
Para empezar, acotemos, y mucho. Voy a referirme a una clase exclusiva de libros, que resulta que son mis favoritos: los "libros explorador" divulgativos. Un "libro explorador" es un manuscrito que desbroza la jungla del saber, que te da una perspectiva y está plagado de pistas, de modo que al terminarlo, tienes anotados 10 o 15 libros que necesitas leer. La clase de libros que siempre recomiendas y que trataré de esconder con tino a mis hijos para que crean que son arcanos y peligrosos y prohibidos y por lo tanto merecen ser leídos.
Más reglas: me voy acircunscribir a las "Humanidades científicas": filosofía, psicología, antropología, neurología, sociología y cosas así. Me olvido de la historia y de la ciencia porque eso simplemente es demasiado como para embutir en una entrada; igualmente del arte, de la música, el cine o la literatura en sí. Es decir, que voy a dedicarme a comentar libros en forma de ensayos que tratan sobre cómo somos, sobre cómo vivir, sobre lo humano (y lo divino que para servidor no es sino lo humano).
La tercera y última premisa será dejarse en el camino a los clásicos. Id est, que no voy a a decir una palabra sobre las ventajas de leer la Ilíada, la Biblia, El Banquete, las cartas de Séneca, Hamlet o el Tao-te Ching por poner un poner. Primero, porque me parece una obviedad; segundo, porque puede quedar pedante que te rilas, y uno, mal que bien, se propone de continuo permancer tan alejado de la pedantería como le resulta posible.
Dicho todo lo cual, procedo a repasar, sin orden ni concierto, un puñado de libros que me han impactado, que en general he releído, y que están escritos para el común de los mortales, puesto que no hay genio verdadero que no sea capaz de enseñar lo que sabe de forma amena, entretenida y accesible.

En la arena psicológica y pese a quien le pese, Freud sigue siendo el puto amo. Y no porque uno se trague, válgame Dios a estas alturas, sus teorías como si fuesen meridianamente ciertas, sino porque escribe como los ángeles y los casos que describe son interesantísimos. Leí su Interpretación de los sueños con 14 y quince años después me di cuenta de que no me había enterado de nada, pero aún así fue fascinante. Yo, que tras 18 años pegadito a una psicóloga tengo media carrera convalidada, no suelo leer muchos de esto. Pero me encanta Castilla del Pino (Cuatro ensayos sobre la mujer, Celos, locura, muerte), me ha encantado casi todo el Vallejo-Nájera que ha caído en mis manos. Erich Fromm es más una mezcla entre psicólogo y sociólogo, pero si tuviera un preferido sobre la materia, lo escogería a él. Sin sus El arte de amar (fue el primer libro que regalé a mi mujer, con notable éxito), El arte de escuchar o El miedo a la libertad yo sería simplemente otro (está por ver si mejor o peor). Daniel Dennett es una autoridad mundial a propósito de la conciencia... y lo mejor es que se le entiende. Seligman o el libro Flow para los que gusten de la Psicología Positiva. Y a Goleman lo citaré sólo por dar por saco a los psicolochos almidonados que van diciendo por ahí que se ha forrado a costa de apropiarse de teorías ajenas. Y que más da, malandrines: el caso es que su Inteligencia emocional ha cambiado para siempre nuestra visión sobre las relaciones en el trabajo, en la familia y en la sociedad. El libro es ameno y certero, y el que no sepa escribir divulgando así, que se fastidie. Grande, y extremedamente entretenido, Oliver Sacks, que me recomendó en su día mi amiga Belén (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero)
Vayamos con los antropólogos. Para mi el más entretenido (comulgue uno o no con su visión materialista de la historia) es Marvin Harris. Tiene uno titulado Vacas, cerdos, guerras y brujas que es delicioso; también Bueno para comer: enigmas de alimentación y cultura es esupendo, y en general lo que escribe es conciso y divertido de puro irónico. Descubrirán por qué los indios no se comen a las vacas (según Marvin Harris, claro). Pero para irónico y agudo, Nigel Barley; El antropólogo inocente, por ejemplo. Lévi-Strauss parece inevitable, y además no lo vayan a evitar (Tristes trópicos, vamos a decir), porque merece la pena de veras. Para acabar el fugar repaso, una debilidad -mía y de muchos-: Tzevan Todorov. Prueben El nuevo desorden mudial o Elogio de lo cotidiano y verán como repiten. Nuestro Julio Caro-Baroja nunca defrauda (títulos mil). La mejor vista de pájaro: quizás C.P. Kottak (Antropología cultural).
Luego hay un bloque que me apasiona porque tiene tantas aplicaciones profesionales como personales. Es el compuesto por la innovación, la gestión de personas y el liderazgo. Me parece que la gente que triunfa en la las organizaciones lo hace dominando alguno o varios de estos campos. De todas formas, al que no le interesa o no tenga acceso a ese triunfo (casi todos nosotros), igual le conviene intersarse por estas materias, porque lo que allí se aprende igual se puede aplicar con provecho a la vida en general. Es lo que, profesionalmente, con más ahínco he estudiado en los últimos cuatro años. Aquí vendrían al punto los textos de Greenleaf (Servant Leadership, creo que no traducido, sobre el que algún día escribiré por aquí), los libros de John C. Maxwell, y por supuesto, algún libro de memorias o discursos de Winston Churchill. En innovación, alguno de De Bono. Clayton Christensen también tiene algunos estupendos (The Innovator's dilemma) que tampoco sé si están traducidos, porque por estos lares, desde que don Miguel de Unamuno dijese aquello de "que inventen otros" ya se sabe cómo nos luce el pelo. En España tenemos a un grande del liderazgo, un tipo además muy cabal y profundo, Santiago Álvarez de Mon (El mito del líder, p.ej.). La organización basada en el taleto, de Peter Chase, me gustó mucho. Cualquier cosa de Peter Drucker también llena; citaré por último a un autor que se acaba de estrenar pero con el que amisté hace poco, Carlos Andreu (Del ataud a la cometa).

En campo filosófico ya me vuelvo del revés, porque hay demasiado que me encanta. Montaigne y sus Ensayos lo saco de los clásicos por el morro porque se lo conoce demasiado poco fuera de los círculos académicos, y eso es crimen sin atenuantes posibles. Como divulgadores filosóficos allende nuestras fronteras tenemos al ameno Marinoff o al hermoso Gaardner de El mundo de Sofía. Pero es que en terreno patrio tenemos a dos monstruos como Savater y Jose Antonio Marina de los que leo cuanto sacan porque son sencillamente prodigiosos: le erudición humilde del que sabe de veras y se gusta haciéndose entender. De estos, lo que sea. También de mi amigo José Ramón Ayllón recomendaría cualquiera, y algún día, si él me deja, me gustaría dedicarle un aparte. Josep Muñoz Redón (La piedra filosofal, etc.) también escribe de maravilla sobre la cuestión. Yo diría también Betrand Russell (sus Ensayos impopulares por ejemplo), y mucho de lo escrito por Amalia Valcárcel o Victoria Camps. Aquí o en otra parte, citar a Paul Cartledge y Robin Lane-Fox como estupendos introductores de la antigüedad greco-romana.
En religión (occidental y oriental) hay muchísimo a decir, porque es un tema que me apasiona, pero me tendré que quedar con El camino del zen de Alan Watts o cualquier libro de Suzuki (no el de las motos, el otro) o con cualquier recopilación de cuentos zen. En el área cristiana, Hans Küng (¿Vida eterna? o Hacia una ética mundial), Bart Ehrman (Lo que Jesús no dijo) y casi cualquier libro del padre Freijoo y C.S. Lewis. La magnífica Philosophia perennis de Huxley me impactó tremendamente en su día (habrá que repasarla). Karebn Armstrong ("La gran transformación") tiene estupendos libros sobre el origen de las religiones, y Ramon Panikkar escribe maravillosamente sobre las religiones de Oriente. Karl Jaspers tiene un libro interesantísimo (Los grandes maestros espirituales de Oriente y Occidente) donde trata sobre Buda, Confucio, Lao-Tse, Jesús, Nagarjuna y Agustín (¡vaya alineación!). Para terminar, el pastor protestante Dietrich Bonhoeffer -al que Hitler encarcelase y ejecutase tras acusarle de conspirar contra él- es una pasión personal; pruébese por ejemplo Resistencia y sumisión.
Si notan que acelero es porque me empieza a entrar la angustia y el canguelo más grande con lo que me voy dejando en el tintero por falta de espacio (esto empieza a ser un ladrillo de mucho cuidado) y de memoria. Termino atropeyadamente con algunos inclasificables. Kapuscinski fue un periodista mítico y escribía como los ángeles (Viajes con Herodoto); su colega Oriana Fallaci era igual de buena, distinta en todo lo demás, con más mala leche y más rotundidad y más entrañas (por no mencionar lo otro que sobresale y redondea). La fuerza de la razón es un cuento de terror fanático-islámico mil veces más acogotante que los pwp esos que circulan por Internet. Kübler-Ross es mi absoluta debilidad a propósito de la muerte y los moribundos; La rueda de la vida, mi libro favorito al respecto.
De todo hay mucho más, pero se trataba de un rápido paseo. Juro por mis churumbeles que a quien importen las cosas humanas y pruebe cualquiera de los mencionados que la experiencia le valdrá la pena.
Lo mejor de todo: estos libros son gratuitos. Están en la biblioteca pública, hay muchas copias, los reservas, puedes consultar el catálogo por Internet. Una gozada; así los he leído casi todos, pues me escasean tanto el espacio como la viruta para comprarlos.
¿He cumplido, noble Raúl de los Borondo de toda la vida, aunque haya sido a toda pastilla?