sábado, 19 de febrero de 2011

Kinder Ja, Kinder Nein

[N.B.: la entrada de esta semana, está dedicada, como no podía ser de otra manera, al gran Raúl Flores, que me ha dado una alegría -por él, porque lo quiero- al anunciar que ha encargado su ingreso en el noble club de los padres. Va por ti, figura]

Tengo el recuerdo muy fresco, aunque han pasado como 18 años. Era la primera cassette a la que me enfrentaba en mi estudio del -ahora parece muy de moda gracias a Frau Merkel- alemán, en el Instituto de Idiomas. Era una conversación entre una parejita de teutones que platicaban, muy cerebrales ellos, sobre los pros y los contras de tener niños. Los niños te restan energías, te suman afectos, te restan ingresos, te suman responsabilidad, y cosas así. No sé si me chocaba más, desde mi latinidad incapaz de tales desapasionados análisis, el contenido de lo que fría y cabalmente enumeraban o el tono neutral y cansino con el que lo acompañaban. ¿Niños sí, niños no? Yo por entonces no lo sabía. Quiero decir: creía saber que quería un puñado de ellos, porque siempre me habían gustado, pero me ha hecho falta tenerlos para saber realmente por qué esa aventura que emprendí junto a mi media naranja ha sido y es de verdad provechosa.

Voy intentar explicarlo a renglón seguido. Entre medias, y para los que no me conocen, advierto que no estoy para dar lecciones a nadie. Primero, por ignorancia de muchas cosas (de casi todas). Y segundo, porque va en contra de mis pocos principios aconsejar a nadie, por lo menos cuando no me lo piden. Tampoco voy a hablar de cómo se tienen niños. Y eso porque, a estas alturas de partido, estoy muy cerca de aquel escritor inglés que decía que, cuando era joven, tenía cinco teorías sobre cómo se debe manejar a los niños, mientras que, al hacerse mayor, terminó teniendo cinco niños y ninguna teoría.

Vamos allá: niños SÍ, pero. No hace falta tener niños para ser feliz. No hace falta un estudio sociológico para saber esto. He conocido gente feliz sin niños - ya fuese voluntaria o involuntariamente. En realidad, se puede ser feliz casi de cualquier manera, siempre que se tengan unos mínimos (seguridad, salud, libertad, etc.) y a la vez se tenga un por qué vivir. Hay muchos porqués más allá de los niños, y en realidad, me parece que los hijos como razón por la cual vivir son una muy mala idea.
Lo que no se puede ser es feliz sin amar. Nein. Llevo más de veinte años interesado en la felicidad, y ni he vivido, ni visto, ni conocido, ni leído nada, ni conversado con nadie que fuese feliz sin amar. De hecho, la mayor ventaja que le encuentro al hecho de tener niños es que multiplica las opciones de amar. Si empleamos una metáfora empresarial, lo veo así: cada amigo es una sucursal nueva con la que poder querer. La familia (nuclear, a mi juicio) son otras tantas sucursales, puede que de mayor rango. Tu pareja es como un desdoblamiento de tu sede central. Y cada hijo es como otra gran sede. Si quieres crecer en este metafórico "mercado del amor" - si quieres pasar a comerciar a lo grande - requieres de una estrategia expansiva, y ahí entran los hijos.
Se puede hacer lo mismo de otras formas. Por ejemplo, involucrándote en proyectos sociales. Ya sea repartiendo cafés de madrugada a las prostitutas, curando en Burundi o asesorando a toxicómanos o mujeres maltratadas - hay como un millón de formas de amar a lo grande sin tener hijos. En este sentido, por supuesto, tener hijos es superfluo tanto personalmente como de cara a contribuir al bien ajeno. Por lo que a mi respecta, es tan grande dar la vida como mejorarla. Qué le vamos a hacer; soy un tipo de sensaciones cualitativas antes que cuantitativas.

Por supuesto, se me recordará, eso de abrir sucursales incrementa tanto las posibilidades de éxito como las de fracaso. Cuanto a más personas quieres, más posibilidades de sufrir enfrentas. Porca miseria. El ser humano es así. esa es precisamente la razón por la que muchos se resistena amar hasta el fondo. Love hurts, y todo eso. ¡Qué se le va a hacer! Los que jugamos al baloncesto, por ejemplo, lo tenemos claro: sólo falla el que lanza a canasta. Pese a todo, y siquiera con mesura, yo seguiré lanzando, aunque no la meta ni la cuarta parte de veces que por ejemplo el gran Raúl las enchufa.
Los hijos te dan muchas otras cosas, que enumero atropellada y brevemente para no aburrir al personal. Perspectiva: si estás listo ya nunca te encabritará, digamos , que el balance no te cuadre. Revivir tu vida: a menudo vivimos a la carrera y el hecho de darle el rebobinado es una ganacia impagable. Inocencia: se puede recuperar, y a la vez se puede evitar la indeseable ingenuidad. Educación: dicen que no hay mejor manera de aprender que enseñando. Entusiasmo: a los niños todo les asombra, y es una oportunidad para averiguar por qué. Etcétera-etcétera-etcétera.

Termino con una aportación que, 2.500 años después, me temo que sigue vigente. Nótese que quien la escribe no se decanta, no pontifica, recoge todas las aristas del tema. Y que lo hace con un arte insuperable que le permite que cada cuál entienda hasta donde quiera entender:

"Para todos los hombres, los hijos son la vida. Quien, inexperto de ellos, lo censura, sufre menos, pero es feliz gracias a una desgracia"

(Eurípides, Andrómaca)

Un abrazo muy fuerte para quien, desde ya, es Don Raúl, a quien deseo que todo vaya de maravilla, para que pronto tengo uno de estos entre sus brazos

domingo, 6 de febrero de 2011

Vaya por Dios, Clint

Pues sí, aunque cueste decirlo: con Clint esta vez he pinchado en hueso. Por primera vez en muchísimo tiempo, tanto que casi no recuerdo la vez anterior. Para mi, las películas de Mr. Eastwood son de visionado obligatorio. No me pierdo una, y en la última década (Medianoche en el jardín del bien y el mal, Million Dollar Baby, Mystic River, Gran Torino...) íbamos casi a obra maestra por película. Con este ánimo, que acaso comporta pedirle demasiado, y con el sobreañadido de que me toca ir al cine a ver "películas de adultos" como a 3 veces al año (con suerte; y esos son muchas menos veces de las que me gustaría), con la responsabilidad de no fallar que ello conlleva, me arrellané en la butaca de Nervión Plaza ayer mismo dispuesto a ser conmovido y sorprendido, preparado para soltar, para mis adentros, una vez más: "Clint, eres la leche".

Pero nones - no pudo ser. Ni rastro del Eastwood seco, valiente, malencarado por inasequible a concesiones baratas a la galería. Y para colmo (otro sobreañadido) tratando un tema, el de la muerte, que me apasiona, que está prácticamente ausente de la filmografía convencional, y del que yo esperaba que, en manos del maestro, produjese una reflexión valiente, multifacética, sincera, y tan humana como en él suele ser norma. En vez de perdérseme en esta especie de nueva religión de Factory, este evanescente, cobarde y atolondrado pensar que "algo debe haber" sin detenerse lo más mínimo a apostar por qué algo, en vista de lo que sabemos, ni por depurar las consecuencias que tales visiones tienen para la vida -que al fin y al cabo, es lo único que importa.

El arranque de la película es fulgurante, intachable. Diez minutos en los que filma el tsunami que arrasase el sudeste asiático hace años de una forma tan brillante que cuesta pensar como pudo hacerse. Cada dolar que se gastó en esos efectos especiales mereció el gasto; consigue literalmente transportarte a la angustia del momento, al aturdimiento, y a casi todo lo demás que ese trauma debe producir en quien lo vive. Los actores están bastante bien: la hermosa Cecile de France se come la cámara, el niño protagonista (siempre un riesgo) está muy entero toda la cinta, y Matt Damon está comedido, cercano y sereno. Su trabajo es bueno, y además, pese al guión, la película no puede decirse que es mala. Sino muy decepcionante, porque se limita a una exposición emocional del asunto, sin traza alguna de reflexión más profunda.


No se trata de que exceso de emociones. No soy de esos que gustan del director nacido en San Francisco sólo cuando se viste de Harry el Sucio. Aunque no me disguste el personaje -especialmente ese Harry crepuscular que borda en Gran Torino-, para que quede claro y ahora que no me oye nadie: Los Puentes de Madison me arranca lágrimas a raudales, algo que el resto de machotes convendrán que no es fácil admitir. Las emociones no me parecen inadecuadas per se, faltaría más, y en esta película hay unas pocas bien engarzadas y expuestas. Pero una cosa es ser emotivo y otra estar emocionalmente superado. Y en esta película sobran emociones y falta entereza y valentía.

Lo que más me sorprende es la gente que ha visto la película y la caracteriza como "profunda". Nada más lejos de la realidad. Por cuanto respecto a la muerte, la película de Eastwood tiene exactamente la misma profundidad que el programa homónimo de Jordi González en Tele5. Travestido de Oliver Stone, la película ofrece una tesis irrefutable -y por supuesto, de ciencia ficción: hay vida después de la muerte y hay gente que habla con los muertos (mejor dicho, con "los vivos del otro lado"). Las diferencias básicas con su tocayo televisivo -una bazofia de la peor ralea, dicho sea de paso- es que en el plató hay personajes reales concernidos con las respectivas tragedias que encima tienen la desfachatez de cobrar para participar en el circo, mientras que en la cinta de Clint hay actores que actúan y todo queda en una bienintencionada ficción.

Hace ya mucho que James Randi desafió publicamente, bajo contraprestación de un millón de dólares, a quien pudiera realizar un acto paranormal controlado con éxito. Aún espera. Por lo que a mi respecta, toda esta sarta de tonterías tiene la credibilidad que merece la Bruja Lola. Una y otra vez, esta clase de supercherías son desenmascaradas. Y aún no hemos tenido la suerte de toparnos con una buena - testada y certificada. Y no porque no haya gente interesada en hacernos creer que las güijas y los mediums de este mundo son cosa cierta. No estoy diciendo con esto que deseche cualquier capacidad "extra-física", aún ignota en el hombre. Para nada. Lo que estoy diciendo es que no hay la más mínima pruba de que la existencia de mediums y parapsicólogos varios tenga nada que ver con la existencia de seres espirituales o algún tipo de existencia "después de la muerte". De hecho, si uno quiere hacer honor a cuanto sabemos a la altura del siglo XXI -y por cierto que eso es mostrar respeto por el ser humano- tendrá que admitir que nada apunta a que "vida después de la muerte" no sea una de las expresiones más estúpidas que el género humano ha sido capaz de concebir. Sorprendentemente, esta posibilidad ni es mencionada en la película -simplemente se da por supuesto que lo contrario es verdad. Si el autor cree que por el hecho de pasar olímpicamente de las religiones o dedicar cinco minutos a describir a los "falsos espiritistas" nos íbamos a tragar existen "espiritistas de veras", lo lleva claro -por lo menos, en cuanto a mi respecta. Con la obscena trampara demás de hacer decir que tras la muerte "no hay más que oscuridad" al personaje más odioso de la película - un franchute guapo, esnob, materialista, que engaña a la chica guapa y sensible, esto es, el prototipo de anticristo para los cinéfilos.

Ay, Clint. Ni un leve intento de encarar la muerte con arrestos, con fortaleza y rigor, como fenómeno humano, inevitable e irreversible que es. Ni la grandísima Elisabeth Kübler-Ross, que dedicó toda una vida a tratar a moribundos, y que tenía, por su parte, el convencimiento de la existencia de "algo" tras la muerte, se atrevió jamás a sugerir que se pudiera hablar con los espíritus. Aún se me ocurre una escapatoria para tu honor fílmico traicionado, maestro. Y es suponer que has intentado hacer una peli de ciencia-ficción, un remedo a tu manera de El sexto sentido de M. Night Shyamalan. Si ese es el caso, se queda a medio camino. Prefiero cien veces la antes dicha película que ésta -por no hablar de las fabulosas El protegido y Señales. Como sabe el terreno que pisa, el director de origen hindú s epermite muchas más licencias y fascina mucho más.

¿O no será más bien, Harry, que te estás haciendo mayor y le ves las orejas al lobo? Personalmente me gustaría imaginarte recibiendo a la parca con tu Magnum en ristre, apuntándo a la apestosa señora y soltando aquello de "Adelante, alégrame el día". Ojalá todavía pueda ser.