
Y para que no afrontes esta imprescindible ofensiva sobre nuestra mitología en inferioridad de recursos, hete aquí que te ha salido un aliado inesperado: yo mismo. Me pido la Cenicienta; voy a hacerle la autopsia, voy a destripar la historia y voy a arrancarle con mi escalpelo psico-cultural cada pedacito de opresión que oculte. A renglón seguido, sustituiré el tejido moralmente dañado por un slot modernizado, ultra-paritario y, en fin, chachi.
Tomaré, para ello, la versión clásica de Perroult del XVII, la que en 1812 fuera re-versionada con pocas alteraciones por los hermanos Grimm (todo escritores varones, semilla sin duda de su contenido infastuoso). La que los alemanes llamasen Aschenputtel (un nombre con connotaciones insultantes -para los que no hablan alemán, eso sí), los ingleses Cinderella y los italianos Cenenterola, con versiones parejas en casi todo el resto de Europa. Hasta antes de ayer yo había pensado que este era un cuento que hablaba de la esperanza, de que los sueños se cumplen si trabajas a destajo y sobre la posibilidad de que, aunque la vida te maltrate, el tiempo ponga las cosas en su sitio. En suma: sobre el no siempre -desgraciadamente- confirmado hecho de que lo bueno termina por salir a flote. Pero eso era, como he dicho hasta antes de ayer; me he puesto las gafas-bifocales-del-asunto-del-género y ahora lo veo claro. Es un panfleto sexista de la peor ralea.

Vale: peguémosle pues un repaso. Uno que recoga la esencia de la moderna modernidad multicultural y pluri-ataviada. Hagamos una versión que se apañe con los tiempos que corren de alianza de las civilizaciones, cuotas paritarias y buenos rollitos generales. Compongamos un pedazo de cultura adecuadamente pasteurizada para que a los niños no se les atragante, y de paso, si sobra tiempo, vetemos esos cursis vestidos de cenicienta en los que toda niña -ideológicamente inducida por sus sexistas padres- quiere enfundarse. Ahí va, con cariño, mi versión del cuento:
Cenicienta 2.0
Erase una vez una núbil adolescente a la que apodaban la "Cenicienta" a colación de su pelo, que teñíase de un tenue gris ceniza como indudable muestra de personalidad y en ejercicio pleno a su derecho a la vital diferencia. Una gótica más en el redil del señor, Cenicienta vivía con sus dos hermanastras, su padre y su madrastra en un palacete de la Moraleja, a mano derecha según se mira la de CR9. Cenicienta tenía frecuentes encontronazos con su madrastra, que pasaba últimamente más tiempo en casa de lo corriente. No por gusto, voto a bríos: ella una mujer directiva de éxito enormemente ocupada. La razón de esta estancia dilatada en casa que la tenía abonada al Valium, era que, en la última inspección de la pasma paritaria, se decubrió que trabajaba un 4% más que su marido (azafato), por lo cual había recibido instrucciones de descanso perentorio. De los nervios como estaba por verse confinada en el represor hogar, hacía mobbing a su hijastra, pero no humillándola con viles tareas domésticas (de eso se ocupaba Pocholo, su asistente doméstico, con número de la seguridad social 41/765430), sino a través de medios más sutiles. Escondiéndole el móvil. Reduciéndole el límite de la VISA (mala-mala-mala). O traspapelando entre sus apuntes de chino cantonés algunas frasecitas del dialecto de la costa, para desorientarla. Sus hermanastras no se lo ponían más fácil: iban rajando por los pasillos del instituto que ya no usaba DIU (mentira gorda), con lo que su vida social declinaba que era un horror. Y así andaba la pobre Ceni, loca de la cabeza.

En la consulta de LA médicA que había de tratarla de sus continuas migrañas y de su depauperada sexualidad, Cenicienta se zampa 7 Holas, 2 Diez Minutos e innumerables Que me dices, hasta llegar a la conclusión de que lo que le molaría mazo de veras sería casarse con el príncipe Kevin. Nótese que es ella la que le elige a él. Como no disponía de medios, por ser de izquierdas como Dios manda, de acercarse al interfecto, se le ocurrió un plan; acudir al programa Y-tú-por-dónde-narices-te-mueves y contar, en prime time, que esperaba un hijo del príncipe pero que lo había perdido del disgusto que aquel le dio al dejarla. El aspirante a monarca, cómo si no, acudió raudo a la opción del teléfono-de-los-aludidos y allí mismito, del intercambio interfónico, brotó su relación.
El día de la boda, con todo perispuesto, y al notar el retraso del príncipe ante el altar, cundió la alarma general. Un par de paparazzis descubrían a Kevin haciéndoselo con el sirviente Pocholo en los cuartos de baño de la sacristía. Cenicienta finge un desmayo, y mientras la abanican, calcula mentalmente, con gran regocijo, los beneficios que le sacará a la historia cuando la soliciten de vuelta al plató. Pocholo y Kevin montan una ONG "para la alianza genuina entre conciencias de clase", y reciben una subvención -a fondo perdido-. Las hermanastras se hacen Hare-Krishnas; el padre cambia a una compañía de vuelo low-cost y la madrastra recibe otro ascenso por la entereza que demuestra en el caso.
Y todos son razonablemente felices y se agencia cada uno a su modo y como puede, una perdiz que llevarse al gaznate.
Mejor así. Infinítamente mejor así.
Otra cosita. Como me consta que has leído a Lévi-Strauss (tus intervenciones públicas rezuman Lévi-Strauss, de hecho), entiendo que habrás considerado que esta será una tarea a escala mundial, pues como aquel señalase, este cuento existe, en sus coordenadas básicas, en una multitud ingente de otras culturas distintas a las nuestras, más allá de la propia UE. No sé, a lo mejor podemos recurrir al juez Garzón y al Tribunal de la Haya para que nos echen una mano en el empeño. Una especie de Interpol cultural de la violencia de género encubierta en las tradiciones ajenas. O algo así. Seguro que no te arredra esta dificultad añadida, tú que estás bien curtida en el noble arte de convertir lo imposible en posible y lo normal en raro.

Verás qué risa
Me he acordado hoy de ti al leer a Elvira Lindo en EL PAÍS.
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/opinion/vida/patadas/elpepusocdgm/20100418elpdmgpan_2/Tes
Y me preguntaba si habrías leído los 'Cuentos infantiles políticamente correctos' de James Finn Garner. Tienen gracia, la verdad. O será que a mí me hace gracia lo que satirice lo políticamente correcto :D.
Te dejo, que en la radio están poniendo 'Tu risa', de Pablo Neruda, por Olga Manzano y Manuel Picón, y esa canción requiere mis cinco sentidos :D.
Besos.
Pues el otro día se me cruzó el libro en la librería, pero estaba precintado y no pude ojearlo... ¿Merece la pena?
ResponderEliminarBesos
A ver... ni siquiera los he leído todos. He leído alguno por aquí o por allá. Y me pareció que quizá no llega muy hondo (no esperes una crítica ácida y brillante de la sociedad 'políticamente correcta'); pero, como buen estadounidense, maneja con total soltura los tópicos y las formas de ese tipo de sociedad, y por tanto resulta un espejo divertido.
ResponderEliminarUmmm... Habrá que probar
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