viernes, 24 de junio de 2011

Evangelizando(me)

Tengo la suerte de tener un puñado de amigos que tienen creencias religiosas y se preocupan por mi alma. De hecho, me ha pasado desde siempre: cada vez que alguien que me tiene querencia o que le caigo de alguna forma en gracia descubre que soy un ateo confeso y convicto –desde hace ya un cuarto de siglo-, emprende una cruzada personal, de mayor o menor calado según los casos y las ganas, por arrimar mi espiritual sardina a su ascua. Un tipo como tú, David, tiene que ver la luz, me dicen o piensan; de alguna forma se autoimponen la tarea de convertirme, de completar una personalidad que les gusta (dicen) precisamente con lo que le falta, la fe. Y a ello se encomiendan, con mucho ímpetu, entre otras cosas porque yo me dejo, puesto que lo que me importa, parafraseando a Marina, no es tener razón, sino estar en lo cierto.

Empiezan con mucho coraje, como digo, pero se les acaba el combustible bien pronto. Y vaya si lo lamento: prometen mandarme a un párroco recomendado, o a un amigo director de una escuela coránica que tienen por infalible en estas lides. Pero se quedan en unos cuantos e-mails y algunos pogüerpoints de esos que circulan por la red llenos de exhortaciones a la oración y buenos sentimientos. A la que uno intenta entrar en la conversación, discutir el asunto de fondo, argumentarlo, vaya, se disuelven cual azucarillo en agua hirviendo. Rara vez se preocupan de apoyar su razonamiento con razones y ejemplos y se esconden de nuevo en su concha dogmática, donde, lo admito, se está bien caliente y al abrigo de dudas. Yo supongo, pues me conocen, que no esperan que me trague una supuesta verdad con unas transparencias y unas cuantas citas, así es que siempre quedo extrañado cuando al primer soplo de este lobo la casa del cerdito se derrumba.
Y no es que uno vaya por ahí chuleando de saber nada, de tener certeza alguna. Hubo un tiempo en que era más polémico, más contumaz y más bisoño, en el que peleaba con los apologistas recordando la criminal historia de la Santa Madre Iglesia, las barbaridades de los seguidores del Profeta, las memeces misóginas que dijo Buda y cosas así. Llegué a ser anti-clerical, pero ya no soy anti-nada. Se me ha pasado el arroz para el asunto de recordar los pecados de la historia y pontificar, gracias a Dios. Cada día que pasa me siento más ignorante, más inseguro, pero a la vez más contento. Con todo, sigo necesitando razones. Por cierto que no tienen que ser estrictamente lógicas; me valen las emocionales. Es decir, que estoy dispuesto a creer en cosas que van más allá de lo racional, pero que tienen que ser siempre razonables. Sigo a la espera de que alguno de mis amigos me ilumine en este sentido, de forma que yo vea -aproximadamente, ni siquiera tiene que ser muy claro-, por que necesito creer en Dios, en Alá, en la transmigración de las almas o en el Gran Arquitecto en cualquiera de sus otras versiones alternativas. En que me aprovecha, vamos.

Hay por lo demás tres errores de bulto que las personas que profesan creencias religiosas y/o sobrenaturales cometen una y otra vez respecto a los ateos.
El primero es considerar que un ateo no tiene creencias. Nada más lejos de la realidad. Un ateo tiene exactamente la misma cantidad de creencias que un teísta. Un ateo es una persona que cree que Dios no existe, y un teísta una que cree que sí. Ambas son creencias y ambas tienen consecuencias importantes, y me parece bastante vulgar y chabacano reservar la categoría de creencia para solo un tipo de ellas. En esta línea se inscribe el machacón y absurdo etiquetado que los medios cristianos ortodoxos (léase Alfa y Omega) hacen de toda creencia no teísta como ideología. Entre otras cosas, porque todas las religiones son a su vez ideologías (DRAE: Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político).
La segunda metedura de pata es considerar que un ateo no entiende de alma – y es por tanto un desalmado. Tampoco es verdad. Séneca decía, y yo estoy de acuerdo, que el alma es una cosa muy pequeña, pero que es una cosa muy gorda burlarse del alma. Pongo mucho empeño en no hacerlo. Un ateo tiene alma exactamente igual que un teísta la tiene – como ambos tienen dignidad. Lo único que no piensa es que vaya a sobrevivirle a su cuerpo. Algo que por cierto sostenía también Aristóteles, en quien se basa por lo menos la mitad de la metafísica cristiana, que en consecuencia se pasó unos cuantos siglos (herencia de Averroes, Alberto Magno, Tomás de Aquino, Pomponazzi, etc.) tratando de enmendar al de Estagira para decir que bueno, que sí, pero que no, pero que bueno, o sea. Armándose unos líos tremendos y montando unos concilios morrocotudos para que todo encajase pero haciendo aguas por todos lados. Servidor insiste para que conste en acta que tiene alma, como todo Quisque. Mortal, caduca, precaria, de acuerdo, y a mucha honra, pero no menos alma que esas que pegan saltos de ser a ser o que aquellas otras a las que esperan 72 huríes en el paraíso (que a ver qué va a hacer un alma con setenta y pico vírgenes en el paraíso, pero bueno).
Por último, y esto es sin duda lo peor, hay por ahí algún zafio que piensa que no tener creencias (sobrenaturales) equivale a no tener principios. Con mis amigos no me pasó nunca, pero cuando me topo con alguno de estos en alguna conversación, la sangre me hierve, y rara vez me callo. Que conste que no soy nunca el que saca el tema en primera instancia. Pero cuando ocurre, cuando algún mequetrefe (o mequetrefa) se sube al púlpito para cacarear, orgulloso de su hallazgo, que como dijo Dostoievski si Dios no existe, todo está permitido, me ocupo de bajarle cuidadosamente de su estrado. Para que reflexione un poquito. No sólo porque decir tal cosa es una afrenta para todas las personas de bien que lo practican a diario pese a ser ateas, sino porque resulta que es una mentira superlativa y un insulto a la inteligencia. Y por ahí no paso.

Aparte de esto, la verdad es que Dios y yo nos arreglamos bastante bien. El se ocupa de sus asuntos y yo de los míos. Además, casi siempre compartimos enemigos - aunque nuestras amistades difieran bastante. Mantenemos algo así como una especie de aseada vecindad - Él es como ese vecino que nunca has visto porque siempre está de viaje; alguien que, hasta la fecha, nunca eché en falta. Si tuviera que describir nuestras relaciones me acogería a una célebre anécdota de mi tocayo Henri David Thoureau, igualmente ateo. Por lo visto, estando en su lecho de muerte, fue a visitarle su madre, suplicándole que hiciese las paces con Dios, a lo que éste replicó, apaciblemente, que a él no le constaba que estuviesen peleados. Pues eso.


Viene al caso decir que no estoy orgulloso de ser ateo. De hecho, no estoy orgulloso de ninguna de mis creencias. No veo cómo podría estarlo. Para empezar, no me parece que uno pueda estar orgulloso sino que de aquello que hace y consigue. Como mucho, de una determinada actitud; pero sería ridículo enorgullecerse de alguno que simplemente cree (desde luego, yo no sé que Dios no existe). Tampoco mi ateísmo es una actitud per se. Vale tanto como contenga de honestidad y valentía, pero son de estas cosas de las que me enorgullezco y no de no creer en Dios. Por lo demás, todo lo poquísimo que creo saber es perfectamente falsable -como lo es la ciencia-. Lo pienso hoy con lo que sé hasta hoy, pero mañana mismo podría cambiar.




Por lo demás sospecho que alguno me manda según qué cosa con ánimo de cabrearme un poco, por el mero gusto de leer o escuchar mi respuesta. Sólo así se explica que de cuando en cuando me pongan un vídeo de un predicardor yanqui muy subidito o que me remitan alguna superchería internauta perfectamente documentada. O que me incluyan en una cadena de esas en las que si no rezas tres Avemarías y cuatro Padrenuestros, allá tú, colega, pero te puede pasar como al Jhonny Sarmiento que en Perú se le cayó una teja en la cocorota por no hacerlo. Y la palmó, por cabrón y por ateo.
Y es que mis amigos, más que por su creencias, en lo que todos se parecen es en su guasa y su retranca. En que tienen tela marinera.

1 comentario:

  1. Creo que una de las razones principales por las que resulta complicado que ellos puedan argumentarte (o podamos porque me incluyo) es que seguramente tu preparacion doctrinal es superior a la de ellos.No me refiero solo a la cuestion atea, sino logicamente a la propia lectura y conocimiento de pensamientos creyentes. Tu has leido y razonado mucho.
    Quizas la clave pueda ser eso, porque le ocurre a muchos teologos (Dios me libre de compararte con ellos pero pueda haber cercania) que cuanto mas profundizan, leen y teorizan, mas complicado les resulta creer.
    No obstante el dia llegara porque basicamente tienes dos elementos basicos en la Fe: apertura de espiritu y necesidad.
    Y si, yo de momento he fallado y no te he puesto en contacto con un Sacerdote interesante...
    Un abrazo y felicidades por tu nueva paternidad....

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