viernes, 18 de marzo de 2011

Sócrates en Ikea

Mi anécdota preferida de Sócrates ocurre cuando un grupo de animados fans se empeña en llevarlo a visitar un mercado. Resulta que el bueno del maestro, al que apodaban el Tábano por como aguijoneaba con sus preguntas a los atenienses, nunca había pisado uno. Así es que aquel puñado de imberbes debió pensar que llevarse al maestro de tiendas sería divertido. Para ver cómo reaccionaba, pensando, supongo, que el viejo fliparía al conocer las telas, las vasijas, collares, utensilios y manjares que se podían comprar en uno de aquellos señalados enclaves de la ciudad, por entonces en su Edad de Oro, tal y como se llamó al tiempo en que gobernó Pericles. Sócrates fue conducido al lugar, y tras pasearse por los puestos y el bullicio, algunos de aquellos se le acercaron para recabar su opinión. Él se manifestó encantado con la experiencia, y dijo que le parecía fascinante que existiesen tantas cosas que él no necesitaba.

De esto me acordaba yo el otro día al terminar una incursión entresemanal en Ikea - cuando, derrengado y fuera de hora para cumplir con mis obligaciones culinarias, termine por rendirme junto a la family a los encantos de la Ikea Food (que suena como un bocadillo de mueble, y no sabe mucho mejor). O sea -me decía a mi mismo, haciendo un poco de filosofía-ficción-, ¿cómo se las gastaría el maestro en Ikea? ¿Cómo reaccionaría ante el reclamo de la lámpara Böja (que suena a ERE) o la estantería Billy? ¿Podría escapar sin adquirir unos cuantos Klistrig (mantel individual, 1,99 €), podría acaso resistirse a la Bellinge (alfombra tipo-Ágata-Ruiz-de-la-Prada, 13,50), superaría la tentación de arramplar con los aplicadores Husvik, a 32,95 la unidad? Porque una cosa es hacerse el chulito-asceta en el siglo V a.C. y otra muy distinta tener el temple de surcar tal marea de cosas útiles al tiempo que hábilmente diseñadas sin picar por aquí y acullá, disponibles para regocijo del urbanita algo pelado de pasta del siglo XXI.

Apuesto a que habría resistido. No era un Diógenes de la vida - éste, suelto por la sección de jardinería, puedes estar seguro de que se te mearía en las macetas (por ejemplo en el Skörd, macetero, 29,95). Sócrates no era un héroe - acaso fue uno de los hombres más humanos que haya existido, en el sentido más amplio del término. Pero lo cierto es que todo lo puso por detrás de su humanidad - la fama, el dinero, el sexo, todo quedaba para él por detrás de interesarse por lo humano, hacer el bien y sobre todo compartir lo poco que, según él, sabía. Si le hubieras dado un poco de ese salmón sueco que despachan sobre tostas suecas, sin duda lo habría comido. Si le hubieras ofrecido algo de beber, lo hubiera aceptado también. Pero si esperabas que fuese a pagar por ello, a comprometer siquyiera una micra su libertad por tener o gustar de esto o aquello, estás listo.

El maestro decía también que las almas ruines sólo se dejan conquistar con presentes. A mi me dieron cuatro vales para tapas suecas (que merecen capítulo aparte), y hociqué. ¡Qué débil es la carne y qué lejos queda el maestro!


domingo, 6 de marzo de 2011

Welcome to New Orleans

Hay mucha gente que no se acerca al Jazz por esa especie de halo metafísico que desprende esta música tan especial - ese humo de cigarrillos y sospechosa oscuridad de garito marginal que acompañan a unos acordes que parecen vulnerar todas las normas escritas sobre la armonía. Lo sé por experiencia propia; me mantuve al margen muchos años, pues no me convencían en absoluto los gorgoritos de Miles Davis a la trompeta, y mucho menos las abstrusas composiciones "modernas" de Petrucciani, Chick Corea y compañía. Para un tipo enamorado hasta las trancas de la clásica, aquello era divagación y poco más.
Mi error, por supuesto, fue empezar la casa por la ventana. Años más tarde me topé con Louis Armstrong, Ella Fitzgerald y otros insignes Jazz Singers, y la borrasca comenzó a disiparse. Con aquello -Jazz clásico, a su vez- podía uno engancharse, me dije. Luego descubrí que todos ellos, como los posteriores a los que seguía sin entender, bebían del mismo río; el Mississipi, para más señas. En Nueva Orleans estaba la encrucijada y el misterio por desenterrar. Así es que probé. Y quedé prendado, hasta hoy día.

Para mi, el bluez y el jazz de Nueva Orleans son un poco como el flamenco. Una música de mestizaje y a la vez extraordinariamente auténtica y primitiva. Por eso tienen tanto acérrimos detractores como fanáticos seguidores. Y por eso también, cuando a uno le pica el bicho, lo normal es que quede infectado por él. Son además músicas que requieren casi siempre el directo para ser captadas en toda su maravillosa rudeza, con esa simplicidad que te agarra por las entrañas y te arranca las palmas o te mueve los pies como por encanto de vudú.

El Jazz de Nueva orleans es una música que glorifica la vida corriente. Nace, con el blues, como un canto de esclavos, y los acompaña desde entonces en las celebraciones de Carnaval, en sus festividades varias, e incluso cuando se trata de oficiar un entierro. ¡Por favor, cuando muera, que el que me quiera me haga un entierro así, con su banda!

Para el que guste de probar, ahí van unas cuantas recomendaciones (he tomado las que tienen vídeos decentes):

- Preservation Hall. Probablemente, la banda más reconocida de New Orleans Jazz. Tiene grabaciones estupendas e intérpretes míticos. De largísima historia, sus componentes actuales deben andar por la setentena de edad media. Eso no es nada en esta música. Véase, por ejemplo, como bordan aquí Hindustán en Rochester, o como, ya en casa (en la sala que lleva su nombre), despachan el Tailgate Ramble
















- La Silverleaf Jazz band tiene algunas grabaciones estupendas. Aquí les tenemos con una versión de Panamá en las que están entonadísimos.
- Satchmo fue el artista-gozne - el que dio el salto de New Orleans a Chicago, llevándose el jazz con él, y abriéndolo un tanto a todo lo que después fue (swing, be-bop, etc.). Armstrong no es un icono de la cultura occidental porque sí. Hizo de todo y todo lo hizo bien. Los puristas dirán que su Basin Street Blus del 64 no tiene la fuerza de 35 años antes - pero sigue siendo una delicia de arte, musicalidad y, como diríamos por aquí, de salero.
- Una de las grandes bandas que abrieron al gran público esta música fue la de King Oliver. Su Saint James Infirmary es como la 5ª Sinfonía del género. Muchos otros han tocado esta pieza, pero, me parece, ninguno como él y los suyos.
- Pero quizás el solista que llevó el jazz tradicional a la masa fue Sidney Bechet. He dado con una versión de la Petite Fleur que tocó en el Olimpia de París (tuvo que hacer las maletas por pegar un par de tiros a destiempo). Es justo lo que oía en mi cabeza cuando, a las pocas horas de nacer, me quedé mirando a mi Claudia.
- Los carinetistas merecen un capítulo aparte. Primero, porque el instrumento en cuestión es algo así como el espíritu de esta música. Segundo, porque es el instrumento preferido de servidor. El estándar actual es el doctor Michael White, quien, más allá de pasar una infancia complicadita con la guasa del nombre, toca como los ángeles y se suele rodear de los mejores.
- Pero el pater de todos estos clarinestistas de New Orleans bien podría ser George Lewis. Termino con él, porque ya me estoy alargando; su Over the waves sigue poniendo los vellitos como escarpias.


Que ustedes lo disfruten