y ello conlleva subir menos a la buhardilla desde la que ahora tecleo. Por lo demás, les estoy volviendo a coger un poco de tiña a los ordenatas, por la cosa de que me paso demasiados horas mirándoles el careto. Quiero salir, disfrutar, leer, lo que se pueda - sin pantallas de por medio.

Toca agradecer a quienes me empujaron a esta mini-aventura, a todos los que se pasaron para leerme, a los que siempre constructuivamente me criticaron, a los que participaron muy especialmente, y, en definitiva, a todos los que, más como muestra de cariño que por la calidad de los contenidos, me transmitieron su calor y sus ideas.

A todos ellos, y a los demás, muchas gracias. Volveré seguro, y si puedo, escribiendo más largo

martes, 30 de agosto de 2011

Introducción al Casadismo

Verán: en la historia de la filosofía ha habido dos clases principales de filósofos – los que han producido ideas audaces y los que han vivido audazmente. Los que copan las listas de éxitos y copan los anaqueles son los primeros, de modo que quienes hicieron filosofía, aunque de cuando en cuando la dejasen escrita (casi siempre con significativa parquedad), se han movido de la foto de la historia y apenas salen.
Mis héroes (si es que yo tengo algo así como un héroe) están casi siempre en el segundo grupo. Epicuro, Budha, Montaigne, Jesucristo, Nietzsche, Gandhi, por qué no, y por qué no Vicente Ferrer también. Y Epicteto. A su nivel y en su ámbito, tengo yo un amigo compartido con otro montón de gente que se llama Miguel Casado y al que no en vano motejamos en su día el Epicteto del Plantinar – un mote con el que seguro él puede hacer unas cuantas rimas jugosas. Me gustaría hablarles un poco de él, y explicarles por qué lo tengo por filósofo de pata negra.

Lo primero que hace falta para ser filósofo, es capacidad de asombro. Maravillarse, ya lo dijeron Pascal, Kant o Wittgenstein, es fundamental para amistarse con la sabiduría. Ese éxtasis que consiste en mirar a las estrellas y expandir el alma la practica nuestro ínclito Capitán Picard con una birra en las manos.¿Y qué? ¿No es así acaso mejor? El que busque ascetismo en el casadismo, no podrá hallarlo. Si un placer se pone a tiro, como por descuido, hay que apresarlo. Grandes o pequeños, excelsos o de andar por casa, de lo que se trata es de no hacerle ascos a la ocasión, vivir despierto, y dejarse de grandes utopías. Don Miguel echa una ojeada al firmamento, se ve tan poca cosa y tan vivo, y alucina.
Una señora que creo que publica revistas para mujercitas dijo una vez que la felicidad es como el dinero – sólo el que la produce tiene derecho a consumirla. En este caso, sospecho que Miguelón es rico. Intenten tentarlo con otra cosa –fama, poder, un Ferrari u otra horterada similar- y verán que risa le da. Se tiene a sí mismo, a los que quiere, y ya le basta. Pónganle un debate de politicastros y lo mismo se cabrea un poco, pero al momento lo calibrará en lo poco que vale, y sabrá reírse de los respectivos payasos (mis disculpas a los payasos de verdad). Como es un ideólogo del basket de equipo, yo me lo hago un poco de izquierdas. Pero no mucho, la puntita. Progresista pero no de pin dorado, enchufe diario y Virgen de la Macarena, sino progresista de progresar, de tirar para adelante y de que la justicia sea cada vez menos rara avis. Pero en realidad no lo sé, porque casi siempre tenemos cosas más importantes de las que hablar que de política – y, ¡ay!, demasiado poco tiempo para hablar juntos. Lo que es seguro es que no lo van a encontrar encuadrado en ningún fanatismo, en ninguna clase de absolutismo, y en ninguna religión organizada. Su religión es vivir, por si aún no se los he dejado claro.

El también conocido como el Tete de Plantinar (véase abajo la propia explicación del maestro) tiene, como servidor, muy a gala que se rían de él, porque él mismo es el primero que practica ese noble deporte todo lo que puede. A Groucho lo tendrá, supongo, de médico de cabecera, y el sentido del ridículo se lo dejó en un recoveco de su biografía un día del que seguro ya ni se acuerda. Y no, no es cínico – pero tiene retranca, que en el sur es de las pocas medicinas que se despachan para tanta miseria e injusticia como ha de encararse. La cultura, sabe lo que vale: lo que te enriquezca espiritualmente, porque de lo otro, ya lo sabe, ná de ná (y lo que te rondaré, morena). El mundo, según parece, es un lugar trágico para los que sienten, y una comedia para los que piensan. Así es que a este señor de corazón grande resulta que el cerebro no le debe ir a la zaga.
Tampoco le falta su mijita de insumiso, y no es poca paradoja, porque resulta que el tipo es militar. Su ramalazo de impudicia y su noble intento de ser libre, aunque sea en lo poco que ahora se puede serlo, no se lo arrancaron hasta la fecha –y ya no parece que vaya a ocurrir. Yo creo que haría hecho buenas migas con Diógenes, el del tonel, el que se paseaba por el mundo, literalmente, con una mano por delante y otra por detrás. Me lo imagino en la celebérrima anécdota con Alejandro Magno. Para el que no la conozca: Diógenes sentado en el suelo, y el gran Alejandro que acude a verle, pues su fama recorre toda Grecia, para decirle, oye, Dio (las puñeteras confianzas de los poderosos), que si necesitas algo, aquí está tu tío Alex. Y él que le dice: sí, necesito algo, majete, que te eches a un lado, que me estás quitando la luz del sol. Me imagino como digo a nuestro Casado, sentado al lado del otro, añadiendo: ya que lo dices, Alejandrito, anda y ve y tráete algo para picar. Campeón.

Montaigne decía que sí, que el hombre era un producto mediocre, voluble, manifiestamente mejorable, poca cosa – pero que con estos bueyes había que arar. Don Miguel Casado dice lo mismo – y lo hace sin mediar libros, con su sonrisa, su saber estar, su terrena sabiduría y su maravillosa calidez que inunda de afecto a los que se le arriman (con buenas intenciones). Una persona que, con todo su rico mundo interior, su inconformismo y sus dientes sacados para los vendedores de baratijas varios, ha aprendido a ser feliz con un plato de gambas, unas cañas, una buena conversación y un puñado de gente que le quiere y a la que quiere en correspondencia.

Soy casadista y espero seguir siéndolo por mucho tiempo.

Casadismo por el Tete del Plantinar


Como es lógico y normal yo no soy del Plantinar, nací y me crié en el Tiro de Línea, un barrio obrero y cofrade, salpicado por grupos de militares y excombatientes de la división azul. En los 60 jugábamos en la calle a lo que se jugaba en aquella época. Yo recuerdo la crueldad de aquellos niños de la calle, cuando mataban perros, gatos y otros bichos. Y las peleas entre bandas a piedra y puños. Era un juego a ser hombre, a imitar sus guerras, búsqueda de poder e ingenio para salir adelante en la vida.
A los 6 años, dejé el cole del el Porvenir, donde mis padres me llevaron para que no me rozara con los niños del colegio de los Alambres, lleno de indeseables, y donde ejercí, años más tarde, como docente en mis prácticas de Magisterio. No es que dejara el cole, sino que me fui a uno mejor, según mis padres, el colegio nacional San Isidoro en la calle Mesón del Moro, al final de Mateos Gagos en el corazón del Barrio de Santa Cruz. Toda una experiencia, fue mi primer contacto con las normas y uso militar. Íbamos uniformados y en formación como una facción del Social Nacionalismo Español de Falange. No sé porqué pensaron mis padres que esto era mejor para mi educación si más bien ellos eran rojillos, bueno rojillos de la época, mis abuelos paternos fueron muy religiosos y tradicionales a pesar de que mi abuelo se dedicó al negocio del calzado, zapatero remendón, aún conservo algunos útiles que me pasó mi padre. Y mi abuelo materno, se entretuvo a reunir en su negocio de restauración y hostelería a lo más rojo de la comarca, allá por Montoro (Córdoba). Y así le fue, al estallar la guerra civil, fue herido de un tiro y apresado, acusado de asesinato y convicto en la cárcel de Burgos, al no poderle demostrase nada, tras muchos años de cárcel, y muchos días de enfrentarse a un fusilamiento inminente, le pusieron en libertad. No hace muchos años vi en prensa una foto donde estaba con otros presos políticos en Burgos y las atrocidades que pasó y que no consiguieron doblegarle, murió en mi casa con 80 años. Un milagro de la naturaleza y de carácter. Pues a todo esto mi madre me obligaba a ir a misa los domingos. Y dicen, las malas lenguas, que la vieron desfilar vestida de Requeté con su boina azul por las calles de Linares donde huyó la familia tras el alzamiento.
Mi vida dio un giro sustancial cuando empecé el Bachillerato con 10 años en el Martínez Montañés, y como era muy mal estudiante todos los veranos los pasaba en la Academia de Don Manuel y Don Luis, donde se repartían leches como panes, y donde hice amistad con la pandilla del Plantinar, que me adopto como hijo putativo. El Plantinar era por aquel entonces un barrio joven lleno de matrimonios con hijos, estómagos agradecidos al régimen, que habían sido agraciados con una vivienda de protección oficial. Casi toda la juventud que se lo podía pagar iba a la Academia y se examinaban Libre en el San Isidoro, porque iban más preparados. El resto iban al Martínez. En las noches de verano nos reuníamos en los bancos de las plazoletas para hablar de música, Filosofía, Política y también de niñas, como las llamábamos entonces. El Barrio no nos hizo a nosotros, sólo fue el escenario donde nos formamos y creamos, todo estaba por crear, y fuimos creciendo y llegando a esa edad en la que crees que vas a cambiar el mundo, y haces teatro, te haces cantautor, escribes algunas líneas de poesía y hasta ópera rock. Poco antes de la apertura política, un par de días antes, empezamos a tontear con las niñas y a olvidar que habíamos sido como los doce apóstoles, porque éramos revolucionarios de Cristo y cantábamos en las iglesias, yo lo hacía con mi primo Alfonso, hoy conocido cantautor en Sevilla como Alfonso del Valle fijo en la Carbonería y en el Perro Andaluz.
Mientras a duras penas sacábamos el Bachillerato, revolucionamos el Martínez, estábamos metidos en todos los saraos, Atletismo, futbol, y un deporte nuevo, que jugábamos con balones de la OJE los sábados por la mañana, ¿Cómo era eso? A sí Baloncesto. Al que jugábamos a todas horas, entre los charcos de albero del recreo y con cualquier cosa, una bolsa de pipas llena de tierra era un buen motivo para echarse un 21. Era tal la afición que en los recreos de 20 minutos escasos, organizábamos competiciones entre clases, también jugábamos a fulbito con cualquier cosa. Las pelotas de plástico del tamaño de una bola de tenis eran lo mejor, se les podía dar efecto y se marcaban golazos, siempre que nadie las pisara y se chuchurian, se soplaban y a seguir jugando.
Todo estas pequeñas cosas, y no tener un duro ni pa pipas fueron forjando el carácter, además de haber tenido un tío pederasta, que me tiró los tejos, y que lo expulsaron del Seminario, con lo difícil que es que los curas te echen por Maricón. Porque este no era gay era un Marión de los grandes, por supuesto estaba casado y con hijos, facha y franquista, con queridos jovencitos y consentido por su señora. Como se ve le guardo algo de rencor.
Como ésta no pretende ser una biografía, doy un salto con doble tirabuzón y medio y me echo novia formal y comienza una etapa en la que uno deja de pensar con el corazón y lo hace con la otra cabeza, lo único que te mueve en la vida es el sexo. Como una hostia de estimulina, ZAS! en toda la cara, y atontado para los restos. Mientras mis amigos seguían tonteando con esto que se bebe y lo otro que se fuma. Con 20 años decidí que lo más importante en mi vida era buscarse las habichuelas y dejar el baloncesto. Que por otra parte no me perdía nada, total, prácticamente habíamos inventado en Sevilla esto del Básquet, y me saque la licencia de Árbitro para ganar dinerillo pues seguía tieso desde que nací. Y solo jugaba en el equipo universitario en Magisterio. A los 24 me casé y me fui a trabajar a Sabiñanigo (Huesca) como Alférez de Complemento. Duro fueron aquellos años; Con una mano delante y otra detrás atravesé, con un sinca 1000 y con mi mujer, España para empezar una nueva vida. Dieciséis años estuve en el destierro, liberado de familia y amigos, sólo nos teníamos nosotros y dos enanos que solo daban problemas desde que fueron concebidos, y que siguen en su línea habitual.
Salto al vacío.
Creo que cuando volví a Sevilla y me encontré con la familia, no tardé mucho en pelearme con ellos de nuevo, porque no pueden esperar de mí lo que yo no sé dar, esta vez no es que cambiara de vida esta vez cambié yo, los acontecimientos, enfermedades y otras me hicieron ver el mundo como lo veo ahora, lo que no puedes controlar, déjalo a un lado, no podrás cambiarlo y te provocará un sufrimiento. Cuando mis antiguos amigos me llamaron por primera vez porque me buscaron en la guía, estaban medio pedos, borrachos total, estaban celebrando algo, el verse o estar juntos, y dijeron ¡vamos a llamar a Miguel que creo que está en Sevilla!. Y todo comenzó de nuevo, el baloncesto, el fulbito, el tenis, el mus, la Feria y el golf, porque yo no soy de Rocío y Semana Santa.
Después de muchos años volví a ponerme el número 12 en la camiseta y jugar un par de años en los Máster de Baloncesto, donde me encontré con viejos, nunca mejor dicho, rivales y compañeros. Fue toda una experiencia. Lo mejor fueron los post partidos, y algún triple que le casqué a los todopoderosos Maxi Caja y Náutico. Ya no estamos para muchas florituras físicas, pero si para las mentales, lo de cambiar el polvo por el brillo. Y con intermitencia por las lesiones y el trabajo hemos seguido en las pachanguitas de los martes, en Hytasa, Plantinar, Ifny, Moncase y Santiponce. En estos últimos años me he vuelto a redescubrir y a valorar más si cabe los postpartidos, ya no tanto por la cerveza sino por el contacto humano y las cosas que se dicen cuando se desinhibe uno, y cuenta sus experiencias. La guerra entre Blancos y Rojos ha sido un acierto, a pesar del marcador que parece no funciona muy bien, por lo menos para los blancos que intentan boicotear el tema de la puntuación, ha estado genial hasta el último día. Esa es la clave, jugar en todas las facetas de la vida en equipo. Lo de la individualidad solo es válido para los temas escatológicos, ni siquiera para el sexo es adecuado, donde estén dos o tres, ¡que quiere que te diga!.
Para mí el ascetismo, está fuera de lugar, “muero porque no muero……” esta estaba amamonada y veía visiones por la falta de jamón y el esceso de cilicio, vamos que si la hubiera visto un médico del alma le hubiera recetado una buena polla. Vease eldoble sentido, para darle gusto al cuerpo por arriba si la polla es de corral y por abajo tipo senegales, o eso dicen.
Muchas veces me deprimo cuando alguien me dice que no desear tener más dinero, casas y otros bienes es de conformista, que hay que ofrecer a la familia más bienestar, hay que echar más tiempo en el trabajo, buscar nuevas formas de obtener más ingresos. Y no es que no quiera vivir con más lujos, lo que no quiero es invertir más tiempo en ello. En lo que si estoy siempre dispuesto es a amar más, a tener tiempo para leer una persona (como tú dices) o un hijo, y no tanto a una mujer, es que muchas son como la Biblia o el Quijote sólo son interesantes las primeras hojas, luego divagan y me aburro, y acabo mirándoles la tetas. La culpa la tiene el virus Plantinar, porque los del Pantinar podemos estar amando muchas horas seguidas, somos bisexuales, ya sabes el coño siempre en la cabeza. Lo que no nos impide ser fieles a la misma muchos años. Yo entiendo que vivir con semejante semental debe ser agobiante, pero peor sería lo contrario.
El tema político no es tabú para mí, sino que no puedo definirme pues de todas las tendencias y de ninguna. Me considero progresista, pero sin drogas, ni melenas, si un negro, gitano, moro o lo que sea quiere que me trate con él ha de respetar el progreso al que hemos llegado, ¿Qué es eso de respetar las tradiciones? ¿es que tenemos que permitir que maltraten a las mujeres o los niños? Me avergüenzo del ser humano cuando pienso en los niños objetos sexuales de los musulmanes. En esto creo que estas sociedades están llamadas a desaparecer, igual que han desaparecido otras civilizaciones. Esto no es facismo, no se trata de liquidarlos, sólo educarlos, y no reírles las gracias. Nunca pondría a un dictador al frente de un país por intereses, como acostumbran los USA imitando a griegos, romanos y otros imperios. No hay quien le dé una leche a los japoneses para que dejen de matar ballenas y delfines. Como no tengo ningún cargo político, soy un homo político, y a los que no me gustan por estas cosas los ignoro, paso de ellos, me la sudan y no les sigo el juego. Aun japonés va a ir a comer sus muertos. Y así con los demás. Sólo me gusta la comida china por el arroz, las pastas y la ternera con sus pimientos y cebollita. Lo único que me comería crudo es a mi señora.
El tema de la Insumisión te lo aclaro en un pispas, dale un martillo, clavos y madera a un carpintero, y te hace una mesa o una silla. Dale pistolas y granadas a un militar y te hace una guerra o un golpe de estado. Vivo rodeado de golpistas. Mi uniformidad favorita sería unas calzonas, camiseta y chanclas. Creo que al paso que voy cuando ronde los 60 y tantos me dejaré crecer el pelo y me haré suda o buda o como mejor se defina el interismo, vamos que me lo va a sudar todo, menos mi Selección de Baloncesto y la de Waterpolo. Muchas veces se incurre en querer vivir a través de los hijos lo que uno no pudo conseguir. Y no sabes la envidia que tengo a mi Sergio, cuando al final de Agosto, si todo va bien, oiga el himno de España con la Selección allá en tierras Croatas. Esto es lo que me pierde, aunque los martes en Moncase me curo de todas mis frustraciones.
Para bien o para mal he conocido a Reyes, Principes, políticos, y lameculos. Y todos van al baño a mear. Es más no me merecen ningún respeto, vamos que lo que siento por ellos en mutuo, salvo casos aislados son unos cabrones que se creen por encima del bien y del mal. Una vez me dijo un Teniente General: “¿tu sabes, que yo puedo hacer con tu vida lo que quiera?”, Esa vez lloré amargamente mi impotencia, igual que cuando mi hijo Adrian se moría en la UCI cardiaca, entonces me dije una y no mas Santo Tomas. Esto no selo casques al Montero que le gustan los sables, fue Alférez de Complemento. Y Bla bla…….
Fin, o más bien seguiré cuando me venga la musa, otro año.

viernes, 24 de junio de 2011

Evangelizando(me)

Tengo la suerte de tener un puñado de amigos que tienen creencias religiosas y se preocupan por mi alma. De hecho, me ha pasado desde siempre: cada vez que alguien que me tiene querencia o que le caigo de alguna forma en gracia descubre que soy un ateo confeso y convicto –desde hace ya un cuarto de siglo-, emprende una cruzada personal, de mayor o menor calado según los casos y las ganas, por arrimar mi espiritual sardina a su ascua. Un tipo como tú, David, tiene que ver la luz, me dicen o piensan; de alguna forma se autoimponen la tarea de convertirme, de completar una personalidad que les gusta (dicen) precisamente con lo que le falta, la fe. Y a ello se encomiendan, con mucho ímpetu, entre otras cosas porque yo me dejo, puesto que lo que me importa, parafraseando a Marina, no es tener razón, sino estar en lo cierto.

Empiezan con mucho coraje, como digo, pero se les acaba el combustible bien pronto. Y vaya si lo lamento: prometen mandarme a un párroco recomendado, o a un amigo director de una escuela coránica que tienen por infalible en estas lides. Pero se quedan en unos cuantos e-mails y algunos pogüerpoints de esos que circulan por la red llenos de exhortaciones a la oración y buenos sentimientos. A la que uno intenta entrar en la conversación, discutir el asunto de fondo, argumentarlo, vaya, se disuelven cual azucarillo en agua hirviendo. Rara vez se preocupan de apoyar su razonamiento con razones y ejemplos y se esconden de nuevo en su concha dogmática, donde, lo admito, se está bien caliente y al abrigo de dudas. Yo supongo, pues me conocen, que no esperan que me trague una supuesta verdad con unas transparencias y unas cuantas citas, así es que siempre quedo extrañado cuando al primer soplo de este lobo la casa del cerdito se derrumba.
Y no es que uno vaya por ahí chuleando de saber nada, de tener certeza alguna. Hubo un tiempo en que era más polémico, más contumaz y más bisoño, en el que peleaba con los apologistas recordando la criminal historia de la Santa Madre Iglesia, las barbaridades de los seguidores del Profeta, las memeces misóginas que dijo Buda y cosas así. Llegué a ser anti-clerical, pero ya no soy anti-nada. Se me ha pasado el arroz para el asunto de recordar los pecados de la historia y pontificar, gracias a Dios. Cada día que pasa me siento más ignorante, más inseguro, pero a la vez más contento. Con todo, sigo necesitando razones. Por cierto que no tienen que ser estrictamente lógicas; me valen las emocionales. Es decir, que estoy dispuesto a creer en cosas que van más allá de lo racional, pero que tienen que ser siempre razonables. Sigo a la espera de que alguno de mis amigos me ilumine en este sentido, de forma que yo vea -aproximadamente, ni siquiera tiene que ser muy claro-, por que necesito creer en Dios, en Alá, en la transmigración de las almas o en el Gran Arquitecto en cualquiera de sus otras versiones alternativas. En que me aprovecha, vamos.

Hay por lo demás tres errores de bulto que las personas que profesan creencias religiosas y/o sobrenaturales cometen una y otra vez respecto a los ateos.
El primero es considerar que un ateo no tiene creencias. Nada más lejos de la realidad. Un ateo tiene exactamente la misma cantidad de creencias que un teísta. Un ateo es una persona que cree que Dios no existe, y un teísta una que cree que sí. Ambas son creencias y ambas tienen consecuencias importantes, y me parece bastante vulgar y chabacano reservar la categoría de creencia para solo un tipo de ellas. En esta línea se inscribe el machacón y absurdo etiquetado que los medios cristianos ortodoxos (léase Alfa y Omega) hacen de toda creencia no teísta como ideología. Entre otras cosas, porque todas las religiones son a su vez ideologías (DRAE: Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político).
La segunda metedura de pata es considerar que un ateo no entiende de alma – y es por tanto un desalmado. Tampoco es verdad. Séneca decía, y yo estoy de acuerdo, que el alma es una cosa muy pequeña, pero que es una cosa muy gorda burlarse del alma. Pongo mucho empeño en no hacerlo. Un ateo tiene alma exactamente igual que un teísta la tiene – como ambos tienen dignidad. Lo único que no piensa es que vaya a sobrevivirle a su cuerpo. Algo que por cierto sostenía también Aristóteles, en quien se basa por lo menos la mitad de la metafísica cristiana, que en consecuencia se pasó unos cuantos siglos (herencia de Averroes, Alberto Magno, Tomás de Aquino, Pomponazzi, etc.) tratando de enmendar al de Estagira para decir que bueno, que sí, pero que no, pero que bueno, o sea. Armándose unos líos tremendos y montando unos concilios morrocotudos para que todo encajase pero haciendo aguas por todos lados. Servidor insiste para que conste en acta que tiene alma, como todo Quisque. Mortal, caduca, precaria, de acuerdo, y a mucha honra, pero no menos alma que esas que pegan saltos de ser a ser o que aquellas otras a las que esperan 72 huríes en el paraíso (que a ver qué va a hacer un alma con setenta y pico vírgenes en el paraíso, pero bueno).
Por último, y esto es sin duda lo peor, hay por ahí algún zafio que piensa que no tener creencias (sobrenaturales) equivale a no tener principios. Con mis amigos no me pasó nunca, pero cuando me topo con alguno de estos en alguna conversación, la sangre me hierve, y rara vez me callo. Que conste que no soy nunca el que saca el tema en primera instancia. Pero cuando ocurre, cuando algún mequetrefe (o mequetrefa) se sube al púlpito para cacarear, orgulloso de su hallazgo, que como dijo Dostoievski si Dios no existe, todo está permitido, me ocupo de bajarle cuidadosamente de su estrado. Para que reflexione un poquito. No sólo porque decir tal cosa es una afrenta para todas las personas de bien que lo practican a diario pese a ser ateas, sino porque resulta que es una mentira superlativa y un insulto a la inteligencia. Y por ahí no paso.

Aparte de esto, la verdad es que Dios y yo nos arreglamos bastante bien. El se ocupa de sus asuntos y yo de los míos. Además, casi siempre compartimos enemigos - aunque nuestras amistades difieran bastante. Mantenemos algo así como una especie de aseada vecindad - Él es como ese vecino que nunca has visto porque siempre está de viaje; alguien que, hasta la fecha, nunca eché en falta. Si tuviera que describir nuestras relaciones me acogería a una célebre anécdota de mi tocayo Henri David Thoureau, igualmente ateo. Por lo visto, estando en su lecho de muerte, fue a visitarle su madre, suplicándole que hiciese las paces con Dios, a lo que éste replicó, apaciblemente, que a él no le constaba que estuviesen peleados. Pues eso.


Viene al caso decir que no estoy orgulloso de ser ateo. De hecho, no estoy orgulloso de ninguna de mis creencias. No veo cómo podría estarlo. Para empezar, no me parece que uno pueda estar orgulloso sino que de aquello que hace y consigue. Como mucho, de una determinada actitud; pero sería ridículo enorgullecerse de alguno que simplemente cree (desde luego, yo no sé que Dios no existe). Tampoco mi ateísmo es una actitud per se. Vale tanto como contenga de honestidad y valentía, pero son de estas cosas de las que me enorgullezco y no de no creer en Dios. Por lo demás, todo lo poquísimo que creo saber es perfectamente falsable -como lo es la ciencia-. Lo pienso hoy con lo que sé hasta hoy, pero mañana mismo podría cambiar.




Por lo demás sospecho que alguno me manda según qué cosa con ánimo de cabrearme un poco, por el mero gusto de leer o escuchar mi respuesta. Sólo así se explica que de cuando en cuando me pongan un vídeo de un predicardor yanqui muy subidito o que me remitan alguna superchería internauta perfectamente documentada. O que me incluyan en una cadena de esas en las que si no rezas tres Avemarías y cuatro Padrenuestros, allá tú, colega, pero te puede pasar como al Jhonny Sarmiento que en Perú se le cayó una teja en la cocorota por no hacerlo. Y la palmó, por cabrón y por ateo.
Y es que mis amigos, más que por su creencias, en lo que todos se parecen es en su guasa y su retranca. En que tienen tela marinera.

domingo, 5 de junio de 2011

Cuando a Hefesto se le va la mano

Creo que fue Auden quien lo dijo: sólo un dios griego trabajaba, y a más de cojo, era un cornudo redomado. Hefesto era objeto de chanza continua por parte de sus compinches del Olimpo; tanta gracia les hacía su laboriosidad sin freno, ese fragua que te fragua. Su relación con Afrodita era un poco la de Mr. Cellophane con Roxie, en Chicago: el ponía el trabajo y otros se encargaban del estorbo de la lujuria. De esa forma avisaban los griegos, hace ya miles de años, de lo que vale la honestidad y el trabajo duro del padre de familia... cuando uno se despreocupa de lo demás en casa.

Pero si traigo hoy a colación al odioso Hefesto es porque, desde la invención del capitalismo o así, anda más bien subidito. Y parece que somos cada día más los que no estamos dispuestos a que sea el santo patrono de todo esto. Puede que hubiese un tiempo en que la productividad, lo que uno pudiese generar para su patrono, etc., fuese la medida de la civilización y la ciudadanía. Que no cupiera honor más grande (sobre todo para un varón) que sepultarse en trabajo para "sacar adelante a una familia" - una carrera sin freno ni tregua (más allá de la televisión y los ritos de paso). Ese tiempo, afortunadamente, está pasando. La crisis de nuestro tiempo ha provocado que muchos le echen las cuentas a la vida y no le salgan. Que muchos descubran que el chalé adosado, el 4x4 y la esclavitud bancario resulta que no es el sueño de vida que ellos habían soñado.

Así es que me alegro. No me alegro por el paro, los mangantes y los aprovechados, pero sí por el vislumbre del desplome del establishment. A los que no nos asustan los cambios cada tsunami nos parece una aurora de algo distinto. A los idealistas (eso me llama mi amigo Felipe, contrariado) nos arregla que las ideas, que nunca murieron, tomen de nuevo el mando. Y sólo se les aprieta el culo a los de los privilegios adquiridos, a los que siempre demandan paciencia, más tiempo, sosiego, treguas en suma que utilizarán para quemar papeles, construir nuevos paraísos de neón y darse el piro mientras cavilamos.

Tras la catástrofe del 11-S (y sus sendas réplicas en Madrid y Londres), muchos fueron los que clamaron que hacía falta una nueva Ilustración (a ellos les hacía falta, se entiende). Yo pienso que lo que de veras nos vendría bien es un nuevo Renacimiento. Una re-reivindicación del placer de vivir, del placer de hacer cosas no estrictamente ligas al afán de pecunio, del placer de cambiar y mejorar - y del placer, a secas.

Detrás de todo cambio ético hay siempre indignación y disenso. Como le recordaba Muguerza a Habermas, resulta que todas las conquistas sociales y de derechos humanos se han hecho a base de molestar, de disentir, no de consenso. Podemos construir una vida más genuina, con más sustancia, menos cómoda, pero más justa, y más nuestra.

Así es que sigamos indignándonos. Y a Hefesto, que le vayan dando.



PD. Para los que esperasen una entrada sobre el recién llegado, que sepan que la columna ya me la ha hecho un literato verdadero, así es que, a él le cedo el honor de la bienvenida. Por lo demás, este seguirá siendo un espacio heterodoxo y multiforme y distinto donde rara vez asomarán los pañales, los cólicos del lactante y esas otras delicias en las que, por puro gusto, nos hemos embarcado

martes, 10 de mayo de 2011

Paralelismos

El otro día, en un caseta de la Feria de Abril sevillana, pusieron de patitas en la calle a dos hombres a los que les dio por marcarse una sevillana juntos. Por muy buenos motivos, se ha montado el pollo, y buena parte de la ciudad -aquella a la que le importan los derechos humanos, para ser exactos- se ha alzado indignada contra una medida que vulnera principios que teníamos por asegurados. Siempre y cuando, y de ese supuesto se parte en lo que sigue, la cosa fuera como la cuentan demandantes y testigos aparecidos en prensa- que su única transgresión consistió en ser dos hombres que bailaban, y que el resto de sus acciones no fueron más impúdicas que la de los heterosexuales allí presentes.

Esta clase de atropellos livianos (la feria pasada le tocó también a dos hombres, por besarse) resultan en cierto modo saludables, en tanto en cuanto nos recuerdan que las conquistas políticas y morales están siempre en la picota, que siempre se puede involucionar, y que la tan mentada ciudadanía hace bien en no dormirse en los laureles del postmodernismo y la globalización para darse cuenta de que para atrás siempre cabe volver. Una especie de vacuna democrática para evitar que vuelvan las torturas, los internamientos y las ejecuciones. Una oportunidad en suma para regocijarse de la existencia de mecanismos de defensa para las minorías, las cuales, gracias a Dios, se tienen que preocupar de estas pequeñas humillaciones en vez de suplicar, si estuviesen en Kabul por ejemplo, para que la lapidación terminase cuanto antes.

Pero lo que quiero es utilizar el pequeño delito y las emociones que ha despertado para explicar otro asunto en el que a veces no me sé hacer entender cuando surge el debate. Y es la cuestión sobre el celibato eclesiástico. Servidor piensa que dicha institución, en tanto que sea obligatoria para poder desempeñar el sacerdocio, supone la flagrante vulneración de un derecho fundamental, que en tanto tal, no debería ser admitida por las autoridades competentes. Que no está en manos de esta o aquella organización ponerse a los derechos humanos por montera con la excusa de la historia propia o el derecho a autorregularse de que dispone cada grupo humano. Pero a servidor son muchos los que le han dicho que se equivoca.

La mayoría aduce que el derecho de admisión tiene estas cosas. Que uno puede libremente hacerse cura o no, y que de querer serlo (sarna con gusto no pica), ahí están las normas de régimen interno para acatarlas. Y que al que no le guste que se vaya o que no entre. Me parece que este razonamiento es punto por punto análogo con el que esgrimieron los socios de la caseta que enseñaron el camino de salida a los dos gays danzantes, y a los ¿pocos? que después les han hecho palmas con el muy burdo argumento de que en su caseta, o en su casa, cada uno hace lo que le viene en gana. Lo que me fascina es que haya quien no sea capaz de ver el paralelismo ineludible que se da entre ambas formas de enfrentar los derechos inalienables - como algo que rige en la calle, pero no en la caseta de uno, ni en una organización consagrada como es el caso.

No es lo mismo, se me ha dicho, por un detalle - en la Santa Madre Iglesia se indica, negro sobre blanco, que esta norma aplica. No vale llevarse a equívoco. ¿Quiere eso decir que sin la susodicha caseta hubiese un cartel indicando la prohibición que viene al caso no habría de qué quejarse? Pues me parece que no. Sería como colgar el mensaje "aquí no pueden bailar los negros". Esta última indicación sería más escandalosa, pero sin motivo: el derecho a no ser discriminado por motivos raciales comparte párrafo con el que sanciona como delita la discriminación por sexo.

Como esto es así y es demoledoramente irrebatible (si es que uno suscribe la Declración de los Derechos Humanos, claro está), he escuchado o más bien inferido muchas variantes a este razonamiento para justificar que lo de los curas es razonable mientras que lo de la caseta no. Algunos estiman que el hecho de estar casado interfiere gravemente con el desempeño del ministerio. Que un cura casado no puede cumplir bien con su trabajo. A mi me parece que afirmar tal cosa no sólo es despreciar la labor que ejercen aquellos sacerdotes de aquellas religiones que no ponen trabas al matrimonio (bien cerquita están los pastores luteranos, v.g.), sino que además es una demostración de ignorancia histórica.
Durante siglos, los sacerdotes católicos pudieron casarse, y no veo cómo pueda argumentarse que aquellos no cumplieron bien con sus obligaciones. El celibato, como casi todos los dogmas vaticanos, no deja de ser una circunstancia histórica sujeta a cambio. La principal razón por la que la SMI lo instituyó es por los quebraderos patrimoniales que le producía el hecho de que los bienes sacerdotales pudieran ser heredados por los hijos de los sacerdotes, obispos y otros cargos de la época. Y es que la pasta tiene razones que la metafísica gustosamente después sanciona.

Por lo demás, me gustaría que alguien me explicase cómo puede ser que estar casado distraiga al sacerdote de sus obligaciones pastorales. Es cierto que mantener una relación de pareja y educar a unos hijos detrae energías - pero desde luego también puede aportarlas -no sería la menor de las ventajas que los curas supieran de lo que hablan cuando dan esos jugosos consejos matrimoniales a sus feligreses. Mantener tal memez sería como negar la posibilidad de tener familia, amistades, etc. a un sacerdote, con el pretexto de que lo "dispersan" de su atención a la comunidad. O decir que si le gustase pescar, tomarse Coca-Colas en el bar del pueblo o hacerse del Real Betis Balompié le llevaría al mismo fracaso. ¿Quién es valiente capaz de sostener que Vicente Ferrer podría haber prestado un mejor serivicio en Anantapur de no haber estado casado?
Los ejércitos lo saben, y las empresas también - una persona emocionalmente estable es tanto más productiva que una que no (en principio, y por ese motivo). Con todos los respetos: no debe ser aquella una labor más absorbente o demandante que la de un cirujano, un bombero, un policía o un psicólogo, y a ninguno de estos se les prescribe castidad para que puedan atender adecuadamente a sus atribuciones. Según algunos, el sacerdote ha de estar preparado para salir pitando hacia Uganda si sus superiores se lo indican. No estoy seguro de que sea verdad; pero, de nuevo: los marines se casan, y no parece que existan informes que desaconsejen que sigan haciéndolo, bajo el pretexto de que, quienes están casados, resultan ser peores soldados.
Por lo demás, me parece una inmensa ironía defender que la vida está por encima de todas las cosas, que no hay bien más preciado que un nuevo ser que llega al mundo, al tiempo que se impide, para la propia plantilla, que ninguno contribuya a la felicidad de repoblar sin fin este huérfano mundo. ¿En qué quedamos? ¿Hay o no hay nada más grande que dar la vida? ¿Y qué le impide a un padre o a una madre pastorear almas?

Lo que atisbo, pero que ninguna persona razonable que defiende el celibato con la que he hablado se atreve a confesar, es que en el fondo lo que se postula es una diferencia de valor moral y cristiano en el célibe frente al casado. Que por cierto, ha sido doctrina de la SMI desde que san Pablo dejase bien clarito que lo del matrimonio era para aquellos que, simplemente, no pudieran lograr la excelencia de resistir y hacerse célibes. La posterior versión de Escrivá de Balaguer, más franca, fue que el matrimonio era "para la tropa". Desde la caída damascena hasta hoy son multitud los concilios que han sancionado la diferencia de grado, la distinta calidad que tiene el célibe frente al que no lo es. Verbigracia: sólo un célibe puede llegar a papa. Es eso y no otra cosa lo que mantiene el celibato, lo que impide erradicarlo; lo honesto sería decirlo, y dejarse de marear la perdiz con otras excusas falsas aunque más confesables.

Dicho lo cual, como diría Red Buttler, francamente queridos, me importa un bledo. Le digo a Roma lo mismo que a los socios de la perversa caseta: no tienen ustedes derecho alguno a legislar normas internas que conculquen los derechos humanos. Me importa un soberano rábano que ustedes paguen sus cuotas, tengan sus tradiciones, o cualquier otra razón que quieran esgrimir. El derecho de admisión está muy, pero que muy por debajo de la Declaración Universal del 48, y el que quiera bailar en su tablao o pastorear almas en sus congregaciones tiene derecho a hacerlo y a casarse, tener hijos, o suscribir inclinaciones sexuales heterodoxas. Y ustedes, con dicha Declaración en la mano (lo más potable en derecho internacional que hemos parido nunca, por cierto), están fuera de la legalidad y deben ser castigados por ello. Los que sostienen que el sentido común y las tradiciones están por encima de aquella, me parece que no saben muy bien en qué jardín peligroso se (nos) están metiendo.

Lo que pasa es que con la SMI siempre hay que tener una paciencia especial. Ellos llevan su ritmo, necesitan más tiempo; las religiones son las niñas mimadas del Estado de Derecho. Por eso no se las puede multar, sancionar, llevar al redil humanitario por la misma senda que a todos. No se nos vayan a enfadar. Ya el oscarizado Wojtila confesaba a petit comité que la abolición del celibato y el acceso a las mujeres al sacerdocio (que esa otra) era inevitable, pero que él no quería ser recordado por ser el papa que lo llevó a la práctica. Paciencia. Como la que pedía la Iglesia Norteamericana a Martin Luther King, encarcelado en Birmingham, respecto de la solución de la exclusión racista. Las cosas de palacio, todo el mundo lo sabe, van despacio.
Tengo algún amigo que me afea que critique a una institución que en general respeto y admiro -a la gente que la compone, a las bases, porque de la jerarquía tengo una opinión algo más tibia. No estoy de acuerdo. Me parece que la Iglesia hace una enorme labor social y humanitaria. Pero eso no quiere decir que sea inmune a la crítica. Faltaría más. Tengo, lo digo siempre, un buen puñado de amigos católicos de fuste. Pero sigo pensando que la mejor manera de respetar una institución es criticarla para que mejore. Es lo que hago en mi empresa, que es la única institución a la que de momento pertenezco; es algo que aplico igualmente a mi comunidad de vecinos, a mi ciudad, a mi país, o a mi propia familia. La crítica fortalece, y la connivencia con lo que no funciona en aras de una supuesta "lealtad" me parece perjudicial a largo plazo. Que no se nos olvide que tenemos derechos gracias al disenso, en la mayoría de los casos; el consenso viene después, para los detalles y los reglamentos.

Luego están a los que extraña profundamente que el matrimonio sea un derecho fundamental (artículo 15 de la declaración Universal, para ser exactos), cuando a ellos les parece que se trata más bien de un mal que debería ser prohibido por las autoridades sanitarias. Pero son los menos.

domingo, 1 de mayo de 2011

Knock, knock, knocking on heavens doors


Yo no sé qué les cuentan a mis hijos antes de venir al mundo. Lo cierto es que, unos antes que otros, todos tienen prisa por venir. No más alcanzamos la semana 34 y Víctor Amador, que así esperamos que se llame, aporrea la puerta con fuerza. Para los legos y los que lo olvidaron, los suyo son entre 38 y 42. A su madre, tras varios meses de patearle los riñones (lo primero que haremos será apuntarle a clases de karate), la tiene prostrada, y ya barajamos muy seriamente la perspectiva de que sea el primero que nos nazca castigado.

Hay un proverbio árabe que nos recuerda que el paraíso vive bajo los pies de las madres. Hasta yo, que he sido un descastado y un chulito en la defensa de mi independencia, debo reconocer que es cierto. Le debo unos pocos "te quiero" a la mia mamma por eso. Siendo así, parece que #3 está eso, aporreando las puertas del cielo, del paraíso, de este Valhala particularísimo que estamos erigiendo en Tomares, Sevilla, España, Europa, la Tierra. Y lo hace bastante más al estilo de Mr. Rose que de Mr. Dylan, por cierto.

Pues Víctor, te digo lo que a tus hermanos: ven cuando te de la gana, pero ven bien, y si es posible, si no te importa vamos, respeta un poco a la madre que se dispone a parirte. Que te estás jugando no cobrar paga hasta los 22, campeón.

martes, 19 de abril de 2011

Los dos vendedores

La historia se la he escuchado a varios. El que mejor la cuenta, para mi gusto, es Benjamin Zander – un tipo jovial, sencillo y con gusto como pocos, que además adereza con música de la mejor. Para el que no la conozca, ya se la relato yo aquí, adaptada a la topografía cercana, que para eso los cuentos son universales, y de hecho se repiten sin cesar con otro ropaje y colorido en mil culturas diferentes.

La Compañía Zapatolandia, acuciada por la crisis, decide abrir mercados en parajes remotos. La cosa está muy mala, los chinos, que ni pagan seguridad social ni dan vacaciones, anegan el sector, la gente esconde el euro en el país – qué les voy a contar. El caso es que la dirección vuelve la vista a dos de sus comerciales, digamos Gómez y Domínguez, y les dice, chicos, preparad maletas, pasaportes, y toda la pesca, que os vais a Gaborone. Que está en Botswana, para más señas. Un par de millones de hermanos deseando comprar nuestros zapatos, por si no os habíais enterado.

Gómez y Domínguez, una vez confirmado que el asunto no es de guasa, se sacan pasaportes, se vacunan, hacen testamento – en fin, lo normal cuando uno se adentra en el África profunda sin tener ni la más remota idea de cómo cuecen las habas por allá. El gran jefe –digamos hoy Johnson, mañana quizás Xian Peng- les dice que tienen una semana para hacer sus pesquisas, gastar suela en el terreno y hacer sus pronósticos y propuestas para el mercado botswano, o como se diga.

Pasada dicha semana, ambos escriben un e-mail.

Para: Johnson
De: Gómez
Asunto: Perspectivas de venta

Buenas tardes, jefe

Las perspectivas de venta son sombrías. Aquí, realmente, casi nadie usa zapatos. La gente tiene echa la suela a base de una costra de carne, pues durante generaciones han pisado el suelo desnudo tan panchos. El país está plagado de aldeas infames, la gente tiene un modo de vida básicamente rural, y para cazar, como que les sobra el calzado.

Francamente, no sé que hago aquí, así es que, si no manda usted otra cosa, me vuelvo.

De hecho estoy ahora misma en el aeropuerto

Cordialmente


Para: Johnson
De: Domínguez
Asunto: Perspectivas de venta

Buenas noches, jefe

Las perspectivas de venta son asombrosas. ¡Fíjese que ahora mismo casi nadie tiene zapatos! Tienen los pies destrozaditos de tanto patear el suelo sin protección alguna. El país, por si lo desconocía, es todo a base de pequeñas aldeas (bastante curiosas, de cierto encanto), y creo que tanto para la agricultura como para la caza (¡imagínese cuando corran detrás de las gacelas con nuestros deportivos!), nuestro calzado le vendría de perlas.

¿Podría quedarme otra semana para buscar distribuidores locales? Aún no conozco lo suficiente la zona, el hotel es más bien modesto, pero por mi va bien.

Ya me cuenta

Un abrazo


Supongo que la cuestión es si uno quiere apuntarse a vivir a la Gómez, o a la Domínguez.

Yo lo tengo bastante claro, por cierto.

domingo, 3 de abril de 2011

Luz de mi vida

Lo aprendí hace tres lustros, más o menos, cuando estudiaba árabe: nur significa luz, iluminar. En el mismo sentido existe en hebreo y arameo, y es posiblemente el origen remoto del nombre Nuria. Lo aprendí, digo, por cuanto hace a la etimología – en realidad yo ya llevaba años siendo iluminado por mi particular Nuria, con quien he tenido la gloriosa suerte de compartir camino, luces y sombras, nada menos que diecinueve años. No reniego de uno sólo de estos más de seis mil días. En realidad, casi no ha pasado un “buenas noches” en que no reprodujera aquel respingo de la primera vez, cuando, tras aventurarme a traspasar el Rubicón de la amistad (“enrollarse”, se decía antes), al ir a acostarme, me tentaba la ropa sin creerme que tal cosa me hubiera podido pasar a mi. Apuesto a que aquella noche la dormí esbozando la más estúpida de mis sonrisas.

Y es que mi historia con Nuria se resume en una cancioncilla de Gershwin, la que dice así:

I’ve got, beginner’s luck
The first time that I’m in love I’m in love with you


Una vez me enamoré en serio y me salieron tres campanas, el reintegro de la ONCE, rojo, par y número, y el gordo de la lotería juntos. Y a fe que no parecía que fuera a ocurrir. Ella estaba, de algún modo extraño, fuera de mi alcance. Y no tan extraño: era y es una belleza exclusiva y un físico escultural, y yo, ahora como entonces, digamos que era de los ocurrentes y animados (animado friki, para entendernos). Pero, como debe ser, sin pensarlo, aposté y gané – me jugué la amistad a un afecto excesivo, a un acercamiento libidinoso, y la máquina escupió monedas hasta el amanecer, y seis mil días más.

Chesterton escribió que admiramos a las personas por motivos, pero las amamos sin motivo. Estoy de acuerdo: dentro de lo poquísimo que sé sobre el amor (y encima, de una sola tirada), me da la impresión que es algo así como una decisión intuitiva, una voluntad sustentada en escasísimas pruebas, y acaso eso explique por qué suele funcionar tan mal tantas veces, y por qué es una especie de milagro que muchas veces vaya bien. En todo caso, quizás la admiración tenga un papel en la duración del amor mismo, de modo que alguien como yo, incapaz de explicar fácilmente porque la quiero, tengo mil ideas que explican por qué la admiro.

De Nuria admiro su fuerza, su honestidad, y su valentía. Admiro su risa clara, su inocencia informada, la llave que tiene para abrir casi cualquier corazón ajeno. Admiro su carácter a ratos indomable, pero que ella ha domado con los años (la quiero más que antes, por eso) y admiro su calidez expansiva, su inteligencia humana (que es la que vale), su gusto por los placeres pequeños y medianos, y su olímpico desprecio de las grandes ambiciones. Toda junta, esta admiración me da para desear, como no deseo ninguna otra cosa, que exista muchos, muchos años. Y espero seguir mereciendo que me quiera a su vera, como hasta ahora. Para disfrutar no más del espectáculo.

Savater ha dicho con mucho tino que el amor lo explica todo, pero no puede explicarse a sí mismo. Me sirve para resumir lo que he dicho antes. Pero, si finalmente me escurro el corazón para explicar porque amo a mi Nuria, se me ocurre un motivo, quizás sutil, escurridizo y vago, pero es lo que tengo. Es porque tenemos los mismos sueños. A los dos la vida nos parece que está para exprimirla, y que el jugo que ésta nos tiene que dar debe ser más afecto, en forma de hijos, hermanos, amigos, personas valiosas, más amigos. Que este es un paseo breve, a ratos amargo, que todo cuesta, pero que esta frágil y cotidiana felicidad es precisamente el secreto a voces de aquello por lo que merece la pena vivir.

No es que sea fácil, que va. El camino está oscuro y empedrado. Pero yo tengo mucha luz a mi lado, y con ella, nada me asusta, y casi todo me excita, y todo lo espero sereno, pues todo lo tengo.

viernes, 18 de marzo de 2011

Sócrates en Ikea

Mi anécdota preferida de Sócrates ocurre cuando un grupo de animados fans se empeña en llevarlo a visitar un mercado. Resulta que el bueno del maestro, al que apodaban el Tábano por como aguijoneaba con sus preguntas a los atenienses, nunca había pisado uno. Así es que aquel puñado de imberbes debió pensar que llevarse al maestro de tiendas sería divertido. Para ver cómo reaccionaba, pensando, supongo, que el viejo fliparía al conocer las telas, las vasijas, collares, utensilios y manjares que se podían comprar en uno de aquellos señalados enclaves de la ciudad, por entonces en su Edad de Oro, tal y como se llamó al tiempo en que gobernó Pericles. Sócrates fue conducido al lugar, y tras pasearse por los puestos y el bullicio, algunos de aquellos se le acercaron para recabar su opinión. Él se manifestó encantado con la experiencia, y dijo que le parecía fascinante que existiesen tantas cosas que él no necesitaba.

De esto me acordaba yo el otro día al terminar una incursión entresemanal en Ikea - cuando, derrengado y fuera de hora para cumplir con mis obligaciones culinarias, termine por rendirme junto a la family a los encantos de la Ikea Food (que suena como un bocadillo de mueble, y no sabe mucho mejor). O sea -me decía a mi mismo, haciendo un poco de filosofía-ficción-, ¿cómo se las gastaría el maestro en Ikea? ¿Cómo reaccionaría ante el reclamo de la lámpara Böja (que suena a ERE) o la estantería Billy? ¿Podría escapar sin adquirir unos cuantos Klistrig (mantel individual, 1,99 €), podría acaso resistirse a la Bellinge (alfombra tipo-Ágata-Ruiz-de-la-Prada, 13,50), superaría la tentación de arramplar con los aplicadores Husvik, a 32,95 la unidad? Porque una cosa es hacerse el chulito-asceta en el siglo V a.C. y otra muy distinta tener el temple de surcar tal marea de cosas útiles al tiempo que hábilmente diseñadas sin picar por aquí y acullá, disponibles para regocijo del urbanita algo pelado de pasta del siglo XXI.

Apuesto a que habría resistido. No era un Diógenes de la vida - éste, suelto por la sección de jardinería, puedes estar seguro de que se te mearía en las macetas (por ejemplo en el Skörd, macetero, 29,95). Sócrates no era un héroe - acaso fue uno de los hombres más humanos que haya existido, en el sentido más amplio del término. Pero lo cierto es que todo lo puso por detrás de su humanidad - la fama, el dinero, el sexo, todo quedaba para él por detrás de interesarse por lo humano, hacer el bien y sobre todo compartir lo poco que, según él, sabía. Si le hubieras dado un poco de ese salmón sueco que despachan sobre tostas suecas, sin duda lo habría comido. Si le hubieras ofrecido algo de beber, lo hubiera aceptado también. Pero si esperabas que fuese a pagar por ello, a comprometer siquyiera una micra su libertad por tener o gustar de esto o aquello, estás listo.

El maestro decía también que las almas ruines sólo se dejan conquistar con presentes. A mi me dieron cuatro vales para tapas suecas (que merecen capítulo aparte), y hociqué. ¡Qué débil es la carne y qué lejos queda el maestro!


domingo, 6 de marzo de 2011

Welcome to New Orleans

Hay mucha gente que no se acerca al Jazz por esa especie de halo metafísico que desprende esta música tan especial - ese humo de cigarrillos y sospechosa oscuridad de garito marginal que acompañan a unos acordes que parecen vulnerar todas las normas escritas sobre la armonía. Lo sé por experiencia propia; me mantuve al margen muchos años, pues no me convencían en absoluto los gorgoritos de Miles Davis a la trompeta, y mucho menos las abstrusas composiciones "modernas" de Petrucciani, Chick Corea y compañía. Para un tipo enamorado hasta las trancas de la clásica, aquello era divagación y poco más.
Mi error, por supuesto, fue empezar la casa por la ventana. Años más tarde me topé con Louis Armstrong, Ella Fitzgerald y otros insignes Jazz Singers, y la borrasca comenzó a disiparse. Con aquello -Jazz clásico, a su vez- podía uno engancharse, me dije. Luego descubrí que todos ellos, como los posteriores a los que seguía sin entender, bebían del mismo río; el Mississipi, para más señas. En Nueva Orleans estaba la encrucijada y el misterio por desenterrar. Así es que probé. Y quedé prendado, hasta hoy día.

Para mi, el bluez y el jazz de Nueva Orleans son un poco como el flamenco. Una música de mestizaje y a la vez extraordinariamente auténtica y primitiva. Por eso tienen tanto acérrimos detractores como fanáticos seguidores. Y por eso también, cuando a uno le pica el bicho, lo normal es que quede infectado por él. Son además músicas que requieren casi siempre el directo para ser captadas en toda su maravillosa rudeza, con esa simplicidad que te agarra por las entrañas y te arranca las palmas o te mueve los pies como por encanto de vudú.

El Jazz de Nueva orleans es una música que glorifica la vida corriente. Nace, con el blues, como un canto de esclavos, y los acompaña desde entonces en las celebraciones de Carnaval, en sus festividades varias, e incluso cuando se trata de oficiar un entierro. ¡Por favor, cuando muera, que el que me quiera me haga un entierro así, con su banda!

Para el que guste de probar, ahí van unas cuantas recomendaciones (he tomado las que tienen vídeos decentes):

- Preservation Hall. Probablemente, la banda más reconocida de New Orleans Jazz. Tiene grabaciones estupendas e intérpretes míticos. De largísima historia, sus componentes actuales deben andar por la setentena de edad media. Eso no es nada en esta música. Véase, por ejemplo, como bordan aquí Hindustán en Rochester, o como, ya en casa (en la sala que lleva su nombre), despachan el Tailgate Ramble
















- La Silverleaf Jazz band tiene algunas grabaciones estupendas. Aquí les tenemos con una versión de Panamá en las que están entonadísimos.
- Satchmo fue el artista-gozne - el que dio el salto de New Orleans a Chicago, llevándose el jazz con él, y abriéndolo un tanto a todo lo que después fue (swing, be-bop, etc.). Armstrong no es un icono de la cultura occidental porque sí. Hizo de todo y todo lo hizo bien. Los puristas dirán que su Basin Street Blus del 64 no tiene la fuerza de 35 años antes - pero sigue siendo una delicia de arte, musicalidad y, como diríamos por aquí, de salero.
- Una de las grandes bandas que abrieron al gran público esta música fue la de King Oliver. Su Saint James Infirmary es como la 5ª Sinfonía del género. Muchos otros han tocado esta pieza, pero, me parece, ninguno como él y los suyos.
- Pero quizás el solista que llevó el jazz tradicional a la masa fue Sidney Bechet. He dado con una versión de la Petite Fleur que tocó en el Olimpia de París (tuvo que hacer las maletas por pegar un par de tiros a destiempo). Es justo lo que oía en mi cabeza cuando, a las pocas horas de nacer, me quedé mirando a mi Claudia.
- Los carinetistas merecen un capítulo aparte. Primero, porque el instrumento en cuestión es algo así como el espíritu de esta música. Segundo, porque es el instrumento preferido de servidor. El estándar actual es el doctor Michael White, quien, más allá de pasar una infancia complicadita con la guasa del nombre, toca como los ángeles y se suele rodear de los mejores.
- Pero el pater de todos estos clarinestistas de New Orleans bien podría ser George Lewis. Termino con él, porque ya me estoy alargando; su Over the waves sigue poniendo los vellitos como escarpias.


Que ustedes lo disfruten

sábado, 19 de febrero de 2011

Kinder Ja, Kinder Nein

[N.B.: la entrada de esta semana, está dedicada, como no podía ser de otra manera, al gran Raúl Flores, que me ha dado una alegría -por él, porque lo quiero- al anunciar que ha encargado su ingreso en el noble club de los padres. Va por ti, figura]

Tengo el recuerdo muy fresco, aunque han pasado como 18 años. Era la primera cassette a la que me enfrentaba en mi estudio del -ahora parece muy de moda gracias a Frau Merkel- alemán, en el Instituto de Idiomas. Era una conversación entre una parejita de teutones que platicaban, muy cerebrales ellos, sobre los pros y los contras de tener niños. Los niños te restan energías, te suman afectos, te restan ingresos, te suman responsabilidad, y cosas así. No sé si me chocaba más, desde mi latinidad incapaz de tales desapasionados análisis, el contenido de lo que fría y cabalmente enumeraban o el tono neutral y cansino con el que lo acompañaban. ¿Niños sí, niños no? Yo por entonces no lo sabía. Quiero decir: creía saber que quería un puñado de ellos, porque siempre me habían gustado, pero me ha hecho falta tenerlos para saber realmente por qué esa aventura que emprendí junto a mi media naranja ha sido y es de verdad provechosa.

Voy intentar explicarlo a renglón seguido. Entre medias, y para los que no me conocen, advierto que no estoy para dar lecciones a nadie. Primero, por ignorancia de muchas cosas (de casi todas). Y segundo, porque va en contra de mis pocos principios aconsejar a nadie, por lo menos cuando no me lo piden. Tampoco voy a hablar de cómo se tienen niños. Y eso porque, a estas alturas de partido, estoy muy cerca de aquel escritor inglés que decía que, cuando era joven, tenía cinco teorías sobre cómo se debe manejar a los niños, mientras que, al hacerse mayor, terminó teniendo cinco niños y ninguna teoría.

Vamos allá: niños SÍ, pero. No hace falta tener niños para ser feliz. No hace falta un estudio sociológico para saber esto. He conocido gente feliz sin niños - ya fuese voluntaria o involuntariamente. En realidad, se puede ser feliz casi de cualquier manera, siempre que se tengan unos mínimos (seguridad, salud, libertad, etc.) y a la vez se tenga un por qué vivir. Hay muchos porqués más allá de los niños, y en realidad, me parece que los hijos como razón por la cual vivir son una muy mala idea.
Lo que no se puede ser es feliz sin amar. Nein. Llevo más de veinte años interesado en la felicidad, y ni he vivido, ni visto, ni conocido, ni leído nada, ni conversado con nadie que fuese feliz sin amar. De hecho, la mayor ventaja que le encuentro al hecho de tener niños es que multiplica las opciones de amar. Si empleamos una metáfora empresarial, lo veo así: cada amigo es una sucursal nueva con la que poder querer. La familia (nuclear, a mi juicio) son otras tantas sucursales, puede que de mayor rango. Tu pareja es como un desdoblamiento de tu sede central. Y cada hijo es como otra gran sede. Si quieres crecer en este metafórico "mercado del amor" - si quieres pasar a comerciar a lo grande - requieres de una estrategia expansiva, y ahí entran los hijos.
Se puede hacer lo mismo de otras formas. Por ejemplo, involucrándote en proyectos sociales. Ya sea repartiendo cafés de madrugada a las prostitutas, curando en Burundi o asesorando a toxicómanos o mujeres maltratadas - hay como un millón de formas de amar a lo grande sin tener hijos. En este sentido, por supuesto, tener hijos es superfluo tanto personalmente como de cara a contribuir al bien ajeno. Por lo que a mi respecta, es tan grande dar la vida como mejorarla. Qué le vamos a hacer; soy un tipo de sensaciones cualitativas antes que cuantitativas.

Por supuesto, se me recordará, eso de abrir sucursales incrementa tanto las posibilidades de éxito como las de fracaso. Cuanto a más personas quieres, más posibilidades de sufrir enfrentas. Porca miseria. El ser humano es así. esa es precisamente la razón por la que muchos se resistena amar hasta el fondo. Love hurts, y todo eso. ¡Qué se le va a hacer! Los que jugamos al baloncesto, por ejemplo, lo tenemos claro: sólo falla el que lanza a canasta. Pese a todo, y siquiera con mesura, yo seguiré lanzando, aunque no la meta ni la cuarta parte de veces que por ejemplo el gran Raúl las enchufa.
Los hijos te dan muchas otras cosas, que enumero atropellada y brevemente para no aburrir al personal. Perspectiva: si estás listo ya nunca te encabritará, digamos , que el balance no te cuadre. Revivir tu vida: a menudo vivimos a la carrera y el hecho de darle el rebobinado es una ganacia impagable. Inocencia: se puede recuperar, y a la vez se puede evitar la indeseable ingenuidad. Educación: dicen que no hay mejor manera de aprender que enseñando. Entusiasmo: a los niños todo les asombra, y es una oportunidad para averiguar por qué. Etcétera-etcétera-etcétera.

Termino con una aportación que, 2.500 años después, me temo que sigue vigente. Nótese que quien la escribe no se decanta, no pontifica, recoge todas las aristas del tema. Y que lo hace con un arte insuperable que le permite que cada cuál entienda hasta donde quiera entender:

"Para todos los hombres, los hijos son la vida. Quien, inexperto de ellos, lo censura, sufre menos, pero es feliz gracias a una desgracia"

(Eurípides, Andrómaca)

Un abrazo muy fuerte para quien, desde ya, es Don Raúl, a quien deseo que todo vaya de maravilla, para que pronto tengo uno de estos entre sus brazos

domingo, 6 de febrero de 2011

Vaya por Dios, Clint

Pues sí, aunque cueste decirlo: con Clint esta vez he pinchado en hueso. Por primera vez en muchísimo tiempo, tanto que casi no recuerdo la vez anterior. Para mi, las películas de Mr. Eastwood son de visionado obligatorio. No me pierdo una, y en la última década (Medianoche en el jardín del bien y el mal, Million Dollar Baby, Mystic River, Gran Torino...) íbamos casi a obra maestra por película. Con este ánimo, que acaso comporta pedirle demasiado, y con el sobreañadido de que me toca ir al cine a ver "películas de adultos" como a 3 veces al año (con suerte; y esos son muchas menos veces de las que me gustaría), con la responsabilidad de no fallar que ello conlleva, me arrellané en la butaca de Nervión Plaza ayer mismo dispuesto a ser conmovido y sorprendido, preparado para soltar, para mis adentros, una vez más: "Clint, eres la leche".

Pero nones - no pudo ser. Ni rastro del Eastwood seco, valiente, malencarado por inasequible a concesiones baratas a la galería. Y para colmo (otro sobreañadido) tratando un tema, el de la muerte, que me apasiona, que está prácticamente ausente de la filmografía convencional, y del que yo esperaba que, en manos del maestro, produjese una reflexión valiente, multifacética, sincera, y tan humana como en él suele ser norma. En vez de perdérseme en esta especie de nueva religión de Factory, este evanescente, cobarde y atolondrado pensar que "algo debe haber" sin detenerse lo más mínimo a apostar por qué algo, en vista de lo que sabemos, ni por depurar las consecuencias que tales visiones tienen para la vida -que al fin y al cabo, es lo único que importa.

El arranque de la película es fulgurante, intachable. Diez minutos en los que filma el tsunami que arrasase el sudeste asiático hace años de una forma tan brillante que cuesta pensar como pudo hacerse. Cada dolar que se gastó en esos efectos especiales mereció el gasto; consigue literalmente transportarte a la angustia del momento, al aturdimiento, y a casi todo lo demás que ese trauma debe producir en quien lo vive. Los actores están bastante bien: la hermosa Cecile de France se come la cámara, el niño protagonista (siempre un riesgo) está muy entero toda la cinta, y Matt Damon está comedido, cercano y sereno. Su trabajo es bueno, y además, pese al guión, la película no puede decirse que es mala. Sino muy decepcionante, porque se limita a una exposición emocional del asunto, sin traza alguna de reflexión más profunda.


No se trata de que exceso de emociones. No soy de esos que gustan del director nacido en San Francisco sólo cuando se viste de Harry el Sucio. Aunque no me disguste el personaje -especialmente ese Harry crepuscular que borda en Gran Torino-, para que quede claro y ahora que no me oye nadie: Los Puentes de Madison me arranca lágrimas a raudales, algo que el resto de machotes convendrán que no es fácil admitir. Las emociones no me parecen inadecuadas per se, faltaría más, y en esta película hay unas pocas bien engarzadas y expuestas. Pero una cosa es ser emotivo y otra estar emocionalmente superado. Y en esta película sobran emociones y falta entereza y valentía.

Lo que más me sorprende es la gente que ha visto la película y la caracteriza como "profunda". Nada más lejos de la realidad. Por cuanto respecto a la muerte, la película de Eastwood tiene exactamente la misma profundidad que el programa homónimo de Jordi González en Tele5. Travestido de Oliver Stone, la película ofrece una tesis irrefutable -y por supuesto, de ciencia ficción: hay vida después de la muerte y hay gente que habla con los muertos (mejor dicho, con "los vivos del otro lado"). Las diferencias básicas con su tocayo televisivo -una bazofia de la peor ralea, dicho sea de paso- es que en el plató hay personajes reales concernidos con las respectivas tragedias que encima tienen la desfachatez de cobrar para participar en el circo, mientras que en la cinta de Clint hay actores que actúan y todo queda en una bienintencionada ficción.

Hace ya mucho que James Randi desafió publicamente, bajo contraprestación de un millón de dólares, a quien pudiera realizar un acto paranormal controlado con éxito. Aún espera. Por lo que a mi respecta, toda esta sarta de tonterías tiene la credibilidad que merece la Bruja Lola. Una y otra vez, esta clase de supercherías son desenmascaradas. Y aún no hemos tenido la suerte de toparnos con una buena - testada y certificada. Y no porque no haya gente interesada en hacernos creer que las güijas y los mediums de este mundo son cosa cierta. No estoy diciendo con esto que deseche cualquier capacidad "extra-física", aún ignota en el hombre. Para nada. Lo que estoy diciendo es que no hay la más mínima pruba de que la existencia de mediums y parapsicólogos varios tenga nada que ver con la existencia de seres espirituales o algún tipo de existencia "después de la muerte". De hecho, si uno quiere hacer honor a cuanto sabemos a la altura del siglo XXI -y por cierto que eso es mostrar respeto por el ser humano- tendrá que admitir que nada apunta a que "vida después de la muerte" no sea una de las expresiones más estúpidas que el género humano ha sido capaz de concebir. Sorprendentemente, esta posibilidad ni es mencionada en la película -simplemente se da por supuesto que lo contrario es verdad. Si el autor cree que por el hecho de pasar olímpicamente de las religiones o dedicar cinco minutos a describir a los "falsos espiritistas" nos íbamos a tragar existen "espiritistas de veras", lo lleva claro -por lo menos, en cuanto a mi respecta. Con la obscena trampara demás de hacer decir que tras la muerte "no hay más que oscuridad" al personaje más odioso de la película - un franchute guapo, esnob, materialista, que engaña a la chica guapa y sensible, esto es, el prototipo de anticristo para los cinéfilos.

Ay, Clint. Ni un leve intento de encarar la muerte con arrestos, con fortaleza y rigor, como fenómeno humano, inevitable e irreversible que es. Ni la grandísima Elisabeth Kübler-Ross, que dedicó toda una vida a tratar a moribundos, y que tenía, por su parte, el convencimiento de la existencia de "algo" tras la muerte, se atrevió jamás a sugerir que se pudiera hablar con los espíritus. Aún se me ocurre una escapatoria para tu honor fílmico traicionado, maestro. Y es suponer que has intentado hacer una peli de ciencia-ficción, un remedo a tu manera de El sexto sentido de M. Night Shyamalan. Si ese es el caso, se queda a medio camino. Prefiero cien veces la antes dicha película que ésta -por no hablar de las fabulosas El protegido y Señales. Como sabe el terreno que pisa, el director de origen hindú s epermite muchas más licencias y fascina mucho más.

¿O no será más bien, Harry, que te estás haciendo mayor y le ves las orejas al lobo? Personalmente me gustaría imaginarte recibiendo a la parca con tu Magnum en ristre, apuntándo a la apestosa señora y soltando aquello de "Adelante, alégrame el día". Ojalá todavía pueda ser.

viernes, 21 de enero de 2011

Una de pollo

Hace tiempo que no me prodigo por la cosa culinaria, y como quiera que me lo han echado en cara, pues allá voy. El plato que paso a relatar está chupado, y queda de escándalo - justo la combinación que todos vamos prefiriendo con el tiempo, conforme la vida se aprieta (y siempre se aprieta). Además, aunque la base sea el modesto y campechano pollo, resulta que queda de escándalo incluso para ocasiones señaladas. Recuerdo la primera vez que la puso en una cena para amigos - mi señora me espetó un desinformado "¿pero pollo les vas a poner?"; al salir, cada uno me fue pidiendo, en fila, la receta.

Hay que acercarse a la carnicería, porque lo que nos hace falta no viene en bandejitas de poliespán. Necesitamos dos contramuslos deshuesados y abiertos por cabeza. También:

- ciruelas pasas (3 por cabeza)
- orejones de albaricoque (2 por cabeza)
- nueces (2 por cabeza)
- unas salchichas frescas de calidad (3 por cabeza)
- piñones (unos pocos)
- Pedro Ximenez
- Vinho de Porto
- Caldo de carne (en cubitos si no haya más remedio)
- Aceite de oliva virgen extra
- Maicena
- Unas hierbas frecas al gusto (romero y tomillo, por ejemplo; un poco de canela no le va mal)
- Sal, pimienta

.... e hilo de bramante para atar.

Arrancamos: remojamos en Pedro Ximenez las ciruelas y los orejones picados, una media hora. Después, lo unimos a los piñones y las nueces picadas y el relleno de las salchichas (los caballeros sabrán muy bien como retirarle el pellejo a las susodichas) - todo eso forma la farsa. Con ella rellenamos el pollo, salpimentamos (poco, ojo que el caldo de carne sala), lo atamos con el bramante, y lo doramos a fuego hirviendo en aceite. Añadimos las hierbas, el oporto, el caldo, y cocemos todo cubierto en la olla a fuego medio unos 20 minutos. Después retiramos la tapa y el pollo, y mientras retiramos el hilo subimos el fuego para que el caldo reduzca hasta casi salsa. Engordamos la salsa con maicena con una pizca de agua y servimos.

En total, una hora. Juro por mis maltrechas y herrumbrosas sartenes que queda como de restaurante.

Que ustedes lo disfruten (y no se olviden del pan pa' mojar)

domingo, 2 de enero de 2011

Filosofía de mocho

La filosofía de mocho no es muy conocida y aún menos practicada por estos lares. Es vieja como el mundo, aunque ha tenido más éxito en Oriente. Hace tiempo que la practico; paso a exponerla muy sucintamente por si a alguien más le aprovecha, o se siente identificado.
Consiste esta filosofía en la realización consciente y concentrada de trabajos de baja estofa que no requieren inversión intelectual alguna. Barrer, planchar, fregar el suelo, los platos - cosas así. No sirve la cocina, que incorpora sienpre un elemento creativo, ni sacar la basura, pues es un paseo corto y que distrae.
Cuando digo que hay que hacerlo concentrado no me refiero a "con pericia, bien, buscando cierta perfección". Yo, sin ir más lejos, soy un pésimo fregador de suelos, y un planchador paupérrimo. Me refiero a acometer estas tareas permaneciendo de alguna manera absorto, sustraído a casi cualquier pensamiento. Por eso se requiere que la tarea en cuestión tenga cierta simplicidad, cierta estupidez intrínseca.

Dos son las grandes ventajas filosóficas de empuñar el mocho, la escoba, o el utensilio que toque. La primera está relacionada con el par importancia-libertad. La segunda es algo más profunda, y tiene más bien que ver con la vacuidad.

Primer gran provecho: libertad frente a importancia. Un filósofo cuyo nombre ahora no recuerdo explicaba que los seres humanos tenemos que elegir entre la importancia y la libertad. La visagra entre ambas es el conocimiento -y a veces la aceptación. De ahí que siga aprovechando la palabra de Jesucristo: "La verdad os hará libres". Los humanos, cuanto más sabemos, más libres somos. Vamos conociendo de dónde venimos, de qué estamos hechos, qué se cuece por ah´´i afuera, en el cosmos. Ese conocimiento, sin duda, nos hace más libres para elegir qué queremos hacer de nuestra vida. De hecho, en el extremo más existencialista (al que me adhiero), la vida es precisamente eso, elección. Somos, decía sartre, actores empujados al escenario sin guión alguno.
La contrapartida es la pequeñez. Saber que somos un habitante entre siete mil millones de un ínfimo (irrisorio) planeta es admitir la absoluta y muy desagradable falta de importancia de uno. Y eso duele. Pascal lo reusmía a su manera: "el silencio del espacio inmenso me espanta". Como él, muchísima gente dice hoy día creer en "algo", o se apunta insinceramente a alguna religión por el mero hecho de que es incapaz de admitir su insignificancia. El terror a la muerte, desde siempre, es un poco lo mismo.
¿Qué tiene esto que ver con el mocho? Todo. Imagina que a lo largo del día has cerrado un trato importante, has superado tu presupuesto de ventas o has reñido a algún subordinado condescendientemente. Llegas a casa, los tuyos te besan, te refuerzan, tú mismo te dices que eres el mejor. Y todo eso está muy bien, pero es peligroso. Puedes llegar a creértelo demasiado. A pensar que estás a salvo de los golpes del destino - ese desgraciado que, como cantaba Sabina, después de darte champán te da chinchón. Así es que empuñas el mocho, o friegas unos cuantos platos. Con ello te recuerdas a ti mismo que no eres más que un simple mortal, tan bajo e insignificante como todos. Para ello es muy importante que uses tus manos.
¿Dónde queda la libertad? En muchos lados. Para empezar, cuando vengan duras, estás mejor preparado. Para continuar, te dices a ti mismo, aún sin saberlo, que aunque seas un directivo del copón o un vendedor de los que ya no quedan o un científico único en tu campo, mientras tengas dos manos, actitud y carácter, podrás seguir siendo válido en cualquier otra cosa. El carácter y la actitud se forjan doblegándose, no dándose premios. Está muy bien celebrar los triunfos; pero las celebraciones deben durar lo justo. ¿Metiste una canasta importante? Muy bien, alza los brazos, sonríe. pero inmediatamente baja el culo para defender en la siguiente jugada. O perderás las ganancias. La humildad siempre te lleva más lejos.

Sigo con la segunda, que es la más oriental. Vacuidad. Creo que tanto el Tao como el Budismo zen aluden a ello. Y tengo entendido que es punto principalísimo de los practicantes de una y otra vía de iluminación (llamarlas religiones es un desatino, filosofías, una reducción innecesaria). Y estoy convencido de que un monje tibetano avanza tanto en su camino cuando pela verduras como cuando adopta la postura del loto. Nuestras monjes y monjes de acá acaso sepan también bastante del asunto.
Como tratar de hablar de la vacuidad sería una contradicción de términos, pondré dos ejemplos, en parte emparentados con la primera ventaja expuesta. El primero es de Lao-Tse (Tao Te King, 22):

La rama que se dobla no se parte,
la que se inclina recupera la vertical.
El vacío puede llenarse,
lo que se desgasta se renueva.
Quien poco tiene, mucho puede recibir;
quien mucho tiene, acabará turbado.

Segundo ejemplo. Es un haiku (un poema brevísimo) zen, que siempre me ha fascinado, y que como todo lo zen, parece estúpido a la primera lectura (y a la segunda, y a la tercera...), pero no a la última. Dice así:

Saco agua del pozo
Traigo Madera
Es maravilloso


Es muy probable -lo asumo- que más de uno piense que se me ha ido la mano con el anís en estas fiestas. Pero no es así. Y, por supuesto, no disfrutando planchando, barriendo o fregando. Para ser honestos, trato de evitar hacerlo cuanto puedo.

Pero precisamente por ello aprovecha tanto la filosofía de mocho.
Pienso seguir practicando.