domingo, 5 de junio de 2011

Cuando a Hefesto se le va la mano

Creo que fue Auden quien lo dijo: sólo un dios griego trabajaba, y a más de cojo, era un cornudo redomado. Hefesto era objeto de chanza continua por parte de sus compinches del Olimpo; tanta gracia les hacía su laboriosidad sin freno, ese fragua que te fragua. Su relación con Afrodita era un poco la de Mr. Cellophane con Roxie, en Chicago: el ponía el trabajo y otros se encargaban del estorbo de la lujuria. De esa forma avisaban los griegos, hace ya miles de años, de lo que vale la honestidad y el trabajo duro del padre de familia... cuando uno se despreocupa de lo demás en casa.

Pero si traigo hoy a colación al odioso Hefesto es porque, desde la invención del capitalismo o así, anda más bien subidito. Y parece que somos cada día más los que no estamos dispuestos a que sea el santo patrono de todo esto. Puede que hubiese un tiempo en que la productividad, lo que uno pudiese generar para su patrono, etc., fuese la medida de la civilización y la ciudadanía. Que no cupiera honor más grande (sobre todo para un varón) que sepultarse en trabajo para "sacar adelante a una familia" - una carrera sin freno ni tregua (más allá de la televisión y los ritos de paso). Ese tiempo, afortunadamente, está pasando. La crisis de nuestro tiempo ha provocado que muchos le echen las cuentas a la vida y no le salgan. Que muchos descubran que el chalé adosado, el 4x4 y la esclavitud bancario resulta que no es el sueño de vida que ellos habían soñado.

Así es que me alegro. No me alegro por el paro, los mangantes y los aprovechados, pero sí por el vislumbre del desplome del establishment. A los que no nos asustan los cambios cada tsunami nos parece una aurora de algo distinto. A los idealistas (eso me llama mi amigo Felipe, contrariado) nos arregla que las ideas, que nunca murieron, tomen de nuevo el mando. Y sólo se les aprieta el culo a los de los privilegios adquiridos, a los que siempre demandan paciencia, más tiempo, sosiego, treguas en suma que utilizarán para quemar papeles, construir nuevos paraísos de neón y darse el piro mientras cavilamos.

Tras la catástrofe del 11-S (y sus sendas réplicas en Madrid y Londres), muchos fueron los que clamaron que hacía falta una nueva Ilustración (a ellos les hacía falta, se entiende). Yo pienso que lo que de veras nos vendría bien es un nuevo Renacimiento. Una re-reivindicación del placer de vivir, del placer de hacer cosas no estrictamente ligas al afán de pecunio, del placer de cambiar y mejorar - y del placer, a secas.

Detrás de todo cambio ético hay siempre indignación y disenso. Como le recordaba Muguerza a Habermas, resulta que todas las conquistas sociales y de derechos humanos se han hecho a base de molestar, de disentir, no de consenso. Podemos construir una vida más genuina, con más sustancia, menos cómoda, pero más justa, y más nuestra.

Así es que sigamos indignándonos. Y a Hefesto, que le vayan dando.



PD. Para los que esperasen una entrada sobre el recién llegado, que sepan que la columna ya me la ha hecho un literato verdadero, así es que, a él le cedo el honor de la bienvenida. Por lo demás, este seguirá siendo un espacio heterodoxo y multiforme y distinto donde rara vez asomarán los pañales, los cólicos del lactante y esas otras delicias en las que, por puro gusto, nos hemos embarcado

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